Con un agarre firme, Laura sostenía el miembr0 palpitante y húmedo de Antonio, arrodillada ante él. Observaba con una sonrisa cómo, de manera tímida, el moreno mantenía sus ojos cerrados, ansioso por ser complacido oralmente. «¡Oh, qué adorable es mi doctor, cerrando sus ojos así. Lo haré llegar al éxtasis con mi boca como nadie más lo ha hecho. Aunque este mundano, tan gordo como se ve, lo llevaré a que me salpique solo la cara y no la ropa!» Mientras tanto, Antonio, apretando los ojos con fuerza se sentía impotente y sin voluntad propia. Tragó saliva profundamente y en sus pensamientos se dijo a sí mismo: «¡Oh... Dios mío, ya me está tocando con sus manos y estoy lleno de saliva! ¡Sé que lo que estoy a punto de hacer está mal, pero fue mi culpa por tocarla de esa manera. Así que, debo

