- Hey pequeña –escucho a Gelys llamar mi atención- ¿sigues allí?
- Sí, aquí estoy, solo que quedé en shock de la impresión –le confieso aun nerviosa-.
- Imaginé que sería así –me contesta-, tarde o temprano va a suceder, no puedes esconderte toda la vida y te recuerdo que él tienen derecho de conocer la existencia de su hija.
- Sí lo se grandote, pero tengo miedo –le confieso-, me siento fuerte porque está lejos, no estoy preparada para volver a verlo y mucho menos decirle que tiene una hoja que es idéntica físicamente a mí, recuerda que él odia a las mujeres con mi condición.
- Tonterías de ustedes, él no te odia ni nada parecido, sino no hubiera gastado tantos años de su vida ni tanto dinero buscándote –hace una pausa-, Ales tarde se dio cuenta que tú eres esa mujer que necesita a su lado.
- No estoy tan segura de eso, de haber sido como dices, dime algo ¿por qué metió a la mujer esa en La Quinta? –le pregunto con resentimiento en la voz-.
- La verdad no sé, nunca me he detenido a preguntarle por eso –me confiesa Gelys-, ahora que recuerdo eso fue lo que te motivó a querer salir de allí.
- Así fue –le contesto-, pero bueno ya pasó, ni modo él es así bruto para la mayoría de las cosas, a fin de cuenta no me importa ya nada de él.
- ¿Segura con eso? o ¿solo lo dices en voz alta para convencerte de que sea así? –me pregunta Gelys buscando sembrar la duda-.
- ¿Decidiste si vas a venir o qué? –le cambio el tema-.
- Sí, si, yo si iré y aprovecharé para ir con las chicas, ahora debo hablar con Ales al respecto, pues no me ha dado su respuesta –me informa-.
- Qué bien, por fin las volveré a ver a todas al mismo tiempo –celebro-, avísame cuando llegan, recuerden que pueden llegar a mi casa.
- ¿Y Ales también? –pregunta con sarcasmo en la voz-.
- Como invitados a la Convención cada uno tienen reservada una habitación, incluso tú –le recuerdo para que deje de hacerme bromas-.
- No te enojes, solo lo digo para que te vayas preparando, sin buscarlo mucho, el destino terminará volviéndolos a unir y las verdad ojala sea ya –me confiesa-.
- No me digas que ya estás cansado de nosotras –le acuso-.
- No, no es eso –le escucho respirar profundo-, es duro ver a mi hermano rodeado de tanta soledad pudiendo estar al lado de las dos mujeres que más felicidad le traerán a su vida.
- Deja de ser tan alcahuete porque bien sé que Aleskey sigue en sus andanzas con una mujer y otra –le reprocho-.
- ¿Y qué esperabas? No se va a convertir en monje, de alguna forma tiene que buscar un desahogo –me responde con naturalidad-, sabes lo intenso que es, no es hombre de mantenerse tranquilo, y menos sino estas cerca.
- Pues que siga con su vida como la ha venido llevando pues ni teniéndome cerca me volverá a tocar, él me hizo sufrir mucho –le recuerdo-.
- Hasta el peor delincuente merece el perdón y una oportunidad de hacer las cosas diferentes –me dice Gelys-.
- ¿Tú llamaste buscando la redención de Aleskey o a qué? –le pregunto con ira en la voz-.
- Llamé para que estés preparada, la madrugada del jueves llegamos –me informa-, llegaremos un día antes para despistar.
- Entiendo –le digo-, bueno nos vemos entonces, ya tengo ansiedad.
- Hasta yo pequeña, cuídate y cuida a mi zanahoria, las quiero muchísimo.
- Y nosotras a ti –le digo colgando la llamada con las manos temblorosas-.
Imaginando como pudiera ser el encuentro con él me recosté en el sillón. Tarde o temprano Altair debe conocer a su padre, solo que ni siquiera el tiempo y la distancia han logrado prepararme para ello, mucho menos borrar tanto sentimiento junto, tantos recuerdos, y ni siquiera el sufrimiento que me causó escuchar todas sus palabras de desprecio, el recordarlo ese día totalmente entregado al placer que le estaba dando esa mujer.
Aun cuando ese recuerdo está allí no he podido olvidarlo, no he podido borrar esa parte bonita de los sentimientos que fueron creciendo hacia él. Y el solo hecho de mirar todos los días a su hija me recuerda que el amor sin necesidad que uno lo busque termina alcanzándonos. Verla a ella es verlo a él, sus gestos cuando está molesto, las pocas veces que lo vi sonreír, esa mirada escrutante, inquisidora, y la dureza de su semblante y el cambio de color de sus ojos cuando la rabia se apoderaba de él. Altair es igual a él en ese aspecto. Bueno en casi todos pues hasta en los arranques de personalidad cuando no accedo a sus caprichos.
- Altair, hija –le llamo, pues sé que está al otro lado sacando cuentas-.
- Dime –me dice dócil, lo cual me parece extraño-.
- ¿Qué estás haciendo? –le pregunto extrañada de verla tan tranquila-.
- ¿Qué más voy a estar haciendo si ni a la piscina me dejas ir sola? –me pregunta en tono de resignación-, estoy terminando unos cálculos de la semana para dejártelos allí antes de irnos.
- Ah, ya –hago una pausa y le sonrío-, te llamaba para informarte que pasado mañana en la madrugada llegaran tu tío el grandote y las chicas.
- Al fin alguien diferente, y lo mejor de todo, alguien que si escucha mis deseos –dice en forma dramática levantando los brazos y la mirada al aire-.
- Cualquiera que te escuche pensará que soy la peor de las madres –la miro con ternura-, algún día entenderás el por qué te sobreprotejo tanto.
- Iliang, y ¿será que ese día me dirás en dónde está mi papá?, porque debo tener un padre ¿no?, todos tienen uno, yo debería tener uno –me acusa-.
- Si tienes un padre mi amor, solo que no sé dónde está –le miento-.