Maxwell.
Había transcurrido un día desde mi primer encuentro significativo con Jehane y Félix. Desde entonces, Abby e Irene se habían dedicado a montar una guardia absurda, distrayéndome o, peor aún, intentando apartarme de ellos. Pero ese juego infantil llegaba a su fin. Tomé mi decisión; pondría punto final a mi relación con Irene.
—Irene.
Ella me miró con una rapidez casi irritante, deteniendo el labial a mitad de camino. Sus ojos azules, aunque hermosos, carecían de la chispa que ahora buscaba.
—¿Sí, amor? —Su tono era dulzón, condescendiente.
—He meditado mucho sobre nuestra relación, y para no alargar esto: quiero terminar contigo.
—¿Qué? —Su rostro se congeló en una máscara de estupefacción. La idea de ser rechazada era, claramente, ajena a su realidad.
—Ya no quiero continuar. No me agrada la forma en que tú y Abby me están tratando. Me niego a seguir sintiéndome como un trofeo, esperando a ver cuál de las dos se lleva el premio.
—Max, yo no...
La interrumpí con una voz fría y firme. —Sí, sí lo hacen. He sido testigo de cómo se esfuerzan por impresionarme a cualquier costo, de cómo Abby me coquetea de forma descarada y cómo tú solo observas mi reacción, midiendo el terreno. No voy a prestarme para ese circo, y mucho menos voy a tolerar el irrespeto y la posesividad de ninguna de las dos.
Irene tragó saliva, sus labios temblaban. —Max, lo siento, pero por favor, no termines esto. —Mordió su labio, un tic de nerviosismo—. Solo piénsalo mejor, ¿sí? Me iré con Abby y te daré tiempo para que recapacites.
Bufé, sintiendo un alivio inmenso al liberarme de ese peso muerto. —No hay nada que recapacitar.
—No puedes tomar una decisión que nos involucra a los dos, unilateralmente.
—Sí puedo. Y lo estoy haciendo.
—No. Te dejaré y luego hablaremos con más calma. —Tomó su bolso de mano, y salió de la habitación, sus tacones resonando con pasos pesados y furiosos.
Estaba enfadada. Seguramente era la primera vez que alguien se negaba a participar en el juego tóxico que ambas habían orquestado.
Me dejé caer sobre la cama, mirando el techo iluminado por las bombillas. La noche había llegado, y el silencio se sentía pesado. Este viaje, aunque corto, me había ayudado a reafirmar mi valor frente a esas personas que creían poder poseerlo todo. Yo había aprendido a vivir sin nada, compartiendo lo poco que tenía y temiendo que nadie en el mundo me amaría tal como era. Ahora, aunque pudiera tener mis propias cosas, aún no me sentía completo. Ansiaba ser amado, saber lo que se siente tener una familia y ser aceptado sin condiciones.
La noche me brindaba una paz inmediata. Salí a caminar. El cielo estaba despejado, permitiendo una vista nítida de las estrellas. En los jardines, algunas personas disfrutaban de las amenidades del hotel, pero unas risas melodiosas me guiaron.
Encontré a Jehane y a Félix sentados sobre una manta extendida en el césped. Tenían comida ligera y estaban inmersos en un juego de cartas. Se veían felices, una pareja perfecta y luminosa.
Me acerqué con cautela. —Hola, chicos.
Ambos levantaron la mirada, sus ojos brillando con rapidez al verme.
—Max. ¡Qué bueno verte! —comentó Félix, levantándose de inmediato para ofrecerme un abrazo cálido y fugaz.
—No te hemos visto desde el almuerzo de ayer —dijo Jehane, sin moverse de su lugar, solo señalando con la mano el espacio libre—. Ven, acompáñanos.
Félix me guio hasta la manta. —Supongo que no quisiste ir al club nocturno.
—No, la verdad es que la fiesta y las multitudes no son lo mío. —Miré los aperitivos y la baraja—. Parece que tienen un picnic nocturno.
—Es maravilloso. El clima es fresco y la tranquilidad es inigualable —dijo Félix.
—Muy agradable.
—¿Quieres unirte al juego? —preguntó Jehane, esbozando una sonrisa auténtica.
—Claro.
A los pocos minutos de juego, fue evidente que Jehane era experta; Félix y yo no logramos ganar una sola mano.
—Mi padre tiene varios clubes, y hay una sala privada dedicada a las apuestas —dijo Jehane, sonriendo de lado, revelando un colmillo ligeramente más afilado, parece un pequeño demonio—. Soy bastante buena.
—Ya veo por qué no podemos ganarte. Eres una profesional. —Los tres reímos ante mi comentario.
Jehane era una contradicción fascinante. Su padre era dueño de clubes de apuestas, su madre estaba ligada a la mafia, y ella me hablaba de todo con una calma envidiable. ¿Por qué se veía tan radiante y no agresiva? Era atenta y reservada.
—Jehane —La miré directamente—. ¿Es verdad que tu familia es peligrosa?
—Así es —respondió sin titubear. No se ofendió, ni parpadeó—. Mi madre es hija de un antiguo m*****o de la mafia de este país, y mi padre es la mano derecha del líder de Francia. —Tomó un sorbo de vino, su garganta trabajaba con calma—. Aunque esté aquí, mi lealtad es incondicional a la mafia francesa.
—¿Y por qué estás aquí, entonces?
—Mi madre me obliga a estarlo —Respiró hondo—. Ya veo que Irene te contó que soy peligrosa.
—Bueno, no te veo de esa manera. Creía que las personas pertenecientes a la mafia eran completamente distintas a ti.
—No tenemos un estereotipo. Cada uno es como es. Yo soy así, mi padre es diferente, y mi madre también —explicó con paciencia.
—Comprendo. Siento si te incomodé.
—No te preocupes. No me molesta hablar de mi familia y de su verdadero negocio.
—Ella me lo dijo minutos antes de declararme —recordó Félix, riendo con suavidad—. Aún me acuerdo de lo impresionado que quedé. Casi me da una crisis de asma.
Asentí, y la valentía que me había impulsado a confrontar a Irene regresó. —Yo terminé con Irene hace un rato.
Ellos me miraron sin expresión, esperando.
—Estoy harto de que me traten como un juego. No lo tolero. Además, desde que los conocí, me he sentido diferente. No quería seguir con ella mientras tengo un sentimiento tan fuerte por ustedes.
Jehane y Félix intercambiaron una mirada rápida, un entendimiento silencioso.
—¿Quieres decir que te atraemos, sin importar que nos guste la poligamia y que Jehane sea parte de la mafia? —preguntó Félix, su voz cargada de expectativa.
—Sí. Me gusta cómo son, cómo se tratan y esa luz que ambos irradian —admití, mirando mis manos con humildad—. Siempre he querido ser amado. Al ser huérfano, siempre he soñado con saber qué se siente tener una familia. No tuve amor familiar, y busqué un amor romántico. Nunca lo he sentido. Las personas solo buscan diversión, y eso no lo quiero en mi vida.
Jehane extendió la mano y tomó la mía, su tacto era sorprendentemente suave. —Maxwell, nosotros podemos darte eso que quieres, pero debes tener la mente abierta. No solo seremos Félix y yo. Es posible que encontremos a alguien más, y yo, además, estoy comprometida con otro hombre.
—¿Él también está de acuerdo con esto?
—Sí. Por él comencé a gustar de esto —sonrió—. Pero ahora no iremos con él. No aún.
—Si ustedes me permiten unirme, les juro que aceptaré todo.
—No tienes que jurar nada, guapo. Solo sé tú mismo y ámanos —dijo Jehane, sin soltar mi mano.
Asentí, con el corazón latiendo desbocado. Ambos me abrazaron con fuerza. Solo con ese gesto, sentí que toda la oscuridad de mi pasado se disipaba. Me habían aceptado.
—También nos gustaste —dijo Félix, con las mejillas sonrojadas—. Mucho, a decir verdad. Eres muy guapo, y conocer tu historia nos conmovió. Sabes lo que quieres y el lugar que mereces, y eso nos atrajo muchísimo.
—También vimos lo molesto que te pusiste cuando Irene te gritó. La pusiste en su sitio sin dudarlo —comentó Jehane.
—Odio ser tratado de esa manera tan brusca. Me transporta al pasado, y por eso me desagradó tanto.
—Es terrible ser tratado como odias, lo sé muy bien —Félix suspiró—. Mi relación con mi familia es difícil. A veces son muy hirientes conmigo, pero conocí a Jehane y supe que no a todos les desagradaría mi verdadero ser.
—Te entiendo. A mí me pasa igual.
Minutos después, estábamos recostados en la manta, viendo las estrellas. La decisión que había tomado ha desatado una euforia tranquila en mi pecho. Estar con ellos me hacía sentir libre.
Miré a mi lado. Jehane estaba durmiendo plácidamente, su respiración suave y rítmica.
—Creo que deberíamos irnos —susurré.
—Tranquilo, déjala descansar un poco.
—¿No duerme mucho?
—No. Se debe a que no se siente cómoda en cualquier lugar. Solo duerme cuando lo está. —Félix se giró para mirarme—. Al parecer, tú la haces dormir. Tu presencia la calma de alguna manera.
—Cada persona es un mundo. —Miré lo hermosa que era—. Yo detesto estar en lugares nuevos o que sé que no me pertenecen.
—Y yo detesto estar en un lugar desordenado y sin armonía. —Félix me miró de lado—. ¿Estás completamente seguro de terminar con Irene por nosotros?
—Sí, totalmente. Estar con ella fue solo un pasatiempo. Sabía que nunca duraríamos por nuestras personalidades.
—No me refiero a eso. Sé muy bien cómo es ella y los juegos que hace con Abby. Hablo de su familia. Son muy influyentes en la medicina de este país.
—Lo sé, pero no tengo miedo. No voy a permitir que otras personas me hagan infeliz. Si algo sucede, ya veré cómo manejarlo.
—Eso es muy maduro de tu parte. Ojalá yo pudiera ser tan decidido como tú.
—¿Lo dices por tu familia?
—Sí. A veces me gustaría enfrentarlos y marcharme, pero no tengo la valentía. Me da miedo lo que puedan llegar a hacerme.
—No creo que Jehane lo permita.
—Aun así, no quiero problemas.
—Te comprendo. Es difícil soportarlo por el bien de todos.