El silencio en el salón es tan denso que puedo sentirlo pegado a la piel.
Maximiliano está allí, a solo unos pasos de mí, tan inmóvil que parece una estatua tallada en piedra… si las estatuas pudieran mirar como depredadores heridos. Sebastián respira hondo, como si sostuviera el cielo en los pulmones. Sabe que lo que va a decir lo destrozará todo. Yo trago saliva. Sebastián… ¿qué pasa? —mi voz suena pequeña, quebrada.
Mi hermano me mira. Después mira a Maximiliano y es ahí cuando lo sé.
La verdad tiene garras.
Teo, comienza Sebastián, con esa voz que solo usa cuando va a decir algo que me cambiará la vida… lo de papá… no fue un accidente. Siento que el suelo se abre bajo mis pies. ¿Lo mataron? Susurro, asiente.
Y entonces viene lo peor. Pero no fueron los rusos… ni los italianos, Sebastián cierra los puños. Fue… alguien de los nuestros. El mundo se detiene, siento un zumbido en los oídos.
Mis manos empiezan a temblar.
¿Cómo… cómo alguien de la familia podría…? No termino de hablar, no puedo. Maximiliano da un paso hacia mí. No me toca, pero la energía entre nosotros vibra, como si el aire supiera que algo prohibido está creciendo en silencio. Porque tu padre habla él, con esa voz grave que me incendia el pecho, estaba descubriendo algo que no debía. Alguien… cercano. Muy cercano.
Alguien a quien protegió, a quien amó como a un hijo.
El impacto me corta el aliento. ¿Un primo? Pregunto.
Niega con la cabeza, mi estómago se hunde.
¿Un tío? Maximiliano respira profundo… y por primera vez lo veo dudar.
Sí, la palabra cae como un disparo. Sebastián baja la mirada.
Y yo… Yo siento cómo el corazón me late tan fuerte que casi duele.
¿Quién? Susurro Maximiliano me mira, sus ojos azules se clavan en los míos, y por un segundo veo rabia, dolor y algo más oscuro, algo que no debería perturbarme tanto… pero lo hace.
Aún no lo sabemos, dice por fin. Pero tenemos sospechas.
Sebastián continúa: Tío Tomás desapareció el mismo día del “accidente”. Y su gente también, papá lo estaba investigando.
Y lo pagó.
Mi cuerpo se hunde contra la silla, no puedo respirar, no puedo pensar.
Mamá se suicidó… creyendo que papá había muerto por accidente.
Yo me fui del país… huyendo de sombras que no conocía.
Y todo fue por un monstruo con mi misma sangre, me cubro la cara con las manos, intentando no romperme y es ahí cuando ocurre, una mano firme se posa sobre mi hombro, la piel me arde, me tenso.
Maximiliano.
Siento cómo su presencia me envuelve sin tocar más que ese punto mínimo. Cómo su voz casi ronca susurra:
Mateo… no estás solo, me derrumbo por dentro. No puedo… no puedo con esto murmuró. Puedes, su tono se vuelve un mandato suave, irresistible—. Porque yo te voy a proteger. Levanto la mirada, sus ojos están allí, a centímetros, oscuros, intensos, peligrosos y por un instante, muy breve pero real, juro que veo deseo.
El tipo más letal de Chile, mi tío mirándome como si quisiera destruir todo lo que me lastime y todo lo que no.
Mi respiración se corta.
Sebastián carraspea, incómodo, Maximiliano se vuelve hacia él, pero antes de retirar la mano, su pulgar roza mi clavícula, un toque mínimo, un incendio total.
Aún falta lo peor, dice Sebastián, rompiendo el momento. El traidor, sabe que Mateo está de vuelta.
La sangre se me congela, Maximiliano aprieta la mandíbula. Y vendrá por él.
Tenemos que sacarlo de aquí.