Roberta entró al hospital, al elevador y al cuarto de Rebecca hecha un nudo de nervios. Pero no, ella no había estado nerviosa todo el tiempo, en un inicio todo fue asombro, con la mirada fija en cada destrozado rincón de su casa, pero, conforme se comenzó a alejar de ese lugar, nació en su cabeza el delirio de persecución.
Y es que Roberta no lo podía dejar de pensar; apenas a medio día el destrozo se limitaba a las ventanas y la puerta, y ahora era toda su casa. Mientras más lo pensaba, más plausible le parecía a ella la idea de que Toribio, tras no poder ingresar a la casa, fue a algún lado a buscar herramienta para abrir la casa y hacer mucho más daño adentro.
Entonces, siguiendo esa línea de pensamiento, la posibilidad de que ese hombre, no conforme con destrozar la casa, él se hubiera apartado de la casa solo para conseguir con qué destrozarla a ella; temiendo eso, Roberta comenzó a correr al imaginarse que ese hombre la había visto salir de su casa y ahora la seguía con un arma que le arrancaría la vida.
Su mal hábito de imaginar los peores escenarios siempre desencadenaban en una terrible ansiedad, y ahora estaba ansiosa de llegar al que consideraba el único lugar seguro, porque eran pocas personas las que tenían acceso a ese lugar a donde se dirigía, y porque ese hombre había prometido darle un lugar seguro mientras trabajara con ellos.
De alguna manera, Rebecca había terminado abrazando a la joven que, aterrada, lloraba entre sus brazos, y sonrió a su amado, que le sonrió de regreso en la complicidad que tanto les distinguía como pareja.
—Eres el mejor —musitó Rebecca para el amor de su vida, sin que la joven en sus brazos supiera que todo lo malo que le estaba pasando era a causa de ese par que buscaron, de todas las maneras, arrastrarla a ese plan que crearon.
» Tranquila —pidió la falsa rubia, acariciando el cabello de la castaña—, todo está bien, todo está bien. Respira profundo y tranquilízate para que me puedas contar lo que pasó contigo.
Roberta hizo lo que la otra le proponía, comenzó a respirar profundo hasta que se tranquilizó lo suficiente como para poder hablar, entonces, entre hipidos y suspiros, la joven de casi veintiocho años le pudo contar a la mayor todo lo que había ocurrido.
» ¡Qué barbaridad! —exclamó Rebecca, que, de no ser por la experiencia adquirida en toda una vida ocultando sus emociones y sentimientos, se habría muerto de la risa porque ella sabía bien que nada era culpa del exnovio de su doble, todo era a causa de su amado—. Pero, ¿tú estás bien?
—Lo estoy —aseguró Roberta—, al menos físicamente, porque te juro que mis nervios son un desastre tremendo.
—¿Puedes traerle un té? —preguntó la falsa rubia y el hombre, al que le había hecho la pregunta y solicitud, asintió, dejando la habitación de su mujer—. Tranquila, Roberta, seguro todo se va a arreglar. Llamemos a la policía y...
—No —dijo la joven, resignada—. La policía no hará nada contra él si no lo encuentran cometiendo tal barbaridad, porque, incluso si lo tuviera en vídeo, que no lo tengo, sería difícil que lo tomaran como prueba contundente.
—Entonces, ¿qué piensas hacer? —preguntó Rebecca—. Nena, no puedes volver a ese lugar si ese tipo peligroso está ahí, rondando y destrozando todo sin escrúpulo alguno.
—Lo sé —aseguró Roberta, dispuesta a todo por protegerse, aunque tuviera que esconderse por el tiempo suficiente como para ganar valor de enfrentarse a todo otra vez, porque justo en ese momento no tenía la fuerza de hacerlo—, por eso vine... Rebecca, ¿puedo cambiar mi decisión de aceptar ser tú?
Rebecca apretó los dientes mientras obligaba a su mandíbula a mantenerse inmóvil, porque estaba punto de sonreír de oreja a oreja ahora que estaba obteniendo lo que tanto había querido tener de ella: un sí.
—Por supuesto —afirmó la mayor, conteniendo con todas sus ganas la emoción—, y, aunque no lo quisieras hacer, le pediría a Alessandro que te llevara a la casa, porque no puedes quedarte donde ese sujeto loco te pueda atrapar. No tienes que sentirte presionada por mi egoísta y absurda petición.
—No me siento presionada —aseguro Roberta—, pero, si voy a recibir algo, quiero dar algo a cambio también. Me sentiré más cómoda si los ayudo mientras me ayudan.
—Entiendo —aseguró Rebecca, sonriendo tímidamente—, ayudémonos mutuamente a salvar nuestras vidas como las conocemos y nos gustan: tranquilas.
Rebecca abrió los brazos para que esa joven la volviera a abrazar, entonces Roberta lo hizo y Rebecca sonrió descaradamente, como hacía rato que quería hacerlo, viendo a su amado sonreírle también, de la misma forma en que ella lo hacía.
Al final del día, gracias a que en la casa de Alessandro ya estaba acondicionada una habitación para que Rebecca estuviera cómoda y donde se pudiera estar monitoreando permanentemente a ella y su bebé, los tres, acompañados de una enfermera, que también viviría con ellos a partir de ese día, fueron a esa casa a la que pocos tenían acceso.
Roberta ayudó a Rebecca a acomodarse en la habitación, y luego de eso fue asignada a otra habitación, una que, hasta antes de la amenaza de aborto, había sido de Rebecca porque, si ella iba a ser Rebecca, tenía que sentirse como tal desde la comodidad de esa habitación.
Pero esa habitación no era del todo cómoda, Roberta lo supo cuando se dio cuenta de la magnitud de su decisión, y eso fue hasta que, en el silencio de la noche, pensó en todo, incluso en esa pequeña que ahora era su hija.
FLASHBACK
—Er... ¿Podrías acompañarme? —pidió Alessandro tras haber golpeado en dos ocasiones la puerta de la habitación de su esposa, esa que, en realidad, Rebecca solo usaba para arreglarse, porque solía dormir siempre con él.
Emilia asintió. Ella se sentía una completa extraña en ese lugar, así que, en realidad, no estaba del todo cómoda en que esa habitación que quería dejar atrás con cualquier excusa.
» Mañana vendrá alguien a enseñarte algunas cosas —informó Alessandro, que caminaba con la chica siguiendo sus pasos—, empezarás a las cinco y media con el gimnasio, Rebecca es una adicta al ejercicio, así que necesitamos que reafirmes un poco... espero tu amable cooperación.
Emilia volvió a asentir, sin lograr abrir la boca, porque, definitivamente, estaba aterrada con todo en esa casa; y lo que estaba por escuchar y ver la aterraría mucho más.
» Es aquí —declaró el hombre, deteniéndose detrás de una puerta que, a la mitad de ella, tenía una placa de madera rosa con el nombre de una niña, y que abrió dejando sin aire a su acompañante—. Ella es Estrella y, a partir de mañana, será tu hija hasta que Rebecca pueda dejar la cama.