Roberta se rio de sí misma en una burlona sonrisa de medio lado que ocultó, agachando la cabeza, del hombre que la recibió en su casa con la mirada más fría y desagradable que había visto en su vida.
«¿Qué estabas esperando, idiota?» se preguntó a sí misma, volviendo a sentir esa horrible opresión en el pecho que sintió cuando fue echada de ese lugar.
Roberta respiró profundo y miró arriba al escuchar un llanto conocido, y otro que desconocía, proviniendo de las habitaciones.
—Desde ahora eres ella —gruñó Alessandro, de nuevo, sin mirar a la joven pues, al parecer, solo la había volteado a ver recién entró para asegurarse de que era ella, así que ya no le interesaba más—, eres la madre de mis hijos y mi amada enfrente del mundo, donde nadie nos ve. Roberta, por favor, dentro de la casa ni siquiera digas mi nombre y mucho menos te me acerques.
Una punzada le atravesó la cabeza a la joven, empujándola a entrecerrar los ojos para intentar aminorar el dolor, pero eso no fue de ninguna ayuda, muy por el contrario, la chica sintió que el dolor se extendió hasta sus sienes y el puente de su nariz.
El llanto de los niños continuó y, al ver que ese hombre se dirigía al fondo de la casa, en lugar de a las habitaciones de la planta alta, entendió que ese hombre no se ocuparía de los niños, así que subió a por su amada Estrella y por ese nuevo bebé que, al parecer, sería su hijo también.
De camino arriba, sintiendo sus esperanzas desmoronándose, Roberta se preguntó una vez más qué era lo que había estado esperando de ese hombre cuando le pidió regresar.
Tal vez se confundió porque parecía obvio que las cosas no continuarían como antes, porque no había ahora una verdadera Rebecca Morelli con quien compartir esa vida.
Roberta pensó que tal vez ese pensamiento le hizo hacerse la idea de que ahora ella sería la verdadera Rebecca, y le emocionó poder ser la madre de Estrella, de nuevo, pero, sin duda alguna, lo que más le emocionaba era sentir que tendría una oportunidad con ese hombre que, definitivamente, le encantaba.
Pero estaba claro que, aunque ahora fuera ella, en realidad, ese hombre no la amaba a ella, ni la amaría jamás porque, si lo pensaba un poco, sería casi desagradable que él se enamorara de ella, claro, si eso no fuera un imposible.
—¡Mamá! —gritó la pequeña Estrella, viendo aparecer a Roberta frente a ella—... ¿Dónde estabas, mamita?
La pregunta de la niña le rompió el alma a la joven, quien solo le sonrió y corrió a abrazarla, presionándola contra sí misma y besando su cabeza.
—Fui a la tienda —explicó la joven, con su frente pegada a la frente de la pequeña, entonces la pequeña Estrella se abrazó a la mujer que creía era su madre y ambas suspiraron al mismo tiempo, provocando sonreír a la mayor.
—Bebé está llorando —declaró la pequeña y Roberta asintió.
A decir verdad, ella no era tan buena con los bebés tan pequeñitos. Si le preguntaban, prefería los niños cuando ya podían decir lo que les molestaba, dolía o querían, porque eso de adivinar no era lo suyo y la llenaba de frustración.
Pero ahora ella era la mamá de un pequeño que solo el cielo sabía por qué lloraba, pero que debía atender, así que bajó a Estrella, la tomó de la manita y, juntas, se dirigieron a la habitación en donde se escuchaba llorar a ese pequeño bebé para poder intentar acallar su llanto, dándole un poco de consuelo.
Chase, el pequeño hijo menor de Alessandro y Rebecca, se veía tan desprotegido que Roberta sintió un poco de pena por él, por eso, aun cuando jamás había tomado un bebé por su cuenta, levantó a ese pequeño de la cuna y se horrorizó al sentir su antebrazo humedeciéndose.
Esa era otra cosa que a Roberta no le gustaba de los niños pequeños; sin duda alguna, a ella le gustaban mucho más los niños que iban al baño por su cuenta, también.
—¿Quién la cambia el pañal a Chase? —preguntó Roberta, pensando que alguna de las criadas del lugar se había ocupado de los niños en ese par de días que ella fue y vino.
—No hay nadie en casa —informó la niña—, todos se fueron, papá les dijo que se fueran y nadie cuida de Shase ni de Trellita.
Roberta tembló, no sabía si de impotencia o de rabia, pero escuchar eso le molestaba demasiado. Y, aun cuando el hombre le advirtió que no le hablara para nada, ni se acercara a él, la joven fue a buscarlo, solo para encontrarlo ahogado de borracho, casi dormido, sollozando mientras abrazaba la fotografía de su amada Rebecca, recostado en el piso.
Roberta se preguntó si quería formar parte de eso, pero escuchar de Estrella que tenía hambre, e imaginarse que la niña no había comido en quien sabe cuánto tiempo, le dio dolor de estómago, por eso decidió darle cualquier cosa de la cocina a la pequeña, en lo que terminaba de limpiar al niño y de preparar algo para que todos comieran.
La tarde fue difícil, y la noche fue aún peor; sin embargo, todo era como un sueño del que sentía que pronto podría despertar, quizá por eso dejó que el tiempo continuara fluyendo.
Pero eso no era un sueño, y la frustración y el cansancio se comenzaron a acumular, haciendo que Roberta se sintiera de mal humor cada que escuchaba a ese niño llorar.
El día estaba iniciando, pero la luz del sol aún no se veía, y Chase ya estaba llorando otra vez a pesar de que apenas habían pasado un par de horas desde que la joven lo había dejado dormido en su cuna, así que apretó los dientes y empuñó las manos con tanta fuerza que sintió cómo su cuerpo se estremeció.
Necesitaba hacer algo pronto, o terminaría de verdad corriendo de ese lugar porque, lo que en un principio la motivó a atender a ese bebé, esa lástima por saberlo sin una madre, ya no era suficiente para soportar ser la madre de un recién nacido, llorón y ensucia pañales.
Con Estrella era diferente, claro que sí, porque no solo esa niña ya era su hija en su corazón, sino que era lo suficientemente mayor para ser autosuficiente en los aspectos más básicos, esos que la hacían completamente diferente del pobre Chase al que cargaba conteniendo su molestia.
Lo sabía, ella sabía que estaba haciendo mal al no ser tan paciente y tolerante como debería, pero simplemente no le nacía querer a ese niño que la tenía sin dormir y harta de vomitar cada que le tenía que cambiar un pañal.