CAPÍTULO 25

1225 Words
Roberta no quería ser quien tocara el tema de su evidente distanciamiento como pareja con Alessandro, pero la ansiedad se la estaba comiendo, por eso decidió encarar a ese hombre; sin embargo, no fue sino hasta que se armó de valor, y eso le tomó mucho tiempo, además de que también debió encontrar el momento adecuado, uno en que sus hijos no se vieran involucrados. —¿Tienes una amante? —preguntó la falsa Rebecca que, luego de que los dos niños se durmieran, esperó a que su esposo saliera del baño en esa habitación de invitados en que el hombre se había estado quedando. Alessandro, confundido por lo repentino de la pregunta, no supo cómo responder, por eso solo vio a la joven aterrado y confundido, creando en ella la ilusión de que él se sentía descubierto. » ¿Estás planeando dejarme? —cuestionó ahora la joven y el aterrado rostro del hombre la empujó a comenzar a llorar—. ¿Por qué? Pensé que em amarías por el resto de mi vida... lo prometiste. Sí, Alessandro había jurado que amaría a Rebecca Morelli por el resto de su vida, pero esa joven que lloraba frente a él no era ella, no era el amor de su vida, no era a quien él había prometido amar para siempre. —¿De qué rayos estás hablando? —preguntó el hombre tras respirar profundo, intentando no perder la calma—. Por supuesto que no tengo una amante. ¿De dónde sacaste eso? —Del asco que sientes cada que te toco o beso —explicó la joven y el hombre se quedó sin aire, otra vez. Es decir, él no creyó que ella se hubiera dado cuenta, así que definitivamente tenía el derecho de sentirse frío tras escucharla mencionarlo. —No te tengo asco —aseguró el hombre, comenzando a angustiarse. Su matrimonio estaba a punto de irse al carajo, pero eso no era lo preocupante, lo que a ese hombre le preocupaba era que, si antes, cuando esa impostora no estaba con sus hijos, Roberto Morelli amenazó con quitarle a los niños, ahora que ella era su madre seguramente se los llevaría si Roberta, que creía ser Rebecca, decidía irse de ese lugar. —¿Ah no? —preguntó la joven, comenzando a lagrimear—, entonces, ¿cómo describirías la sensación que sientes cuando te abrazo o te beso? Porque, a mis ojos, tu expresión después de cada beso es puro asco. —No, por supuesto que no —aseguró Alessandro sin poder argumentar su negativa, porque sí, definitivamente en cada beso, abrazo y caricia de esa joven él se sentía asqueado, pero de verdad no era por ella, era por sí mismo, que sentía traicionar a su amada esposa difunta. —Solo... solo dime la verdad —pidió Roberta, comenzando a hipear, porque el llanto le estaba ganando—... Dime, por qué no me amas ya... Dime si hay alguien más... Solo dímelo, por favor... El hombre negó con la cabeza y se preguntó qué debería hacer para tranquilizarla, pero, para ello, primero debía engañarse a sí mismo y verla como si ella fuera su esposa de verdad, para, de esa manera, lograr preocuparse genuinamente por ella; pero no pudo. Alessandro no pudo poner a su amada esposa en el cuerpo de esa joven, porque, para empezar, si ella fuera la verdadera Rebecca, esa estúpida discusión no estaría pasando, porque él jamás en la vida le haría pasar por eso a la Rebecca de verdad, él jamás la trataría mal, mucho menos al punto de que ella pudiera sospechar de una posible infidelidad. » Divorciémonos —pidió la falsa esposa de ese hombre y a él se le fue la sangre al piso—. Es claro que no me amas, Alessandro, y yo de verdad no puedo más con esto... Me estás matando, y no me queda vida ni para querer a mis hijos. El hombre, completamente contrariado, solo negó con la cabeza, empujándose a pensar con más rapidez, porque necesitaba encontrar una solución rápida. Pero no lo logró y, ante la insistencia de esa joven, no le quedó más que actuar por instinto y decirle a esa chica la verdad. —¡No eres ella! —gritó Alessandro bastante descontrolado—. No eres Rebecca, no eres mi esposa, no eres la mujer que amo ni la madre de mis hijos, eres alguien que contraté para ser ella. —¿Qué? —preguntó la falsa Rebecca en un susurro—. ¿Te volviste loco? —No —aseguró el hombre, comenzando a llorar también—... La loca eres tú, que sigues creyendo que eres ella cuando te pagué para que te convirtieras en ella por un tiempo y te olvidaste de quién eres en realidad. —¿De qué rayos estás hablando? —preguntó la chica, confundida y aterrada—... ¿A qué demonios estás jugando? —No estoy jugando —aseguró Alessandro, caminando hacia un cajón y tomando un folder color mostaza luego de abrirlo y meter la mano en él—. Ten, léelo. Es nuestro contrato. Roberta comenzó a leer el contrato, pensando en que todo era una locura, intentando encontrar una explicación a semejante tontería, pero, al ver las copias de la identificación de una tal Roberta, que tenía exactamente su mismo rostro, igual al de la chica en la otra identificación, la de ella, Rebecca Morelli. —¿Por qué haces esto? —preguntó la chica, llorando tras concluir que ese hombre había preparado un elaboradísimo plan para deshacerse de ella. La falsa Rebecca, que no sabía era falsa, comenzó a pensar que Alessandro estaba intentando volverla loca, o hacerla pasar por loca, para, de esa manera, deshacerse de ella sin perder a sus hijos, porque seguro no le dejarían un par de niños al cuidado de una loca. —Porque estoy cansado —respondió Alessandro, pensando que ella le preguntaba por la razón de decirle la verdad—... Mi esposa murió dando a luz a Chase, y luego tú te golpeaste la cabeza y despertaste pensando que eras ella, pero todo lo que sabes de nuestro matrimonio es lo que Rebecca y yo te enseñamos en vídeos, cartas y contándote nuestra historia. Roberta, con los ojos desorbitados y la cabeza a punto de estallar, negó con la cabeza y dejó el contrato que acababa de leer sobre la cama, poniéndose en pie para alejarse de ese sujeto loco. Ella no le daría la oportunidad de hacerle tanto daño, solo se iría antes de que fuera demasiado tarde o, por lo menos, eso fue lo que intentó, porque cuando ese hombre leyó sus intenciones no le permitió dejar la habitación y, por primera vez desde que recuperó la conciencia tras ese accidente que no recordaba, Alessandro la tocó primero. El hombre la tomó por los hombros y, acercándose demasiado a ella, le hizo una petición. » Por favor, Roberta, recuerda quién eres —pidió el hombre entre lágrimas—... Recuerda a tu madre, a tu abuela y a tus alumnos... Eres una maestra de preescolar que necesitaba escapar de su exnovio… yo te atropellé cuando huías de él, así te conocí, y también fue ahí cuando Rebecca te conoció, fue entonces cuando realizamos ese contrato... Recuérdalo, por favor.
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