Capítulo 1

3074 Words
Entre a la casa por la puerta del frente en veloz carrera, cruce la sala y pase por debajo de la mesa del comedor, tratando de darle alcance al viejo gato; cuando salí al otro extremo de la mesa, mi padre me agarro por la cintura y me levanto en el aire diciendo:     - ¡Aja, te atrape!; ¿Por qué quieres espantar el gato?    -Es que no quiero que persiga a mi ratoncito que está en el jardín –respondí.    -Yo también perseguiré a este ratoncito que tengo en los brazos – dijo mi padre levantándome más arriba de su cabeza.    Cuando estaba con el me sentía protegido; yo era su centro de atención, y él se sentía orgulloso de que su hijo mayor fuera un varón. Para ese momento tendría yo cuatro años, y una hermanita dos años menor que yo. Mi padre era agricultor, y vivíamos en una pequeña granja muy cercana al pueblo, tenía un caballo que era su medio de transporte, y cuando era tiempo de cosecha, le enganchaba una carreta para llevar sus productos al mercado del pueblo, y mi padre siempre me llevaba montado en el caballo, y a todos les decía: Este es mi hijo mayor, se llama Sebastián; le brillaban los ojos de placer cuando le decían: es igualito a su padre.     Mi padre era de piel bastante clara, curtida por el sol del campo, uno setenta y cinco de estatura y de contextura delgada; tenía los ojos marrones, el cabello castaño y canoso, y usaba un fino bigote, que siempre llevaba muy bien delineado. Él era bastante mayor, tenía cincuenta y cinco años; no era una persona muy fuerte, más bien un poco frágil, pero trabajaba muy fuerte para sostener a su familia, de la que se sentía muy satisfecho. Yo físicamente, me parezco bastante a mi padre, pero con la piel algo más morena y una contextura más fuerte, heredada de mi madre.      Mi madre era, de piel bastante morena, de contextura fuerte; su cabello era oscuro, el cual usaba suelto y largo, y era un poco encrespado, tenía uno setenta de estatura, ojos oscuros, nariz algo redondeada y labios un poco carnosos; en general, tenía una belleza muy singular, no se reía mucho, tampoco era muy dada a expresar sus sentimientos, poco habladora, pero muy trabajadora; era la encargada de llevar la economía en el hogar y mi padre confiaba ciegamente en ella;  mi madre tenía veinticinco  años.  Estos matrimonios tan desiguales en edad, eran arreglados generalmente por los padres de las jovencitas, porque según ellos, eso le daba estabilidad al hogar.      Mi padre siempre contaba una breve historia, de cómo había conocido a mi madre; decía que él había trabajado en una mina de diamantes, pero cuando esta estaba prácticamente agotada, por lo que no hubo mucha suerte en su búsqueda; encontró unos cuantos diamantes, pero muy pequeños y los tenía que vender a la salida de la mina como condición para dejarle trabajar en ella; se los pagaban a muy bajos precios, lo que alcanzaba solo para sostenerse en la mina, por lo que un día, después de haber recolectado varias piedritas, las vendió guardándose una, y le manifestó al comprador que se marchaba de la mina para dedicarse a la agricultura, al preguntarle este, si tenía tierras donde trabajar ,le dijo que no,  y  él le dijo que su jefe arrendaba terrenos para la agricultura, y le dio una nota escrita enviándolo a su jefe. Fue así como comenzó a trabajar la tierra en una pequeña finca, arrendada por su dueño Gerardo Pascuale.     Después de un año trabajando la agricultura, conoció a un matrimonio de bastante edad, quienes tenían una hermosa hija de diecinueve años y comenzó a frecuentarlos. En su estrategia de conquista, un día le obsequio al matrimonio, la pequeña piedrita de diamante que había guardado, quienes, a partir de ese momento, comenzaron a verle como un buen candidato para desposar a su hija. Unos días después le regalo a la muchacha unos vestidos nuevos y con eso, quedo formalizado el noviazgo y en muy poco tiempo, se casaron ante la autoridad civil y se la llevo a la finca.     Esa historia siempre la contaba mi padre, orgulloso de su gran Azaña, de haber conquistado una mujer tan hermosa. Mi madre, por esa gran diferencia de edad, lo veía a él, más como un padre que como un esposo.       Como la tierra donde vivíamos no era nuestra, sino de un señor italiano llamado Gerardo Páscuale, mi padre tenía que entregarle, casi la mitad de la cosecha, por concepto de arrendamiento. Cuando yo cumplí cinco años, mi padre estuvo enfermo por unos meses y apenas pudo cultivar una pequeña porción de la tierra. A finales de año, recogió la poca cosecha que había obtenido y la guardo para venderla en el mercado del pueblo en días posteriores. En esos días vinieron los hombres del italiano, dueño de la tierra, a cobrar su parte de la cosecha que le correspondía por arrendamiento y mi padre, tratando de exponerles su situación, termino en una fuerte discusión con ellos, y lo maltrataron dejándolo tirado en el suelo, y acto seguido se llevaron toda la cosecha, dejando apenas algo que alcanzaría para comer solo algunos días. A raíz de esto, mi padre empeoro en su enfermedad, poco a poco dejo de jugar conmigo y la sonrisa que me regalaba a cada momento, se fue apagando, hasta que un día no se levantó más. Mi madre lloraba mucho por las noches, donde mi padre no la escuchara. Todos los días que estuvo enfermo, yo me asomaba a su cuarto por las mañanas, imaginando que lo encontraría arreglando sus bigotes que tanto cuidaba, pero nada de esto pasaba; solo estaba en la cama casi sin moverse. Muchas veces me sentaba en el borde de su cama, y lo abrazaba, poniendo mi cabeza sobre su pecho por un rato y al mirar su rostro veía unas lágrimas, que iban a caer a la almohada, yo le pasaba mi mano por la cabeza, queriendo aliviar aquello que tanto debía dolerle, porque nunca lo había visto llorando; no sabía que eran su alma y su corazón, los que lloraban silenciosamente. Una mañana, amaneció sin vida; la gente decía, que finalmente, lo había matado un infarto; yo no entendía, y preguntaba cómo había entrado un infarto a la casa por la noche, si las puertas estaban cerradas, pensando que era una fiera muy grande que lo había atacado, pero luego me explicaron que solamente se le había detenido el corazón.       Cuando mi padre murió, mi madre más que sentirse viuda, se sentía huérfana; eso era muy común; las viudas huérfanas. Así pues, quedamos huérfanos, mi madre, mi hermanita y yo, más otra niña que crecía en la barriga de mi madre, que nacería en poco tiempo, en calidad también de huérfana.      Este cambio brusco de status, me encontró con seis años de edad, y me paso sin ningún protocolo de niño mimado y protegido por mi padre, a un niño huérfano y desasistido; mi madre ya no tuvo tiempo para mimos, apenas tuvo tiempo para llorar a su esposo / padre; había que alimentar a una familia, y su llanto quedo relegado para las noches de insomnio  Habiéndose agotado los alimentos en la despensa, después de la muerte de mi padre, mi madre sin otra alternativa, opto por irse al mercado del pueblo, donde ofrecía su ayuda a los comerciantes, a cambio de alimentos para sostener a la familia; todos los días mi madre, se iba a pie de la granja al pueblo, llevando a cuestas lo único que había heredado: dos hijos que mantener y una criatura creciéndole en la barriga, y un título de: oficios del hogar.     Regresábamos casi siempre por la noche. Un día llegando bastante tarde, encontramos a una nueva familia en la casa y nuestras pocas pertenencias estaban fuera; ya el caballo y la carreta los había vendido mi madre, durante la enfermedad de mi padre. Los nuevos inquilinos, nos explicaron, que el dueño de la finca, se las había arrendado y aquel día los había dejado instalados allí. Una familia, que era amiga de mi padre, nos permitió quedarnos, en una humilde vivienda en el pueblo, que ya no usaban, la cual tenía dos cuartos     Mientras mi madre trabajaba y cuidaba a su niña pequeña, yo me escapaba a recorrer el mercado y en poco tiempo aprendí a pedir comida y también a hurtar pequeñas cosas, como frutas y galletas.                                              Cuando a mi madre le llegó el momento de parir, una señora bondadosa, se ofreció para ayudarla, y se llevó a mi hermanita para cuidarla por unos días y yo me quede acompañando a mi madre. No sé en qué momento sucedió, pero a la mañana siguiente, me despertó el llanto de una beba que estaba en la cama de mi madre. Ella tuvo que quedarse en la casa por unos días, mientras se reponía del parto. Yo sabía ya cómo llegar al mercado donde practicaba mi rutina diaria de pedir y hurtar algunas cosas; en algunos lugares ya no era bienvenido, y en otros, me regalaban frutas muy maduras y panes viejos, que me alcanzaban para comer y llevarle a mi madre; ella comenzó a llamarme, el hombrecito de la casa y este era un alago que a mí me gustaba, porque me hacía sentir más grande y de alguna manera esto motivo en mí, un tácito compromiso de ayudar a mi madre.      La señora bondadosa que se había llevado a mi hermanita para cuidarla por unos días, vivía con su esposo, eran de edad madura y no tenían hijos; nunca devolvieron a mi hermanita y mi madre no hizo ningún esfuerzo, para tratar de traerla nuevamente a la casa; sabía que con ellos tendría mejores oportunidades     Sintiéndose menos cargada, su mayor atención se centró en mi hermanita menor. Cuando ella cumplió dos años, yo había cumplido ya ocho años y era una especie de niño emancipado con el título de hombrecito de la casa. Me sentía como parte importante en aquel trio familiar y como corresponsable de la crianza de mi hermanita. Casi siempre llegaba a casa por la noche y mi madre ya estaba acostada en su cuarto, algunas veces se levantaba por la noche, cuando ya estaba dormido y me arropaba, y esa era una de sus más grandes expresiones de amor maternal hacia mí.        Un día, comenzó a visitarla un hombre, como de su propia edad, y yo me sentía un tanto celoso porque eso ponía en peligro, mi título de hombrecito de la casa; poco tiempo después, amaneció ese hombre en la cama de mi madre, y sin muchas explicaciones mi madre me dijo que ese era mi nuevo padre.      Yo, ya estaba acostumbrado, a andar por mi cuenta en la calle, y por ningún motivo estaba dispuesto a aceptar que mi madre quisiera poner una autoridad sobre mí, y tampoco entendía, porque mi madre quería tener un hombre en la casa; no entendía, que ella tenía veintisiete años, y que tenía otras necesidades, que tenía derecho a vivir y abrir su corazón, a quien quizás fuera su primer amor, porque mi padre, con toda seguridad, había sido su primer hombre, pero nunca su primer amor.      De lo que, si estaba bien claro, es que yo no necesitaba, a un nuevo papa, y no estaba dispuesto a aceptarlo; ese día, sentí que mi madre me había cambiado, por un extraño, que ya no sería más el hombrecito de la casa; perdí esa motivación, que me vinculaba a ese sentimiento de ser parte de una familia; otra vez, me sentí huérfano e impotente, con un sentimiento de rabia, frustración y resentimiento que nunca había experimentado en mi corazón.      Desde ese momento sentí, que todos me habían abandonado, que el mundo me había quitado todo lo que amaba, y que todos habían sido muy injustos conmigo.      Aquel hombre comenzó a ejercer autoridad en mi casa, sobre mi familia, y yo cada vez me distanciaba más de ellos, venía a la casa , mas por la necesidad de una cama , que la de un hogar, y muchas veces ya me quedaba en la calle y mi madre igualmente como paso con mi hermanita, asumió que alguien me cuidaba; una noche ya no los encontré en casa, solo habían dejado una vieja foto de mi padre, pegada a la pared, unos vecinos me dijeron que se habían ido a la ciudad, y que pronto vendrían por mí, mientras yo pensaba con mucho rencor: ojala no vuelvan más. Aún no han regresado por mí, ni he sabido donde están.      Cada vez pedía menos y hurtaba más, me especializaba más en el arte de robar, aprendí a jugar juegos de azar y a hacer trampas; ya no hurtaba frutas y galletas; Ahora robaba, ropa, zapatos y cualquier artefacto que no fuera pesado y me permitiera correr y ya no lo hacía, en el mercado donde todos me conocían, desde que mi madre comenzó a trabajar en el mercado; todos ellos, conocían mi situación y muchos, sabiendo en que andaba, trataban de aconsejarme con amabilidad; eran como mi familia.      Allí en el mercado, había aprendido a leer y escribir, la señora Franshesca, tenía un pequeño negocio donde vendía manualidades, que ella misma bordaba y tejía, ya estaba jubilada, en su juventud había sido maestra, pero su vocación de enseñanza no aceptaba jubilación. A todo niño que asomaba la cabeza sobre su vitrina, ella le preguntaba ¿sabes leer y escribir?; yo sabía cómo era ella y no me asomaba por su negocio, pero como me veía siempre caminando por los alrededores, un día me llamó      – Hepa niño; ven acá-.        Mientras caminaba hacia ella me decía a mí mismo:     - ¡ya me atrapo la vieja! -.  Cuando me acerque a ella me sonrió y me regalo un caramelo e inmediatamente me dijo en un tono muy maternal:     - Hijo veo que tu no vas a la escuela ¿sabes leer y escribir? -.      Yo inmediatamente le dije que sí.     Pero ella con una sonrisa picarona, saco un abecedario de la vitrina y me lo mostro; Luego me dijo: dime donde está la ooo; lo dijo con tanto énfasis, que en sus labios se dibujó un círculo perfecto.      Otra vez me dije a mi mismo: - me volvió a pillar la vieja-.     Cuando comprobó que le mentía, con una gran sonrisa me dijo: pasa mañana temprano por acá que te voy a traer un rico sándwich.      Desde ese momento me cayó muy bien la señora Franshesca; todos los días me traía un sándwich, pero no me lo daba, hasta después que repasaba y escribía el abecedario con ella. Esa fue la única y mejor escuela que he tenido; entre los dos leíamos libros y novelas, y juntos nos reíamos. De cuando en cuando la visito, y ella sacando algún libro de su vitrina, me pone a leer algunos párrafos, y sus ojos se iluminan de satisfacción; siempre recuerdo con mucho agrado, su amabilidad y sabiduría.     Kayra, era una niña que conocí en mis correrías por ese mismo mercado; cuando venía los fines de semana con sus padres a vender frutas y legumbres que cosechaban en su finca. Yo pasaba por su negocio, y  ella me regalaba alguna fruta y a mí me gustaba quedarme hablando con ella y muchas veces nos escapábamos y corríamos por todo el mercado compitiendo siempre para ver quien corría más, era la única persona con quien compartí parte de mi infancia; siempre esperaba el fin de semana para encontrarme con ella; su piel  era blanca y un poco pelirroja,  sus ojos castaño claro y nariz perfilada, era alta y un tanto delgada, y siempre llevaba los cabellos recogidos en dos crinejas y así pues, fuimos creciendo juntos.      Cuando tomaba clases con la maestra Franshesca, ella siempre me decía, que era muy importante la apariencia personal, por lo que debía cuidar los aspectos de higiene y apariencia personal y con respecto a eso siempre trate de seguir sus consejos. La granja donde vivía Kayra, estaba cercana al pueblo y ya cuando estábamos más grandes, yo la visitaba por lo menos una vez a la semana y me esmeraba en mi presentación personal, me gustaba estar en su compañía, y sentía que el tiempo se me iba muy rápido estando con ella y cuando se aproximaba a mi como cuando éramos más niños, yo sentía una extraña y grata sensación, que deseaba que nunca se apartara de mí. Cuando venía al mercado ella les pedía permiso a sus padres y nos íbamos a la plaza donde paseábamos tomados de la mano y jugueteábamos como niños; nadie me parecía más bella y yo esperaba esos momentos con ansiedad. Un día que fui a visitarla en su casa , los encontré consternados y el padre tenía unos hematomas en el rostro, y me explicaron que había tenido un accidente; Kayra lloraba casi con desesperación y yo no sabía qué hacer para consolarla; cuando me despedí, ella apretó muy fuerte mis manos y quedo con lágrimas en sus ojos, cuando ya había caminado unos diez pasos, ella me llamo y cuando voltee para mirarla, vino corriendo hacia mí y me abrazo fuertemente por unos momentos y sus labios me besaron con mucha  intensidad y al soltarme me dijo:- nunca olvides que te amo-; y se volvió corriendo a su casa.      Realmente fue una grata sorpresa que me tomo muy desprevenido y dejo mi corazón muy acelerado; espere el fin de semana con gran ansiedad, pero no fueron al mercado; sintiéndome triste, pensé que el padre de Kayra aún no estaba bien y por eso no había venido; no podía esperar mucho tiempo para verla y al día siguiente me fui a su casa, llevándole unas golosinas; al llegar a su casa, estaba cerrada; supuse que habían ido al mercado para recuperar el fin de semana, pero comprobé decepcionado que no habían venido; al día siguiente volví a su casa, pero igualmente no estaban y así fui toda la semana y ya no los volví a ver, desesperado, trate de encontrar una explicación pero no pude entenderlo; se había marchado, dejando mi corazón destrozado por esa ausencia tan  inesperada  y entendí que aquel abrazo y aquel beso tan apasionado había sido una despedida; pero, ¿Por qué no me dijo nada?; me preguntaba.   
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