Solo pienso en tu seguridad. Capítulo 9

704 Words
El comedor está en silencio, pero no es un silencio normal. Es denso, como si las paredes supieran que algo está a punto de romperse. Maximiliano no deja de mirarme, y yo tampoco puedo apartar la vista de él. Siento su mirada quemando mi piel, examinándome, reconociendo algo que yo no entiendo. Hay una conexión que no debería existir… pero está ahí, latiendo, peligrosa. Sebastián se aclara la garganta, nervioso. —Tío… creo que deberíamos decirle la verdad. Maximiliano aprieta la mandíbula. No quiere. Lo sé. Sus ojos se vuelven fríos, pero debajo de ese hielo veo algo más: dolor. Y miedo. Un miedo profundo. —Mateo —empieza Sebastián, pero Maximiliano lo detiene con un gesto firme de su mano. —Yo se lo diré —dice con voz grave. El estómago se me aprieta. No sé por qué siento que estoy a segundos de perder el piso bajo mis pies. Maximiliano se acerca demasiado. —Tu padre… —exhala, como si la palabra pesara toneladas— no murió en un accidente. Siento un golpe en el pecho. —¿Qué…? —Fue eliminado —continúa él, con los ojos clavados en los míos—. Y no por cualquiera. Fue alguien que conocía a tu familia. Alguien que sabía dónde atacarlo, cuándo y por qué. Mi garganta se cierra. —¿Quién…? —pregunto con la voz hecha pedazos. Maximiliano baja la mirada un segundo, solo uno, como si fuera la primera vez que mostrara vulnerabilidad ante alguien. —Desde que te fuiste de Chile —dice—, tu padre se alejó de la mafia. Intentó limpiar el apellido… pero eso tiene un precio. Lo traicionaron. Lo entregaron. Lo cazaron. Y yo… —su voz se quiebra apenas— yo llegué tarde. El mundo se me derrumba. Mis piernas flaquean, pero antes de caer, dos manos fuertes me sujetan de la cintura. Manos calientes, firmes las de Maximiliano. Su toque me incendia, pero mi corazón duele demasiado como para entender esa mezcla. Respira —me ordena en un susurro ronco—. Mateo, mírame obedezco. Y entonces lo veo. En sus ojos hay ira, culpa… y un sentimiento extraño que no debería estar ahí. Un fuego que no entiendo. —Lo que te estoy diciendo… no debía decírtelo así —murmura cerca de mi oído—. Pero necesitabas saberlo. Merecías saberlo. Una lágrima me cae. Odio llorar frente a alguien, pero él no se aparta. Al contrario, me acerca más a su pecho, como si no pudiera evitarlo. —¿Por qué? —pregunto, mi voz apenas un hilo—. ¿Por qué no me lo dijeron antes? Maximiliano cierra los ojos. Respira hondo. Cuando vuelve a abrirlos, los tiene llenos de un dolor devastador. —Porque tu padre lo pidió —contesta—. Porque dijo que cuando volvieras… no quería que crecieras con odio. Quería que vivieras. Que fueras libre. No como nosotros. Las lágrimas siguen cayendo. Siento el pecho apretado, roto, lleno de vacío. Y entonces él hace algo que no esperaba. Su mano sube lentamente por mi espalda hasta mi nuca, sosteniéndome mientras me quiebro. Es un toque íntimo. Demasiado, sus labios rozan mi sien. Un gesto breve. Prohibido. Pero lleno de consuelo. Sebastián, a unos pasos, nos mira en silencio. No interviene. No dice nada. Sabe que no debe. Porque algo está pasando y ninguno de los dos puede detenerlo. —Mateo, susurra Maximiliano, con la voz más suave que le he escuchado jamás—, lo siento. Lo siento de verdad. Si hubiera llegado antes… si hubiera podido cambiar algo, lo abrazo sin pensarlo. Necesito sostenerme. Necesito no caer. Él se tensa. Todo su cuerpo se pone rígido… y luego se rinde. Sus brazos me envuelven con una fuerza desesperada, como si llevara años esperando este contacto. Estoy aquí, murmura contra mi cabello. Y por un instante, un solo instante, no pienso en que es mi tío. No pienso en la prohibición, no pienso en nada más que en el calor de su cuerpo y la seguridad que transmite. Aunque esté roto por dentro. Aunque yo también lo esté. Ese abrazo… es todo lo que tengo y todo lo que él parece necesitar.
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