CAPÍTULO UNO

3074 Words
13 de agosto del 2020 3:30 am Una familiar ola de calor recorrió toda mi espalda hasta parar en mis muslos internos, el sudor estaba convirtiéndose en una segunda piel y mi respiración parecía una rítmica y casi trágica canción. No podía moverme, pero aun así mis ojos se paseaban por toda la habitación, tratando de manera nefasta visualizar un objeto que pudiese ayudarme a terminar con éste martirio. Como si alguna parte de mi deseara que la telepatía funcionara en ese momento. Estaba completamente segura de que mi pálida piel tenía manchas rojas debido a la alta temperatura a la que estaba sometida, mis lágrimas se deslizaban por mis mejillas tan rápido que salían una tras otra como si de una competencia se tratase. No logró entenderlo, ¿por qué a mí?, ¿estoy demente o muy cerca de la realidad? Muchas preguntas sin sentido empezaron a formularse, muchas ideas incrementaron y ningún tipo de respuesta llegó. No sé si Dios existe, pero desde luego que esto que esto que estoy pasando va del poder de alguien superior Traté de gritar pero estaba congelada, no del miedo, no de pánico sino de algo inexplicable. Dos semanas sin poder dormir, y cada vez que lograba hacerlo, mi mente se embargaba de abstractas pesadillas acerca de llamas, dolor e incluso lujuria. Sentí como una pequeña ráfaga de aire fría recorrió mi columna, entonces allí supe lo que sucedería a continuación, mi respiración se volvió más pesada  y mis latidos podrían comprarse con los sonidos de un tambor en pleno rito. De la luz casi opaca del balcón, ese ya reconocido hombre alto de tez blanca salió de allí, con su vestimenta oscura y su mirada roja cargada de cinismo, mi estómago se revolvió e intenté zafarme de la posición en la que esa parálisis invisible me aprisionaba, pero todo fue en vano. Con una pequeña risilla y caminando en mi habitación, el hombre de prominente estatura se recostó en el umbral de la puerta del baño, y con un pequeño chasquido de sus dedos, la habitación se iluminó con una impresionante luz roja. Dándole un tono vampírico y causando que me estremeciera del miedo. -¡Oh Ciara!, no sabes cuánto esperé éste momento.- De todas sus visitas, ésta era la primera vez que hablaba, mis parálisis del sueño consistían en quedarme allí como estatua y él sólo se limitaba a observarme, sin embargo, escuchar su voz profunda hizo que todo se sintiera aún más irreal.- ¡Dulces veintitrés! Chasqueó sus dedos y mi cuerpo se suavizó, la tensión desapareció y la sangre fluía con rapidez. Le dirigí una confusa mirada y fruncí el ceño, él en cambió soltó una gutural carcajada que erizo cada vello de mí. -Parece que alguien no logra recordarme. -No, eres un producto de mi imaginación. No eres real.- Mi voz sonó rasposa, casi adolorida, al igual que cada parte de mi.- Casi sin fuerzas rodé sobre mi cuerpo y  cerré mis ojos, esto debía ser una pesadilla. Éste hombre no es real, sólo es un mal sueño secuela de ésta terrible condición mental. 6:23 am El ruidoso despertador hizo eco en toda la habitación, causando que una fuerte punzada en la parte izquierda de mi cabeza se prolongue por un minuto. Estaba exhausta de mi insomnio y mi estabilidad mental parecía caminar por una cuerda floja, son ocho años, ocho malditos años teniendo ésta pésima visitas de parte de éste ser. Cuando cumplí catorce años hice visitas a diversos médicos, en una etapa de mi vida me llegaron a diagnosticar Narcolepsia, ansiedad e incluso depresión. Pero, a medida que fui creciendo aprendí a ocultar esas anomalías que forman parte de mis noches y días, mis padres y hermanas piensan que soy una adulta completamente funcional de veintitrés años. Cuando la realidad es que lloró y no puedo explicar sin sonar como demente lo que me sucede. Me di por vencida a los diecinueve años con lo que respecta mi salud mental, cuando el hombre robusto y alto de ojos rojos inició sus visitas, sabía que si relataba esos sucesos a mi psicólogo, terminaría en un psiquiatra. Así que aprendí a dominar mi mente y a disociar la realidad con las alucinaciones que en la madrugada invadían mi mente y atormentaban mi cuerpo. Hoy es mi cumpleaños número veintitrés, y no puedo estar más satisfecha del trabajo titánico que he realizado conmigo misma, logré graduarme en la universidad como comunicadora social el año pasado, ahora trabajo como asistente administrativo en una de las editoriales más importantes de Seattle y tengo más ambiciones. ¡Para una esquizofrénica eso es un maldito diez en la vida! Con pasos casi perezosos y con unas ojeras que podrían hacerse pasar por hematomas, me dirigí a la cocina con un cansancio mental devastador. No tenía ánimos de comer y mucho menos de cocinar, pero debía hacerlo si quería engañar al resto o por lo menos convencerlos de que estoy bien. Tomé el primer jugo que encontré en el frigorífico y serví un tazón de cereales, necesitaba comer cualquier cosa que pudiese engañar a mi estómago y a mí misma. No tenía ni un poco de hambre, pero si no comía mi estado podría ir de mal en peor. Y moriría e incluso antes de los veintisiete, ni quiera lograría entrar al famoso club.   A lo que el reloj marcó las siete, salí despedida del departamento tan deprisa como pude, me tardé bastante retocando mi maquillaje para dar la impresión de que realmente pasé una plácida noche y no una tortura. Con mis tacones punta fina y mi falda lápiz, subí al metro, pasando desapercibida entre tanta gente y convirtiéndome en parte de la multitud. Revisé mi teléfono y mi bandeja de mensajes estaba repleta de mensaje de mis amigos. Amigos. Todo éste campo de concentración del cual mi mente me ha hecho prisionera, me ha costado muchas cosas, incluyendo lo reducido que es mi grupo social y lo alejada que me he mantenido de las relaciones que exijan compromiso y grandes responsabilidades afectivas. Mi salud era primero, y no, no es ser egoísta, de hecho estoy siendo lo bastante bondadosa como para no arrastrar a ésta mierda a alguien que busca estabilidad en una pareja. Todos murmuran lo mismo, ¿Por qué Ciara siendo tan apuesta no tiene pareja? ¿Es lesbiana? ¿Espera el hombre ideal? Tantas preguntas que no lograrían acertar con la respuesta correcta.  Una salud mental de porquería. Cuando el metro llegó a mi destino, me deslicé tan rápido entre la multitud que no sé cómo la ingenié para no tropezarme. Una vez estuve al frente del gran edificio, ingresé con pasos más calmados, saludé a mis compañeros y me senté en mi pequeña oficina situada en el pasillo principal. Hoy era un día importante para Smitherd Proders, el dueño vendría a supervisar uno de los proyectos más importantes pautados para éste mes y el próximo, jamás he visto al Señor Bianco, hasta donde sé vendrá su hijo mayor, o eso había escuchado en un parloteo de pasillos, aunque aquí suelen cotillear demasiado, realmente dudo todo lo que dicen. Comencé a revisar todas las carpetas que reposaban sobre mi escritorio de manera desordenada, mi jefa, la señora Pamela Arnold, tenía la incómoda costumbre de dejarme trabajo extra sin  yo estar al tanto. No quería refutar al respecto, porque sabía casi que por inercia montaría un numerito innecesario. Así es como funcionan las cosas en un mundo de oportunidades, y no quería estropear ésta gran hazaña que había conseguido por mis propios méritos. Mi teléfono empezó a vibrar escandalosamente en mi cartera, lo tomé deprisa y noté que era un número desconocido, con el ceño fruncido y demasiada extrañeza contesté. -Buen día, ¿con quién hablo? Un sonido como de metales chocando entre sí llegó a mis oídos, el chillido fue tal que tuve que despegar el teléfono de mi sentido auditivo y maldecir en un murmuro. ¿Qué diablos le sucedía a la gente? De seguro era algún idiota haciendo una broma pesada, corté la llamada inmediatamente y noté que había muchos mensajes en bandeja. Y para colmo, del mismo número desconocido. *Feliz  cumpleaños, no creas que te he olvidado* Luego empecé a deslizar y noté que en mis diversas r************* familia y amigos me felicitaron por mi cumpleaños, joder, como odiaba mi cumpleaños. Suele ser el día en que tengo más interacción social, y eso no me gusta ni un poco. Antes de que pudiese responder, una llamada entrante apareció en pantalla. Mamá. -¿Quién está de cumpleaños hoy?-Con voz cantarina y una respiración tan calmada, mi madre siempre era lo único que me daba confort con sólo existir. Y puedo apostar que ella no estaba al tanto de ello.- -Bueno, de hecho todos los días cumple mucha gente.- Reí entre dientes tratando de sacarle una carcajada, y no fallé en el intento. -Eres la única que me importa el día de hoy.-Suspiro. -¿Sólo te importo hoy? ¿Los otros días no? -Bromeé sonriente mirando las carpetas, tratando de disociar y no causar un desorden o equivocación.- -Te amo todos los días mi pequeña Ciara. ¿Cuándo vendrás a casa? Esa pregunta, tenía una respuesta muy simple, “trabajo aquí ahora, mi vida está en Seattle y no en Forks madre”. Pero, la realidad es que quiero tomar distancia lo máximo posible, sin caer en el olvido. Para mí ha sido muy difícil mantenerme a la línea de todo, odio tener que limitarme para no perder mi poca libertad. Sé que si expreso  todo lo que he vivido inmediatamente perderé todo lo que he construido, mi madre en el fondo sabe que algo me incómoda e incluso perturba, pero desde niña he domado el arte de ocultar mis emociones. Por eso a ella se le hace sumamente difícil percibir cuando me ocurre algo que me haga sentir en un torbellino sin salida. -No lo sé, tal vez haga una escapada un fin de semana o algo así. -Aquí te extrañamos mucho, sé que tu trabajo te consume, y estamos orgullosos de ti por eso. -Lo sé, y los amo. Prometo que tendré un tiempo e iré.- Mi voz sonó melosa y cargada de promesa, ya lo prometí, ahora debía cumplirlo.- -Ya no lo pongo en duda, sé que cuando prometes es porque lo harás, ya te dejaré, debo hacer unos asuntos. -Te amo mamá. -Yo más mi pequeña Cici. Colgó y sentí un repentino vacío, ésta doble vida me estaba desconcertando, mi mayor miedo era llegar a la locura máxima y no tener ni la más mínima noción de lo que yo soy. Y por los vientos que soplan, estoy transitando en ese camino. No sé qué será de mí, ya estoy cansada de buscar  ayuda profesional y no den un diagnostico congruente con mi situación. Las pesadillas, las apariciones, moretones y voces son síntomas de esquizofrenia, y lo peor, es que eso no lo hacía yo, nada de eso lo causaba yo. Y mi mente no creo que tenga tal poder de hacer palpable su dolor, o no sé. Lo único que sé es que no sé nada. Y eso me frustra de tal manera que me desanima por completo, perdiendo todo matiz de esperanza. -¡Hola Ciara! Con una voz cantarina e irradiando un entusiasmo que ni yo tendría en mis mejores días, Leila la asistente del departamento de finanzas, entro con su llamativo atuendo amarillo, tan vivaz como su actitud optimista. Una actitud bastante fastidiosa para alguien como yo, que no veo nada de algún color. Todo es gris. -¡Hola Leila! ¿Todo bien? -Es tu cumpleaños tonta, obvio que todo va espectacular.- Da un pequeño brinco y se abalanza hacia mi rodeándome con sus brazos, planta un ansioso beso en mi mejilla izquierda y empieza a balancearme de un lado a otro entre sus brazos-  Sonríe, hoy Dios te regala un año más de vida. Dios, por supuesto, ese hombre tiene una gran deuda conmigo. -Si claro.-Digo y termino el abrazo, acomodando mi camisa y soltando una risilla.- Estoy más que agradecida, de hecho, me siento bastante afortunada. -Es más que obvio que no vendría con las manos vacías. De su bolsillo sacó una pequeña cajita de terciopelo azul, sabía que Leila proviene de una familia bastante acomodada, pero esperó que no haya exagerado en cuanto al valor monetario de mi regalo. -Ten, quiero que lo uses desde ya.- Me tendió la pequeña caja y la tomé.-  Es tan delicado y feroz como tú. Reí y abrí la pequeña caja, quedé anonada ante la diminuta preciosura  que observaba. Era un hermoso collar, de color dorado, no sé si era fantasía o de oro. Pero el pequeño dije de águila me enamoró de inmediato, era perfecto. -Qué lindo.-Susurre encantada. -Es un ave majestuosa, observadora y bastante leal a sí mismo y a su pareja. Al poco tiempo que te conozco, observas más de lo que hablas. Le dirigí una mirada elocuente y sonreí, había subestimado bastante a Leila, pensé que siempre parloteaba optimismo y no prestaba atención a las pequeñas cosas. -Ven, vamos. Todos debemos estar en recepción. El hijo mayor del señor Bianco llegará en cualquier momento y quiere que todos lo recibamos. Me levanté de mi asiento y la seguí, guarde la pequeña caja en el bolsillo de mi falda y tomé su brazo para mantener nuestros pasos a la par. -¿Es cierto que vendrá entonces? Pensé que era un simple chisme.  -Querida, aquí los chismes no son simples, si no fuesen reales tendrían más acción. -Aquí nunca se sabe Leila. Al llegar a recepción  todo el personal estaba allí, cuchicheando y moviéndose de manera inquieta por toda la amplia sala, crucé mis brazos y bufé. La falta de sueño causaba que mi nivel de tolerancia hacia las personas llegara a cero. -¿Al menos puedes disimular un poco tu odio por la humanidad? Jeremy, el chico de recursos humanos susurró en mi oído, me sobresalté y reí al darme cuenta que en ocasiones puedo ser bastante obvia, besó mi mejilla y me deseó feliz cumpleaños. -¡Es viernes!, alócate un poco, veintitrés no se cumplen todos los días. Va a sonar muy suicida, pero si todos mis cumpleaños serán así, entonces no quiero cumplir más. -Sí, eso trato. -Es primera vez para ti y para todos, Bastian Bianco jamás ha venido a éstas instalaciones. Bueno –Mordió su labio inferior e hizo un gesto pensativo- No en éstos tres años que he trabajado aquí. -Yo igual.-Intervino Leila mirándonos con sus grandes ojos almendrados.- Pero he visto muchas fotos de él, es todo un Adonis.- Susurro en un tono coqueto, lo cual hizo que soltará una risilla.- Parece más un modelo Gucci que un empresario. -Ni siquiera sabía que el dueño tiene hijos.- Dije colocando mis manos en mi cadera.- Debe ser un proyecto bastante importante para que esté él aquí. -No lo pongo en duda.-Respondió Jeremy.- Pero saliendo del tema, ¿qué harás hoy? -Cierto, es viernes y tengo muchas ganas de salir a parrandear.- Leila movió su rojizo cabello e hizo un extraño ademán con sus manos, imitando un pequeño paso de baile.- No puedes negarte querida, es viernes. Maldito día de cumpleaños, salir incluía bailar, beber y ver ese espectro o producto imaginario supervisar el mínimo movimiento que mi persona hiciera, sin embargo, a éstas alturas, era poco razonable rechazarlos. Quizás entre copas lograría olvidarme un poco de  todo. -Sí, bueno, podríamos hacer algo.-Aunque mi voz tenía un tono decisivo, muy en el fono estaba insegura. Copas e insomnio no serían una buena mezcla.- Deberíamos ir a un club o algo así o primero a un restaurante. No soy buena eligiendo la verdad.-Reí. -Tienes suerte de tenernos, somos los reyes de la noche aquí en Seattle.-Respondió Jeremy con elocuencia. Sonreí y entonces ocurrió algo que jamás pensé que pasaría, el calor arrollador que me martirizaba por las noches se hizo palpable en esos momentos, me removí disimulando mi incomodidad y temí ver cosas que no quería. Mi camisa de  botones empezó a fastidiarme, el calor parecía querer matarme, tan rápido y demoledor que empezaba a sentirme mareada. Estaba segura que podría morir allí y nadie lo notaría. -El señor Bianco ya entrará en las instalaciones.-Dijo con voz serena la chica de recepción. Tenía que ser una broma, justo el primer día en que venía una persona importante, el mundo conspiraba en mi contra. O mi mente para ser más lógica. Las grandes puertas se abrieron y entró un grupo de hombres en trajes de diversas tonalidades oscuras, no resistí y me dirigí al filtro de agua más cercano que se ubicaba en los pasillos. En menos de cinco minutos tomé tres vasos de agua fresca, aun así, mi sed no logró disiparse. Resignada y fingiendo la mayor calma posible, caminé y me integré nuevamente al grupo. -¿Te ocurre algo? Tu piel luce bastante rojiza.- Jeremy me susurró bastante preocupado, su mirada estudiaba mi rostro meticulosamente. Seguramente me veía bastante mal.- ¿Algo te ha caído mal y eres alérgica? -No lo sé.-Susurré apenas, mi voz se volvió densa al igual que mi respiración.- Pueda que sí. Jeremy desvió su mirada y una voz bastante profunda se hizo escuchar en todo el salón, esa voz la reconocía, miré y un hombre alto y robusto charlaba con una fluidez exquisita, su espalda era ancha y  no lograba ver su rostro, pero por la forma en la que se expresaba deduje que era el codiciado hijo mayor de los Bianco, Bastián.  Cuando giró sobre sus propios talones, nuestras miradas se toparon, el miedo viajó en mí en tiempo récord, sus malévolos ojos celestes no eran rojos como la noche anterior, aunque estábamos a una distancia bastante favorable para mí, pude notar el cinismo en su mirada, tuve el instinto de salir corriendo y mis piernas parecían no responder a las señales que le enviaba. -Es un bombón, se los dije. –Leila murmuró tan bajo que a duras penas la escuché y le agradecí por distraerme. No podía creerlo, Bástian Bianco era el nombre de mi mayor pesadilla. Un demonio plasmado en mi realidad, no podía darme el lujo de preguntarle, quizás mi mente me estaba jugando una pesada. O quizás, sólo quizás, la realidad siempre fue ésta. Una locura. 
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