King.
Desde que tengo uso de razón, he sido entrenado brutalmente bajo la supervisión de mi padre. Mi infancia fue una pesadilla; no tuve la tranquilidad ni la educación normal de otros niños. Pasaba las noches con una ansiedad paralizante, preguntándome si sobreviviría al día siguiente. En ocasiones, el único escape que veía era poner fin a mi propia vida, pero mi padre vigilaba cada uno de mis movimientos, por lo que nunca pude hacerlo.
Los entrenamientos eran extremos. Mi padre me obligaba a pasar días en el bosque sin provisiones. Moría de hambre y tuve que aprender a cazar para sobrevivir, además de protegerme de ser devorado por otros depredadores. Me colocaba en combates contra muchos de sus hombres, y no importaba que yo fuera solo un niño; esos hombres no se contenían, sabiendo que mi padre los mataría si lo hacían.
A los doce años, descubrí que mi padre tenía hijos bastardos. Esos pequeños fueron llevados a su presencia, pero él solo los trataba como empleados o, peor aún, como esclavos. A mí no se me permitía acercarme a ellos, ni a ellos a mí. Si eso sucedía, eran castigados de formas horribles, unas más crueles que otras. Por ellos seguí con mi entrenamiento, centrado únicamente en ser lo suficientemente fuerte para, un día, acabar con la basura de hombre que era nuestro progenitor.
Hasta que ese día llegó por fin.
Mi padre exigió que mi hermano y yo combatiéramos a muerte, sin armas de por medio. Yo ya estaba entrenado, ya había asesinado, y mis emociones estaban reprimidas en lo más profundo de mi ser, pero me negué a matarlo. Recordé todo lo que ese hombre me hizo, todo lo que soporté y el sufrimiento causado por un loco obsesionado con su dinastía. Eso me dio el valor para, por primera vez, retarlo a muerte. La pelea fue salvaje. Él no esperaba esa determinación de mí, pero yo sí; lo había planeado durante años. Perdí un ojo. Mi padre sacó un cuchillo oculto en su tobillo y no dudó en cortarme. La sangre y el dolor no apagaron la ira que sentía. Aun con esa herida, seguí mi cometido hasta acabar con su miserable vida.
A los dieciocho años me convertí en el líder británico de la mafia. Muchos de los aliados no estaban de acuerdo con mi ascenso repentino, y estaban afectados por cómo lo había logrado. Sin embargo, tuvieron que aceptarlo: nada podría traer de vuelta al antiguo líder.
Desde ese día, todo se volvió más apagado. Mis sentimientos y mis sentidos desaparecieron. Mis hermanos comenzaron a vivir una vida normal, sin maltratos ni esclavitud. Les permití marcharse, pero se negaron. Mi hermano es ahora mi mano derecha, y mi hermana está estudiando para lograr sus sueños. Yo, en cambio, solo me encerré en la mafia, continuando el entrenamiento, pues era lo único que había aprendido: entrenar, matar, y ser solo un arma.
—Hermano —Owen entra a mi despacho después de tocar—. Es hora de irnos. El evento comenzará pronto.
Asistir a eventos es algo que detesto. Ver a tantas personas reunidas me altera; solo tengo la obligación de ir porque soy el líder. No soy sociable, no hablo con nadie si no es un asunto crucial, y estar rodeado de personas que me temen o solo buscan ganarse mi confianza es insoportable. No soy bueno con las personas. No tengo amigos ni pareja. Apenas convivo con mis propios hermanos. Odio que me miren con temor o asco por mi cicatriz. Odio que solo busquen beneficios o quieran tratarme con excesiva familiaridad. Me mantengo alejado de todo eso, incluso de mis acompañantes de cama, a quienes siempre alejo luego de saciar mi necesidad, aunque, para ser honesto, nunca me siento completamente satisfecho.
Al llegar al evento, hago acto de presencia. Muchos me saludan y hablan sobre temas de trabajo, pero a la primera oportunidad, me evado hacia los jardines. Fumo mi tabaco mientras camino entre los arbustos y árboles, absorto en la nada, hasta que mi único ojo se fija en alguien.
Una mujer. Una mujer hermosa.
Está parada a pocos metros de mí, sosteniéndome la mirada con una firmeza que no titubea. No parece asustada ni nerviosa; simplemente me mira con sus ojos verdosos.
Es la primera vez que alguien me mira fijamente, desafiante, sin apartar la vista de mi rostro o mi cicatriz.
Mi corazón, que creí muerto, late con fuerza cuando ella me sonríe y camina sin miedo, manteniéndose cerca. Saca su celular, marca a alguien y comienza a hablar.
Me quedo inmóvil, escuchando su conversación. Ella también fue obligada a venir, quiere escaparse, y parece que la persona con quien habla es su pareja.
Aprieto mis puños. Nunca antes me había sentido así, y que una completa desconocida me cause esta reacción me saca de quicio.
Regreso al evento. Ya tendré tiempo para investigar sobre ella.
—King —llama una mujer, la señora Beatrice—. Qué alegría verte.
Ella está acompañada de su esposo, su madre y su hija. Recuerdo a la hija: no recuerdo su nombre, pero sí cómo su madre intenta por todos los medios que me interese en ella.
—Hola, King —se atreve a besar mi mejilla izquierda, la que no tiene cicatriz—. Hace mucho que no te veía.
No respondo. Simplemente no tengo ganas de interactuar.
Los cuatro me hablan de muchas cosas, al parecer, pero mi mente solo se concentra en la mujer de hace unos minutos. La veo regresar al evento. El señor William se acerca a ella e inician una conversación antes de llevarla con otras personas. Hablan por un momento, y luego regresan.
Ambos se acercan a mi grupo. —King, te presento a mi nieta menor, Jehane. Estará con nosotros por un tiempo indefinido.
Así que es la nieta del viejo William. Interesante.
Jehane no oculta su disgusto por el evento. Noto una tensión palpable con su madre. Ella no duda en mirarme de nuevo, escrutando todo mi rostro. Su expresión es difícil de descifrar, pero no parece haber asco por mi apariencia, y eso me agrada.
De pronto, Jehane se separa de nosotros. Sus movimientos son tan ágiles que casi no la detecto. La sigo sin dudarlo, pero me detengo al ver cómo un joven, hijo de uno de mis aliados, se acerca a ella y le habla mientras toma bocadillos.
—No tengo por qué darle explicación a un desconocido.
El joven la mira con asombro. —Lo siento, linda. Me llamo... —Me acerco con cautela hasta quedar justo detrás de ella. El joven me ve, sus ojos se abren llenos de pánico—. Mejor me marcho. —Se va de inmediato.
Jehane resopla. —Lo espantaste. —Regresa a su labor de elegir bocadillos.
Me sorprende que haya percibido mi presencia, pues mi hermano siempre dice que me muevo como un fantasma.
Se voltea y me mira nuevamente. —Parece que todos aquí le tienen un gran respeto.
—No todos.
—Aun así, deben tenerlo. Ahora eres el líder, sin importar qué. —Prueba un bocadillo sin apartar la mirada.
Esta mujer es completamente diferente. La quiero. Y no dudaré en hacer lo que sea necesario para tenerla.
—Tampoco te ves muy a gusto en estos eventos.
Alzo una ceja. —¿Cómo lo sabes?
—No hablas con nadie, tu mirada está perdida, y además, estabas afuera hace unos minutos. Debe ser estresante para ti ser el líder y tener que soportar todo esto.
—¿Y tú por qué no estás a gusto?
—Esta no es la mafia a la que pertenezco. Quizás no por ahora. —Sonríe de lado y lleva otro bocadillo a su boca.
—No sabía de tu existencia.
—Mi madre no habla mucho de mí. Soy como la hija que la decepcionó. —Desvía la mirada brevemente—. No le gusta saber que alguien es mejor que ella.
—Entonces, ¿A qué mafia perteneces?
Me mira de reojo. —A la de mi padre.
—¿Qué tengo que hacer para que le tengas lealtad a la mía? Después de todo, estás en mi territorio.
—No me interesa tenerte lealtad.
Nadie me ha hablado de esa manera, tan directa y sin un atisbo de nerviosismo.
—Pero tampoco quiero que desconfíes de mí. Tengo personas a quienes proteger.
—¿Tu familia?
—Mi familia se puede defender sola, me da igual.
—Entonces, hablas de la persona con la que estuviste conversando por celular.
Suelta una risa y su mirada se vuelve divertida. —Parece que logré que el líder hablara más de lo normal. —Me tenso al darme cuenta de que tiene razón; ni yo lo había notado—. Pero sí. Max es una de las personas que tengo que proteger, y también a mi Félix.
—¿Ellos son?
—Mis parejas, por supuesto.
¿Parejas? ¿Esta mujer practica la poligamia?
—Son mis tesoros, por el momento. —Su tono se vuelve dulce y suave al decir lo último, y me da una última mirada seductora antes de regresar con su familia.
Debo saber todo sobre ella. Debo saber quiénes son esos hombres. Y debo hacerla mía, cueste lo que cueste. Esa mujer ha logrado algo que nadie pudo antes: hacer que de mi boca salieran más de dos palabras y despertar en mí una curiosidad insaciable. Es impresionante. Siento la necesidad de volver a recibir su atención. ¿Qué diablos me pasa? No lo entiendo.