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2125 Words
—No parece que vaya a terminar pronto —comenta Ed. Tomy se toca los bolsillos y lanza una baraja de cartas a la mesa. —Podemos jugar para pasar el rato —dice, y nos mira a Cassidy y a mi. Ella le pone mala cara pero Erick se anima enseguida y Ed coge las cartas para barajarlas. —Es mejor plan que aburrirnos —dice Norma. Decido levantarme y coger asiento junto a Norma antes de ponerme junto a Tomy que no deja de mirarme. Ni siquera sé jugar a las cartas pero me esfuerzo por entender lo que reparte y lo que explica Ed. —¡Eh! ¡Chico malo! —le grita Cassy—. ¿No vienes a jugar? Él ni levanta la cabeza. —Ha venido en moto, el póbrecito estará congelado, no querrá ni moverse —comenta Nora. Ya, o tal vez es que no le interesa nuestra existencia. —Bueno, venga —anima Erick—. Y... ¿a dónde váis? No es un juego de cartas, no sé si juego bien, nos estamos conociendo y yo los analizo. Sé dónde van, a dónde vienen, sus nombres... Soy una paranóica. Una paranóica precavida. Una hora más tarde ya me he cansado de jugar y suelto las cartas. La gasolinera está cerrada, no podemos coger comida y en la estación sólo hay mesas y una máquina vacía; parece que hace mucho que nadie para por aquí. Yo tengo algo de chocolate y para ser lo poco que tengo, lo ofrezco; me vuelvo a poner el abrigo y Erick tiene que empujarme la puerta y barrer la nieve para que pueda salir. Casi corro hasta mi coche y cojo la bolsa con chocolatinas y el termo de café. La nieve se ha juntado con la noche y hace un frío helado que me hace volver a correr dentro de la estación. Erick por fin suelta la puerta y cuando suelto la bolsa en la mesa, Tomy se me pega demasiado, más de lo necesario y le doy una barra para que se aleja cuanto antes. Por suerte mi adicción es tan grande que tengo para todos porque vienen en paquetes de dos y dividiéndolas puedo repartir. Ofrezco mi termo también y gracias a Dios hay unos vasos de plástico deshechables junto a una máquina de agua vacía. Por lo menos la calefacción funciona. —Trae, dame una, se la daré al chico malo —me dice Cassy y directamente me la quita de las manos. Mi madre me vuelve a llamar, está preocupada y le mando mi ubicación asegurándola que estoy bien, que volveré a coger la carretera cuando pueda, pero visto lo visto estaré aquí encerrada hasta mañana a saber cuando. Cassy vuelve a la mesa, tira la chocolatina y giro levemente la cabeza para ver que él sigue a lo suyo. —Necesito cargar mi teléfono —refunfuña y se saca del bolso (rosa, cómo no) el cargador—. ¿Dónde hay un enchufe? —He visto un par en el baño —dije Norma. —En el de tíos también hay —dice Erick. Ella resopla y trae unas botas con algo de tacón que resuenan por todo el lugar cuando camina hasta el pasillo por el que un cartel señala los baños. Dudo un segundo, no quiero aguantarla todo el tiempo que pase aquí dentro pero tampoco soy una egoísta y para ser sinceros, me da igual lo que diga de mi. Suspiro, sirvo un poco de café en uno de los vasos de plástico y cojo una de las chocolatinas que sobran, la aprieto con algo de fuerza casi aplastándola y siento que el corazón se me va subiendo a la boca mientras me acerco a él. Tiene una chaqueta de cuero sobre una sudadera negra y ha cambiado el teléfono por un cuaderno de dibujo. Sus dedos gruesos cubiertos de tinta cogen el lápiz de una forma bastante técnica y ni me molesto en intentar saber qué tatuajes son los que se le asoman por las mangas, no los adivinaré. Carraspeo pero le sigo viendo los cascos puestos. Dejo la chocolatina en la mesa y el vaso con café. Estoy por murmurar que es de mala educación no dar las gracias, pero entonces me mira y sus ojos oscuros se me clavan. ¿Sabe quién soy acaso? —De nada —me anticipo a decir, más bien es un reproche porque no diga nada. Y sigue sin decirlo, estira las manos hacia las cosas y logro ver lo que está dibujando—. Dibujas bien. —El alago resbala de mis labios y no lo puedo contener. Yo no soy así, yo pienso las cosas antes de decirlas, las pienso bien—. Oh umm, soy Megan. —Lo sé —suelta. Es la primera vez que escucho su voz y es justamente lo que me esperaba: grave, profunda, con una parsimonia inquietante. —Oh... —Sí, eres la listilla de la clase que no deja de hacer de preguntas. —Las necesarias —me defiendo—. Soy Megan —repito, insunuando, pero él no hace ni el intento de presentarse de vuelta. > Doy un giro de talones y vuelvo a la mesa. Es tarde, Erick se ha tumbado en un sofá junto a la puerta y se ha hechado su abrigo de leñador por encima. Cassy no ha vuelto del baño y ya estoy deseando coger la camioneta y poder irme. —Y... ¿cuántos años tienes? —se me pega Tomy. —Dieciocho. Él asiente y se pasa el borde de su manga larga por la frente. —Yo diecinueve. Aprieto los labios y asiento lentamente. Poco después me vibra el teléfono en el bolsillo de mis pantalones y mucho antes de que pueda contestar a Claire (mi compañera de residencia y mejor amiga) escucho un grito y un sonido de sorpresa a coro llena la estación. Erick se levanta alerta y los tacones de Cassy picotean el suelo de madera. —¡No hay cobertura! —se queja. —j***r —farfulla Erick y vuelve a tumbarse. Tiene razón. Ya no puedo responder mensajes y la barra de cobertura se ha cambiado por una cruz. > Atrapada con desconocidos, con un rarito, en medio de una tormenta sin escape y sin poder llamar a nadie. Pese a saberlo, hago el intento de mandarle un mensaje a Claire y otro a mi madre. No funciona. —Posiblemente haya cobertura cerca de la torre teléfonica de fuera. La tormenta ha de haber debilitado la señal. Cassidy lo mira y me parece una completa tontería que coja su abrigo y quiera hacerle caso. —Está helando, ¿te quedarás fuera? —dudo. —El friki tiene pinta de saber lo que dice. Tomy se encoge y ella camina hacia la puerta. —¿Me ayudáis o qué? —brama. Cuando veo que Erick se vuelve a poner de pie, me da una idea. No tengo teléfono y no creo que pueda dormir aquí dentro con la sensación de inseguridad que esto me provoca. Veo la oportunidad y la tomo. Me pongo de pie y cojo mi abrigo poniéndomelo a toda prisa para salir también. —Id con cuidado —nos pide Norma. Me pongo la capucha y el ruido de la tormenta me tapona los oídos. La nieve cae tan fuerte que me cuesta avanzar hasta mi coche y cuando Cassy está a pocos metros de distancia, a penas puedo verla sino fuera por su ropa rosada. La nieve se ha amontonado en el maletero de mi camioneta, me alegro de haberle puesto el techo a la parte trasera dónde he echado mi maleta y todas mis cosas. Quito la nieve con las manos que se me congelan y cuando puedo abrir un poco el maletero estiro la mano dentro y saco mi mochila en la que llevo cosas de dibujo. Tiro de ella, escucho el trasteo de otras cosas que hay junto a la mochila y cuando logro sacarla tengo los pies tan hundidos en la nieve que casi me caigo. Vuelvo a tapar el maletero y me cuelgo la mochila avanzando rápido de vuelta a la estación. Ya no veo a Cassy pero la oigo quejarste entre gritos y no tiene pinta de volver a entrar pero yo ya estoy congelada. Erick me abre la apuerta y me sacudo la nieve en la puerta. —¿Traes más comida? —me pregunta Ed. Niego con la cabeza de lado a lado. Esa vez me siento en una mesa sola para estar cómoda y pasarme horas dibujando con mis cosas. Me pongo los cascos y me meto en una burbuja a solas por horas en las que sólo deseo poder irnos pronto. Es una suerte que la luz no se apague ni cuando dan las doce de la noche. He hecho mil garabatos, coloreado algunos y le he pasado unas pinturas y unas hojas a Cassidy para que no esté encima de mí. Erick está durmiendo, Tomy también se ha sentado en la mesa mientras juega con su teléfono; Ed y Norma se han sentado en otro sofá para descansar acobijados en sus abrigos y el Chico Misterio... Levanto la cabeza y le observo. Sigue dibujando con los cascos puestos y se ve de lo más misterioso bajo la luz del lugar y todo lo oscuro que hay en él. Levanta la vista y me pilla in fraganti. Es un sólo segundo y me basta para volverme roja como un tomate y bajar la cabeza. ¿Cómo he sido tan descarada? Ni me fijo en él cuando estamos en clase. Al rato, cuando Cassy se ha ido al sofá frente a Norma y Ed para dormir y cuando yo me he cansado de escuchar mi misma música descargada, me quito los cascos y me froto los ojos bebiendo otro poco del café que me queda. —¿Tienes novio? En cuanto escucho su pregunta decido levantarme. Así empiezan los psicópatas y lleva mucho mirándome. Amontono mis cosas en una pila y cierro mi estuche cogiéndolo todo en mis brazos, tengo que hacer malabares para caminar a la única mesa a la que creo que no me seguirá. —¿Puedo sentarme aquí? —¿Y si te digo que no? Se me resbala el cuaderno de dibujo y cae en la mesa. Suspiro y el resto de cosas se me caen en cadena haciendo algo de ruido. —La mesa no es tuya. Retiro la silla y cuelgo mi abrigo del respaldo que gotea todavía en el suelo. Cuando me siento, estoy cinco minutos para ordenar todo sobre la mesa y siento como me mira. No quiero mirarle y que siga siendo un grosero porque es muy tarde para aguantar esas cosas. Sin embargo, la curiosidad es más grande y de vez en cuando no puedo dejar de intentar ojear lo que dibuja. Le veo arrancar una página y ponerla boca abajo sobre la mesa y bajo su libreta, bien guardada para que no la vea. ¿Se cree que me interesa tanto? Tiene sólo un lapicero y una libreta cuadriculada que parece una agenda normal. —¿Quieres una hoja de dibujo? —le ofrezco. —¿Te la he pedido? —Pues sigue con tu libreta y tu lápiz sin punta. Me enchufo de nuevo los cascos, prefiero repetir mis diez canciones descargadas a aguantar el silencio incomodo y el golpeteo del viento contra las ventanas de la estación. Empiezo a garabatear algo y a los dos minutos cuando está terminando la primera canción que escucho, veo su lápiz asomarse y golpetar la mesa. Se le ha roto la punta. Casi quiero sonreír. ¿Ahora sí será una persona civilizada? Espero verlo. Me quito un auricular y levanto las cejas. El Chico Misterio no hace el ápice de sonreír. El pelo encrespado por la humedad le cae por la frente y la mano tatuada que sostiene el lápiz lo hace girar. —¿Necesitas algo? —le pregunto en voz baja. Se pasa la lengua por los labios y la mandíbula marcada que tiene se le aprieta más. ¿Y si de verdad vende droga? ¿O la consume? Tiene los pómulos ligeramente hundidos y unas ojeras bajo los ojos que no sé si siempre han estado ahí o es sólo por el cansancio del momento. > Además, los dos aros que atraviesan cada fosa nasal lo hacen ver mucho más animal, como a un toro. Lo último que quiero es una pelea con alguien cómo él, así que le paso uno de mis otros lapiceros y empujo mis pinturas hacia él. —Por si quieres usarlas.
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