—Hola, papá —dijo la joven Roberta al teléfono y el corazón de Roberto dio tremendo vuelco; y es que, a pesar de que de verdad parecía estar escuchando a Rebecca, él sabía bien que esa era Roberta, y amaba que al fin le llamara papá.
Roberto lo había notado ya, Roberta y Rebecca, a pesar de haber crecido lejos una de la otra, eran muy parecidas en muchas cosas, incluso en ese tono de voz que usaban para poder quejarse de algo, como estaba seguro de que estaba por suceder.
» ¿Tienes tiempo? —preguntó la joven y el otro dijo que sí—. Yo, quisiera poder salir de aquí... ya no puedo más.
Roberta comenzó a llorar y Roberto sintió su corazón oprimirse.
A decir verdad, por cómo todo estaba pasando, él ya se esperaba que la menor de sus hijas terminara con el corazón roto; es decir, ella no era la verdadera Rebecca, como ella creía, y el esposo de la verdadera Rebecca tenía mucho dolor con que lidiar como para estar bien con ella rondándolo, así que no había posibilidades de que ella no terminara llorando en algún punto.
» No sé qué sucede con Alessandro, pero ya no puedo más —repitió la joven su pesar—, además, me siento sola, y estoy cansada. ¿Puedo ir a tu casa unos días? De verdad necesito descansar.
Roberto Morelli aceptó; después de todo, él haría lo que fuera por esa joven, y también creía que el padre de sus nietos necesitaba espacio para poder llorar tranquilo su dolor.
—Iré por ti en una hora —informó el hombre y la joven agradeció, poniéndose en pie y pidiéndole a esa mujer, que le ayudaba con los niños, que le ayudara a preparar las maletas de los pequeños, en lo que ella preparaba la propia.
Y así, con un puñado de maletas detrás de la puerta, con Estrella lista para unas vacaciones en casa de su abuelo y con Chase amarrado al cuerpo de la joven, Roberta escribió una nota para Alessandro, donde le decía dónde estaría y que, si no cambiaría de actitud, si la había dejado de amar o tenía algún otro problema con ella, le diera la cara y le pidiera el divorcio, porque ella no tenía energías para seguir intentando unilateralmente que su matrimonio no se fuera al carajo.
Horas después Alessandro Bianco leyó la nota y, a pesar de que algo en su interior le seguía pidiendo que la buscara, por sus hijos, decidió tomar otra botella de alcohol y tirarse en la cama de esa habitación donde la verdadera Rebecca Morelli había pasado sus últimos días.
Él ni siquiera llamó a su falsa esposa, pasó más de una semana en que el hombre simplemente se olvidó del mundo, incluso de sus propios hijos, y eso hizo que Roberta llorara mucho más.
Ella de verdad no entendía lo que ocurría con ese hombre. Es decir, recordaba que todo había sido bueno entre ellos hasta no hacía tanto, incluso él acariciaba y besaba su barriga cada que se le acercaba, entonces, ¿por qué rayos estaba siendo frío con todos? Era un incordio que le estaba costando mucho trabajo aceptar.
Sin embargo, las memorias de la joven Roberta, a pesar de ser reales, no eran suyas, en realidad. Lo único que quedaba en la cabeza de esa joven mujer era lo que ella recordaba haber visto entre la verdadera Rebecca y su marido.
El cerebro de esa chica, intentando protegerla, la había convertido en Rebecca; después de todo, era Rebecca Morelli quien ella debía ser a partir del momento en que la otra joven murió, pero todo estaba siendo peor, al parecer, por eso la chica se estaba volviendo loca de dolor.
—Solo quiero dejar todo atrás y olvidarme de todo —declaró Roberta, sentada en un sofá, llorando con la cara entre las manos—... Esto me está matando y no entiendo nada. Nosotros nos amábamos, nos amaríamos para siempre, pero él no me ama ahora... Y no sé por qué es así.
Roberto respiró profundo. Todo el sufrimiento de esa joven era su culpa; es decir, si él no le hubiera insistido a Alessandro que la trajera de regreso, para seguir aparentado que era alguien más, definitivamente esa chica estaría sonriendo en su nueva vida.
Pero, ahora, la tenía ahí, destrozada por lo mal que la pasaba por su culpa, porque no podía culpar a Alessandro cuando el pobre hombre estaba pasando por tremendo duelo.
Sí, Roberto Morelli podía entenderlo, porque también había perdido a quien consideró el amor de su vida, y en su momento también creyó que no podría seguir adelante, pero luego vio a su pequeña hija, que se quedaba sin madre y que necesitaba más que consuelo, y ganó el valor para seguir.
La diferencia entre Alessandro y él era, definitivamente, que él había podido llorar la muerte de su esposa abiertamente, y había obtenido palabras de aliento de quienes le rodeaban, mientras que el pobre de Alessandro debía pasar por eso solo, ocultándolo de todo el mundo, porque en su realidad había una Rebecca Morelli viva.
—Solo... solo dale tiempo —aconsejó el hombre y la chica negó con la cabeza.
Y es que, para ella, cada segundo que pasaba sin que él la contactara, sin que él le volviera a mirar o a decir que la amaba, era otro pedazo de su corazón desmoronándose dolorosamente.
—Yo solo quiero que esto termine —declaró la joven, llorando un poco más—. Sabes, quisiera poder darme otro golpe en la cabeza y olvidarme de él, como parece que él se está olvidando de mí, y luego de eso solo vivir para mis hijos que no tienen la culpa de nada y que están pagando los platos rotos.
Roberto asintió, había visto cuán apática también se estaba portando esa joven con ese par de niños, sobre todo con Chase, que no podía buscarla por su cuenta, como lo hacía la pequeña Estrella, quien, quizá por el ambiente que le rodeaba, también se estaba convirtiendo en una niña llorona que, como el pequeño hijo menor de Alessandro y Rebecca, buscaba desesperadamente a su madre cada que no la veía cerca.
El anciano respiró profundo y resopló el aire que ingresó a su cuerpo lenta y sonoramente, denotando que él también estaba cansado.
Pero no había más qué hacer, a ese punto la solución era que Roberta recuperara la memoria, porque, por lo visto, Alessandro no tenía la fortaleza de que aceptar a esa nueva Rebecca Morelli en su vida, y, siendo Roberta, esa chica no debería esperar demasiado de ese hombre.
Aun así, aunque la solución era clara, no es como que hubiera un método para que eso sucediera. Podían volver a golpearla, con fuerza, hasta abrirle de nuevo la cabeza, pero eso no era garantía de que sus memorias volverían porque, si bien, había sido el golpe físico lo que había desencadenado la amnesia y la confusión, todo era más bien emocional.
Restaba esperar a que la joven lo recordara por sí misma, o incluso a que Alessandro quisiera deslindarse de ella y le concediera el divorcio; entonces ambos podrían vivir en paz, cada uno por su lado, sin estarse lastimando mutuamente, como lo hacían justo en ese momento, una sin querer, y el otro con todas las ganas de destruir a la mujer que estaba usurpando la vida de quien tanto amaba.