10: Nuestra Nueva Familia

1662 Words
Maxwell. Un mes después. Ha pasado un mes desde que acepté estar con Félix y Jehane. Las primeras semanas fueron un período de intensa exploración y conocimiento mutuo, hasta que Jehane decidió dar el paso de llevarme a su casa para formalizar la situación ante su familia. En ese momento, todo fue un caos predecible. Su madre alzó la voz hasta casi el paroxismo, y Abby no se quedó atrás con sus reproches histéricos. Lo más impresionante, sin embargo, fue Jehane: se mantuvo erguida ante ellas sin mostrar la más mínima expresión. Simplemente dejó que ambas mujeres agotaran su drama y, al final, les comunicó con frialdad glacial que nuestra relación no era de su incumbencia. El tema terminó allí. Ahora tengo la dicha de tenerlos a ambos algunas noches en mi pequeño departamento. Félix aún no ha mencionado nada a su familia y desea mantenerlo así hasta que logre armarse de valor, lo que significa que nuestra convivencia no es constante. Disfruto inmensamente despertar junto a ellos, o al menos junto a Jehane, ya que a Félix le gusta madrugar para contemplar el amanecer, un hábito que me resulta tan intrigante como poético. Abro los ojos lentamente, sintiendo el cuerpo desnudo de Jehane sobre el mío. Sonrío al recordar la intensidad de la noche. Fui el centro de mis dos parejas, y disfruté la dulce rendición de sus cuerpos. —Te veo más tarde. —Beso su mejilla y me deslizo fuera de la cama con cuidado para no despertarla. Me tomo mi tiempo para prepararme. Hoy me toca ir a la universidad; será un día académico largo y demandante. —Buenos días, hermoso —saludo a Félix, quien ya está en el balcón con una taza de café humeante en las manos. —Oh, mi doctor. —Se acerca con una sonrisa para dejarme un beso suave en los labios—. Buenos días. Miro lo impecable que se ve esta mañana. Nada puede opacarlo. Posee una belleza serena, casi delicada, bajo cualquier luz. —Debo irme ya. —¿Sin desayunar? Por supuesto que no. —Toma mi mano y me guía a la cocina—. Te preparé el desayuno. Me quedo estático. Me sorprende la dedicación con la que se tomó la molestia de preparar algo de comer. —Muchísimas gracias. —Lo haré siempre que pueda, aunque la despensa estaba bastante... limitada. —Sí... Debo comprar alimentos. —Suspiro, la realidad financiera me golpea. Mi sueldo como mesero nocturno apenas me alcanza para cubrir el alquiler de mi departamento y los libros más esenciales. Tengo que calcular cada gasto, reducir al mínimo necesario para poder pagar mis deudas y mis asignaturas. Es difícil estar solo y estudiar una carrera tan demandante y costosa. —Yo me encargaré de eso. Quiero que te alimentes bien —dice Félix, besando mi mejilla con dulzura. —No tienes por qué hacerlo. —Ahora soy tu novio. Si tengo la oportunidad de ayudarte a tener paz, lo haré —Me guiña un ojo. Félix es un compañero excepcional. Me observa mientras como con una atención casi obsesiva, a veces limpiando mis labios con una servilleta. Es un hombre atento, delicado y precavido, que siempre vela por nuestra comodidad. A veces, su necesidad de orden para mantenerme a gusto es más fuerte que la mía. —Que tengas un día excelente, mi doctor —Me besa los labios de nuevo—. Estaré esperando tus mensajes. —No lo dudes. —Acaricio su cabello sedoso—. Dale otro beso de mi parte a Jehane cuando despierte. —Claro que sí. Al salir, me dirijo a la parada de autobús. No puedo usar mi auto, pues estoy racionando la gasolina y el dinero. Esta es la peor parte de mi vida: la constante tensión por la escasez. —Hola, Max —me saludan algunos compañeros de mi salón. En mi clase, la mayoría son mayores que yo. Algunos me detestan por ser un prodigio que ha llegado más rápido que ellos; otros, simplemente lo ignoran y me aceptan en su círculo. Al terminar las clases, salimos en grupo, pero lo que no esperaba era ver a Jehane esperándome. Estaba recostada en su auto de alta gama, con los brazos cruzados, mirando con un aire de superioridad que hacía que la gente se apartara. —Vaya, qué chica tan hermosa —comentó uno de mis amigos. —Parece que espera a alguien de aquí —dijo otro. Jehane me ve y no duda en acercarse con una sonrisa de depredadora. —Hola, mi amor. —Escucho perfectamente el jadeo colectivo de mis compañeros al vernos besarnos. —Nena, no me dijiste que vendrías. —Quise pasar por ti. Vi que no trajiste tu auto. —Mira detrás de mí—. ¿Amigos? —Oh, sí. —Me encargo de presentársela a mis compañeros. Parecen agradarle, y a la vez están visiblemente sorprendidos. La universidad entera sabía de mi ruptura con Irene; ahora sabrían que salía con una mujer aún más impactante y misteriosa. Los rumores volarían. —Un gusto conocerlos, chicos. Espero que cuiden bien de Max. —Creo que Max nos cuida más a nosotros. Es el mejor de la clase. Mi chica me mira con un orgullo tangible. —Me alegra muchísimo escucharlo. —Toma mi mano, depositando un beso en mi dorso—. Debemos irnos. Que tengan un buen día. —Adiós, chicos. Entramos a su coche. —¿Y Félix? —Tuvo que ir a una reunión familiar. Lo acabo de dejar, pero antes fuimos al supermercado por alimentos. —Me mira con seriedad—. De ahora en adelante, él se encargará de supervisar tu alimentación. Así que ya sabes. Sonrío. —Gracias, amor, pero no debieron molestarse. No tienen por qué hacerlo. —Sí, sí tenemos. Somos tus parejas, y tu departamento es nuestro lugar seguro. Por lo tanto, tú, Félix y yo debemos estar en un entorno armonioso. —Toca mi mejilla, su mirada es de reproche—. Mira tus ojos; tienes ojeras. Además, te ves delgado. ¿Has almorzado? Aprieto mis manos en el regazo. —No. —No quiero que te saltes tus comidas. Félix se molestará mucho. —Tomó una bolsa del asiento trasero—. Te compré una ensalada completa, con pollo y jamón cocido, y tu zumo de naranja. Me conmueve profundamente que ambos sean tan detallistas. Conocen mi bebida favorita, mis horarios, mi situación. Nadie se había interesado nunca en mis gustos, mis sentimientos, ni en mi verdadera situación. Ahora los tenía a los dos, y lo único que podía hacer era dejarme ayudar, correspondiéndoles con mi lealtad y mi amor. A veces, solo quiero rendirme a sus mimos, relajarme y dejar que ellos tomen el control de las preocupaciones, algo que he cargado solo toda mi vida. —Déjanos consentirte. Te lo mereces. —Jehane arranca el auto. Pasamos por una zona de tiendas de alta costura. Parece que mi chica está buscando vestidos. —¿Una reunión? —Así es. Hay un cónclave estratégico del Bajo Mundo —dice, sin mucho entusiasmo—. Mi abuelo me obliga a asistir. —No hablas mucho de ese señor. —Es un fastidio. Nunca he sido muy apegada a él, aunque él ama todo de mí y cómo soy. —Rueda los ojos—. Pero está resentido porque mi lealtad principal es la mafia francesa, lo cual, aunque no niegue la británica, significa que mi alma está con mi padre y, bueno, con Javier. —Debe ser muy complicado estar dividida entre dos familias que pertenecen a organizaciones rivales. —Lo es. —Mira algunas prendas—. Aunque no quiera ir, es obvio que disfrutaré eclipsar a mi madre y a mi hermana. Adoro verlas cabreadas solo con mi presencia. —¿Por qué se odian tanto? —Ay, amor. No todas las familias son perfectas, un claro ejemplo es la mía o la de Félix. Mis padres se casaron por conveniencia. Mi madre, nacida en lujos, creció con la mentalidad de ser la reina de una organización. Estaba perdidamente enamorada del líder francés, pero llegó tarde: el hombre ya estaba casado con dos personas y con un hijo. Entonces, decidió enamorar a mi padre, o al menos intentarlo, porque él nunca la amó. —Eso es horrible: casarse y tener hijos sin amor. —Lo es, pero lo verdaderamente horrible es que esa mujer compite conmigo, su propia hija. Odia que me parezca tanto físicamente a mi abuela, algo que ella no logró, y que tenga la personalidad de mi padre. Para colmo, desde antes de mi nacimiento, fui prometida a un líder. Eso la carcome. —Es muy infantil de su parte. —Eso es lo que hace una persona narcisista. Odian ver a alguien mejor a su lado, pero sí, es tonto. —¿Y la familia de Félix? —Padre estricto, madre pasiva que no opina, y hermanos mayores inútiles que solo sirven para burlarse de él. Maltratan a Félix. Tengo la ligera sospecha de que lo han maltratado físicamente, pero no he visto rastro. Si algún día le veo un solo moretón, ten por seguro que esa familia aparecerá muerta al día siguiente. —Al ver el miedo que Félix les tiene, yo también lo he llegado a pensar —Respiro hondo—. Deben ser un dolor de cabeza para él. —Ni qué lo digas. Sus hermanos quisieron burlarse de él en mi presencia, pero les salió el tiro por la culata. Siempre se burlan de él por ser enfermizo, delicado y, a veces, incluso lo llaman afeminado. —Qué ridículos. —Por eso te digo que no todas las familias son perfectas. Algunas tienen más rincones oscuros que otras. —Ustedes son mi familia ahora. —Beso su coronilla con ternura—. No los haré infelices. —Y nosotros haremos que tú seas feliz, muchísimo.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD