7: El Desorden Perfecto de Maxwell

1438 Words
Maxwell. No conozco mi origen; ignoro quién soy o de dónde provengo. Fui abandonado en un orfanato, un lugar que nunca pude ni quise llamar hogar. La infancia allí fue una larga sucesión de privaciones y crueldad: hambre, servidumbre y la hostilidad constante de los cuidadores. Era una prisión donde la competencia entre niños por la supervivencia, o por la tenue esperanza de la adopción, era feroz. Pasé dieciséis años en ese lugar, soñando con el día en que pudiera marcharme. El destino no me concedió la adopción, pero sí una inteligencia superior. Mi mente era mi única herramienta y mi salvación. Aceleré mis estudios, y al cumplir la mayoría de edad, pude marcharme con una beca integral. La universidad me proporcionó una habitación compartida. Fue un alivio breve; la convivencia forzada, la falta de control sobre mi entorno, reavivaron el trauma. Mi única solución fue trabajar sin descanso. Ahora pago el alquiler de un pequeño departamento. Desde entonces, la obsesión por el orden rige mi vida. Detesto los lugares nuevos, me aterra dormir en un espacio que no sienta mío, y aborrezco compartir mis pertenencias. Me he convertido en un hombre mezquino, obsesivo y, a veces, cruel, cuando mi control se ve amenazado. Por eso, me esfuerzo constantemente por mantener la compostura. Me siento en la cama y me froto la frente. A mi lado, Irene, la mujer que ahora es mi pareja, duerme desnuda, con el cabello disperso sobre las sábanas. Llevamos saliendo varios meses. Ella insistió mucho, y yo, hastiado de mi rutina, accedí. Irene es una mujer de belleza plástica: rubia, de rostro impecable y ojos azules; una muñeca. Pero su personalidad es irritante; su voz es chillona y es la típica niña consentida de padres adinerados. Nos conocimos en la universidad, donde ella estudia Medicina, aunque yo estoy mucho más avanzado. Estamos en semana de vacaciones, y ella se ha quedado en mi departamento. Me arrastró a casa de su "mejor amiga", Abby, donde presencié una lucha de egos patética. Abby me coqueteó descaradamente frente a Irene, quien respondía con sus propios juegos de superioridad. Parecía un juego inmaduro entre ellas dos. Pero de esa visita surgió algo completamente inesperado: Jehane, la hermana de Abby, y su novio, Félix. Ambos eran magnéticos sin esfuerzo, silenciosamente cautivadores. Permanecieron al margen, envueltos en su propia burbuja, como si nadie más existiera. Sentí una punzada de celos. Siempre he anhelado una conexión así de profunda, pero solo he encontrado a personas vacías o interesadas en mi estatus. Ellos me perturbaron, despertando algo que creía muerto. Quise hablarles, coquetearles como es debido, pero las dos mujeres no paraban de interrumpir. Apenas logré cruzar unas palabras, pero fue suficiente para saber que eran diferentes. No se parecían a nadie que hubiera conocido. El impacto fue tal que no he dejado de pensar en ellos dos. Sabía que estaba mal: tenía novia, y ellos eran pareja. No podía permitirme ese tipo de pensamientos, y mucho menos dirigidos a ambos. ≪ °❈° ≫≪ °❈° ≫≪ °❈° ≫≪ °❈° ≫≪ °❈° ≫≪ °❈° ≫≪ °❈° ≫≪ °❈° ≫ —Cariño, nos han invitado a la inauguración de un hotel en Brighton. Bueno, invitaron a mis padres, pero como no están, podemos ir nosotros. —No lo sé. Tengo que seguir estudiando. No puedo darme el lujo de ir. —Por favor, vamos. Nunca te diviertes conmigo y siempre prefieres quedarte. Por favor, ven. Podrás estudiar allí —suplicó con una mirada melosa. ¿Cómo rechazarla sin herirla? Aunque solo estuviera con ella por conveniencia, no quería ser cruel. —El hotel tiene un gimnasio, piscina y un excelente restaurante. Todo pagado. Además, está cerca de la playa y hay muchos clubes nocturnos. Me llamó la atención el gimnasio y la playa. Hacía años que no podía disfrutar de la costa por falta de dinero y tiempo. —Abby irá, su madre y su padrastro. Incluso su hermana y el novio —añadió, haciendo una mueca de desagrado al mencionarlos. La mención de Jehane y Félix selló el trato. De repente, el viaje se había vuelto obligatorio. —Parece que no te agradan mucho. Irene bufó. —Detesto a Jehane. Se cree superior, y su belleza... es irritante. ¿Cómo puede tener un cutis tan perfecto? —Rueda los ojos, claramente consumida por la envidia—. Sin hablar de su cuerpo. Es más joven que yo y tiene una figura más definida. Y su novio... no entiendo cómo Félix puede estar con una chica así. —¿Por qué lo dices? —Intenté sonar lo menos interesado posible. —Abby me contó que Jehane y su exnovio practicaban la poligamia. Casi me ahogo con mi saliva. La noticia cayó como una revelación, no como un shock moral. —¿Hablas en serio? —Así es. Estaban con otras personas al mismo tiempo y, lo peor, es que buscaban más integrantes. Seguro Jehane no le ha contado eso a Félix, y por eso él está con ella. Pobre chico, es muy hermoso para que le vea la cara de tonto. Irene siempre hacía eso: elogiaba a otros chicos sin tapujos. Sabía que yo era un trofeo para ella, un capricho basado en mis logros y mi estatus universitario. —Bien, iremos —dije, finalmente, con una decisión que no tenía nada que ver con ella. ≪ °❈° ≫≪ °❈° ≫≪ °❈° ≫≪ °❈° ≫≪ °❈° ≫≪ °❈° ≫≪ °❈° ≫≪ °❈° ≫ Llegamos al impresionante hotel hace una hora. Me encuentro en la habitación, inmerso en la inspección. La ansiedad se dispara al pensar que otras personas han usado esta cama o cualquier objeto. Me obligo a calmarme, recordándome que somos de los primeros en esta suite recién inaugurada. Irene se fue con Abby a algún lugar, dejándome con todas sus maletas. Me tomo el tiempo de ordenar meticulosamente cada objeto, mi obsesión por el orden no me permite relajarme de otra forma. Al terminar, me cambio a ropa deportiva. Con el mapa del hotel en mano, me dirijo al gimnasio. Aunque el hotel tiene pocos días de inauguración, hay bastantes huéspedes. Al llegar, veo a un grupo de personas observando algo. Estiro mi cuerpo para calentar y me acerco a una caminadora cercana. La atracción era una chica sobre una máquina, corriendo a la máxima potencia. —Lleva así más de veinte minutos —dice un hombre. —Esa chica es una bestia. ¿No se cansará? —Debe ser alguna atleta profesional. La chica baja la velocidad, salta de la máquina con una gracia felina y se seca el sudor de la frente. Me acerco con una lentitud calculada, reconociéndola de inmediato. —¿Jehane? Ella me mira con rapidez, esos hermosos ojos esmeralda brillando con intensidad. —Oh, Max. Nadie me había llamado por ese diminutivo. —Qué gusto verte. No sabía que vendrían. —Invitaron a los padres de Irene, pero vinimos en su lugar. —Ya veo. —Tomó agua con calma. — A nosotros también nos invitaron... Bueno, en realidad, fue a mí, pero mi madre creyó que era para todos. —Volvió a subir a una caminadora. Hago lo mismo en la máquina contigua. —¿Solo a ti? —Mi padre y yo somos amigos de los dueños de este lugar —Puso el nivel más bajo—. Acabo de hablar con uno de ellos antes de que se fueran. —Qué genial. —Miro disimuladamente a los alrededores, buscando a Félix—. ¿Félix no está aquí contigo? —Félix no es muy bueno en estas cosas. Su cuerpo no resiste mucha destreza física. —Me miró con una sonrisa ladina—. ¿Por qué? ¿Te interesa? La pregunta me tomó por sorpresa. —No, solo me parecía extraño no verlo a tu lado. —Yo no veo a Irene a tu lado. —Estaría muerta antes de tener una gota de sudor en el cuerpo. —La hice reír. El sonido era delicioso—. Eres impresionante. No había visto a nadie correr así sin que su respiración se agitara. —Hago lo mínimo. Prefiero correr a mi aire, ya que odio tener que seguir órdenes y mucho menos las de una máquina. —Me gustaría verte correr de esa forma. —Si es que puedes alcanzarme —respondió Jehane, elevando la apuesta con una sonrisa que era una clara provocación, no solo física, sino estratégica.
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