6: El Candidato Inesperado

1455 Words
Félix. Han pasado varios meses desde que nuestra relación se consolidó. Nadie en la universidad lo esperaba, y la estupefacción fue palpable al vernos llegar juntos. Esta unión desató la hipocresía social: muchos se alejaron, incapaces de lidiar con lo que representábamos, mientras que otros se acercaron con un interés malsano. Jehane y yo somos ahora una unidad. No me importó dejar atrás ese círculo popular del que nunca me sentí parte. —¿Crees que yo le gustaré a Javier? Estábamos en un parque, disfrutando de un picnic tranquilo. Yo reposaba con la cabeza en sus muslos; Jehane acariciaba mi cabello y se detuvo al escuchar mi pregunta. —Te amaría. Adoraría tu voz tranquila, amaría la serenidad de tu cabello y, sin duda, disfrutaría de un momento de paz contigo, justo como este. —Me gustaría conocerlo pronto. Su expresión se ensombreció levemente. —No creo que debamos ir a verlo en este momento. —¿Por qué? Debemos comunicarle nuestro plan. —Lo sé, pero... —Respiró hondo—. Creo que será mejor aplazar nuestro viaje a París por un tiempo. Quedémonos aquí, terminemos nuestros estudios y, si tenemos suerte, consigamos más integrantes. A Javier y a mí no nos fue bien cuando intentamos la búsqueda juntos. Ahora, separados, te encontré a ti, y estás de acuerdo con toda la estructura. Quizás él haya encontrado a alguien que también le interese, y será mejor que nos preparemos para esa posibilidad. Me senté a su lado. —Si eso es lo que quieres, por mí está bien. Sé lo duro que fue para ustedes, y si lo que dices es cierto, iremos cuando te sientas completamente segura. —Gracias, mi amor. —Nos dimos un beso dulce y lleno de calidez—. Eres el mejor. —Solo soy un excelente novio. —Le guiñé un ojo. Ella rio, mirándome con sus impresionantes ojos esmeralda. —¿Te gustaría quedarte esta noche en casa? Mi hermana traerá a su amiga y al novio, y no quiero estar sola para soportar esa visita. —Por supuesto, siempre y cuando pueda estar contigo todo el tiempo. ≪ °❈° ≫≪ °❈° ≫≪ °❈° ≫≪ °❈° ≫≪ °❈° ≫≪ °❈° ≫≪ °❈° ≫≪ °❈° ≫ Sabía que sería un fin de semana largo. La hermana de Jehane, Abby, era hostil, y sus amigas compartían su superficialidad. Estar en el mismo espacio con ellas, escuchando sus conversaciones frívolas y sus risas huecas, era una pesadilla. Entendía a Jehane, pues yo sentía lo mismo al lidiar con mi propia familia. Por eso, nos acompañábamos mutuamente a estos encuentros. —Odio tener que soportar a otra mujer de su calaña. Ya con dos tengo suficiente —dijo Jehane, mientras subía el cierre de mi chaqueta—. Tanta ostentación solo para presumir a su nueva pareja. —¿Presumir? —Mi hermana y su amiga siempre compiten para ver quién consigue al mejor hombre. Se envidian y solo actúan como buenas amigas. Es una dinámica repugnante. —Es inmaduro. Presumir hombres y envidiar a la que "gana". —Es asqueroso. Tuvimos que bajar a la sala para esperar a los invitados. Abby estaba visiblemente nerviosa, ajustando su cabello y su maquillaje cada minuto. —Tranquilízate, si el chico es tan inteligente como dices, de seguro se sentirá atraído por ti —dijo su madre, Beatrice. Jehane y yo intercambiamos una mirada de absoluto asco. Nos repugnaba que ella alentara esas acciones tan bajas. —Mamá, ese hombre es un genio. A su corta edad ya tiene un puesto asegurado en una clínica reconocida; otras instituciones están luchando por él. Además, siempre fue un prodigio en los estudios, lo que lo ha puesto muy por delante de los demás. —Tiene un gran futuro. Deberás tenerlo como llavero, por si la llave principal no te funciona —replicó Beatrice con una sonrisa de tiburón. ¿La llave? —Es lo más seguro, Mamá. Él será mi segunda opción. Ya verás cómo cae. —Este es el infierno —me susurró Jehane al oído. El timbre sonó. Una empleada abrió la puerta, dejando ver a una chica rubia, de ojos azules y facciones finas. Era Irene, hermosa pero de inteligencia frívola. —¡Abby! —Irene, bienvenida. Detrás de la rubia venía un hombre alto, de piel blanca, pecas dispersas, una mirada lacónica y un impresionante cabello rojizo. Apreté la mano de Jehane, y ella me devolvió el gesto. Ambos sentimos la misma descarga al verlo. —Les presento a Maxwell, mi novio. No pude evitar notar cómo Maxwell nos observó de manera diferente. Creí detectar un ligero brillo en sus ojos y cómo su expresión se animó por un instante. Nos presentamos de manera formal, sin contacto físico. —Escuché que te especializas en medicina —preguntó mi suegra, Beatrice, iniciando su interrogatorio para obtener información del "objetivo". Maxwell desvió su mirada hacia ella brevemente. —Exacto. Me enfoco principalmente en la rama de la dermatología clínica. —Oh, es fascinante. Debe ser muy interesante aprender de todos los problemas de la piel. —Sí, y no solo de la piel, sino de todo lo que conlleva al exterior de nuestro cuerpo. Siguieron hablando de su profesión, sus estudios, sus propuestas de trabajo. Luego, inevitablemente, salió el tema de su familia. La revelación de Maxwell nos dejó a todos sin aliento. —Así que no tengo familia —dijo con total neutralidad. El rostro de mi suegra cambió por completo, perdiendo todo vestigio de entusiasmo. —Oh, qué terrible —Beatrice miró a Abby, pero esta parecía ignorar la situación, aún haciendo gestos de coqueteo. —Qué incómodo —susurré, mientras Jehane se apegaba más a mi cuerpo. Este movimiento hizo que Max volviera a mirarnos sin disimulo. Fue una mirada cargada de interés, aunque duró poco, ya que tenía a dos mujeres luchando por su atención. La cena transcurrió de forma lenta y tortuosa. Tuvimos que presenciar cómo ambas mujeres se peleaban por la atención del hombre y escuchar los comentarios insidiosos de mi suegra, que ahora estaba visiblemente ofendida porque su preciada hija había puesto sus ojos en un huérfano, una deshonra para su ambición. —¿Ustedes no hablan? —preguntó Max, dirigiéndose directamente a nosotros. Su pregunta nos tomó por sorpresa. —No estamos interesados en esta conversación —dijo Jehane, mientras cortaba su carne con parsimonia—. Además, con esas dos damas, ¿quién tiene ganas de hablar? Soltó una risa breve. —¿Son así todo el tiempo? —No lo sé. No somos cercanas. Me sorprendió lo desinteresada que se mostró Jehane, aun sabiendo que el hombre que nos hablaba había causado una impresión tan profunda en ambos. —¿Y tú qué me dices? —Trato de ignorarlas. No me gusta el ruido ni el descontrol. —Qué interesante. Su mirada me tenía mal. Joder. ¿Cómo podía existir semejante portento, y ser novio de una mujer tan insípida? Este hombre era hermoso: una sonrisa coqueta, pecas adorables y unos ojos brillantes llenos de curiosidad. No podríamos dormir bien esta noche; lo tendría en mi cabeza todo el tiempo. Lo mejor sería hacer el amor con Jehane; seguramente ella estaba en la misma sintonía. De la cena pasamos de nuevo a la sala, donde solo se escuchaba la interminable conversación de Beatrice, Abby e Irene sobre cualquier trivialidad que hubieran comprado. Ambas chicas intentaban impresionar a Max, pero él parecía concentrado en otra cosa. No dejaba de mirarnos, sin disimulo alguno. —Parece que tenemos ganada esta competencia —dijo Jehane cerca de mi oído—. Mi hermana y su amiga pelean por ver con quién se queda, pero están perdiendo terreno sin que siquiera movamos un dedo. —Será mejor esperar a ver qué sucede. Quizás solo quiera conocernos. —Puede que quiera eso, pero su mirada dice otra cosa. —Colocó su mano en mi pecho, y eso hizo que Max mirara atentamente cada movimiento—. Un hombre con pareja no hace eso. De seguro está con Abby por un capricho de ella. La conozco; puede ser muy arrastrada cuando quiere un hombre. Qué patética. —No me molestaría que se uniera. Es perfecto en todos los sentidos. —También me gusta, pero tengo la ligera sospecha de que esa fachada de hombre serio y educado no es la verdadera. —¿Cómo crees que sea? —Apuesto a que es un cachorro: tierno, coqueto y caprichoso. Un Husky. —Eso complementaría muy bien nuestra personalidad felina. Ella rio. —Cierto. Será divertido si esto llega a terminar como pensamos.
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