—No se preocupe suegra yo entro. —¡Si es alguno de los sirvientes te juro que los despediré de una vez Rosa! Mientras que Yolanda se encontraba abajo en las amplias escaleras de la mansión, sus labios formaban una sonrisa sutil pero llena de malicia. En lo más profundo de su ser, sentía una furia desbordante al ver a Laura, aquella chica que le habían recomendado y llevado a la casa para trabajar como sirvienta, ahora casada con Antonio, usando ropa muy costosa. Le parecía intolerable que esa mujer hubiera utilizado algún tipo de artimaña para seducir a ese extraño joven, quien desde niño lo conoció como muy apegado a su religión y ahora hundido en la lascivia por culpa de esa “cualquiera” como ella le decía a Laura en silencio. En esas ocasiones en la que la pareja decidía pasar tiempo

