CAPÍTULO 22

1184 Words
Alessandro abrió los ojos al escuchar su teléfono sonar con insistencia, la cabeza lo estaba matando y, a decir verdad, ya ni siquiera sabía qué día era. Desde la tarde en que llegó a casa y la encontró vacía con esa nota de Roberta donde le informaba que se había ido con su padre por unos días, él se dedicó a beber para poder sobrellevar lo que lo estaba matando. Él no podía creerse que Rebecca, su amada Rebecca, se hubiera ido para siempre, dejando atrás a sus hijos, su vida y todos esos sueños para el futuro que habían estado compartiendo y construyendo juntos. Entre más lo pensaba, todo se sentía cada vez más malo para él, pues él se sentía triste, impotente y enojado, pero no, no estaba enojado con Rebecca por haber muerto, estaba molesto consigo mismo por haber aceptado que esa impostora volviera a su vida; no, no solo lo había aceptado, él la había buscado y traído de vuelta, y eso lo mataba. Y es que cada que la veía en su corazón se clavaba algo. Roberta Franco era el recuerdo permanente de lo que él no recuperaría, era una dolorosa ilusión que ansiaba destrozar para ver si junto a ella su dolor desaparecía. Pero no era tan fácil. Ahora que ella era Rebecca Morelli, y que contaba con todo el apoyo de ese hombre que era su suegro, Alessandro no podía desquitar su ira contra esa mujer, como ansiaba; además, también estaba el hecho de que sus hijos necesitaban a esa mujer. La pobre Estrella había llorado por dos días cuando la impostora se fue, y luego de que ella regresara solo había sonreído. A Alessandro le molestaba ver a su amada hija amando a alguien que no era su madre, sobre todo cuando su madre ya no estaba ni estaría; pero eso era algo que la pequeña no sabía, por eso Estrella no comprendía la razón del enojo de su padre cada que ella amaba a su madre. Alessandro se llevó las manos a la frente, como si de esa manera pudiera contener su cabeza que se encontraba, según como él lo sentía, a punto de estallar; entonces respiró profundo, recordando lo último de ese sueño que lo había hecho llorar aún dormido. En su sueño Rebecca le había suplicado que no le hiciera daño a sus hijos, que los cuidara y amara el doble de lo que los quiso cuando estuvieron juntos y, tras mucho llanto de ambos, el sueño se tornó en una pesadilla, pues, luego de que Alessandro confesara que le dolía demasiado quererlos, Rebecca decidió llevárselos, y luego la vio desaparecer con sus hijos en los brazos. Alessandro tomó su teléfono, rechazó la llamada de su hermano, quien seguía insistiendo en contactar con él, seguramente por algo del trabajo, y le marcó a Roberto, a quien le preguntó por sus hijos, y supo así que ellos estaban bien, medio nerviosos y desubicados, posiblemente por el cambio de ambiente, pero estaban bastante bien. Y, fue también por Roberto Morelli, que Alessandro Bianco se enteró de que, quien no estaba nada bien, era Roberta, quien se estaba notando visiblemente desapegada a los pequeños, todo por la depresión en que estaba cayendo lenta y dolorosamente por culpa de su falso esposo que no la quería. —Tal vez, deberíamos enterar a todo el mundo de que Rebecca murió y liberar a Roberta de todo tu desprecio, porque es eso lo que la está lastimando —sugirió Roberto y el hombre al otro lado del teléfono no supo qué pensar. » De todas formas —continuó hablando el mayor—, ni la quieres, y los niños también están sufriendo por esto. Ven por tus hijos, me aseguraré de arreglar un funeral para Rebecca. —¡No! —pidió Alessandro, asustado—. Yo, no estaba bien, pero ahora puedo hacerlo mejor. Ellos la necesitan. Es mejor que todo siga igual. —No me funciona que siga igual —declaró el mayor tras suspirar—. Estás lastimando a mi hija, y ella a mis nietos. Eso es lo que quiero detener. —Roberta no es tu hija —farfulló Alessandro, un poco molesto por sentir que ese hombre se estaba inclinando por la impostora, como se le estaba haciendo costumbre llamarla. —Si lo es, Alessandro —informó Roberto—. Roberta Franco es mi hija, lo he comprobado con una prueba de paternidad, así que espero que te quede claro que voy a defenderla de todos, incluyéndote. Alessandro se quedó helado tras escuchar semejante confesión, aunque no fuera que no lo supiera, pero a él le gustaría poder seguir tratándola como una extraña, y ya no podía, pues ella era ahora, con todos los derechos, familia de sus hijos. —Entiendo —aseguró el hombre—, pero no es mi intención hacerle daño, por el contrario, le estaré siempre agradecido de lo que haga por mis hijos, y por todo lo que hizo por Rebecca mientras estuvo en cama, así que, por favor, solo dejemos las cosas como están, me encargaré de mejorarlo todo. Roberto lo pensó un poco. Para ser franco, él no se había esperado que su yerno le pidiera algo así, sobre todo luego de lo mal que se lo había hecho pasar a su hija menor; sin embargo, el hombre decidió confiar en él, creyendo que todo el daño que le hizo a Roberta Franco había sido culpa de su pena por haber perdido a su esposa. —De acuerdo —aceptó el anciano tras respirar realmente profundo—, pero, Alessandro, si yo sé que la hiciste sufrir, iré por ella y, de ser necesario, también por mis nietos. Así que deja el alcohol y céntrate en lo importante: hacer feliz a tu familia. Alessandro aceptó lo que el hombre le pedía, y entonces le prometió al padre de su difunta amada que él haría todo lo que en sus manos estuviera para que todo fuera mejor. Y es que, luego de soñar con Rebecca, quien le pidió que no se rindiera, y que hiciera que todo lo que juntos sacrificaron valiera la pena, Alessandro Bianco se levantó con solo un poco de fuerza de hacer lo que fuera necesario para, por lo menos, obtener la herencia de su abuelo, que fue algo por lo que mucho trabajaron ambos. La vida no sería fácil, eso era seguro, porque Alessandro a ratos se sentía vacío, como si nada importara, como si sus sueños e ilusiones se hubieran desvanecido en la nada; sin embargo, luego de un rato, justo de la nada, surgían montón de desagradables sensaciones que lo llenaban: ira, tristeza, impotencia, rabia y, sobre todo, ese profundo deseo de dejar de respirar para que todo dejara de doler. Iba a ser difícil, Alessandro lo sabía, pero en ese sueño tan surreal, tan doloroso y tan confortante, el hombre le prometió a Rebecca que, al menos mientras sus hijos lograban valerse por sí mismos, él se iba a esforzar al máximo por ellos, y eso es lo que él haría.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD