El sol ya había terminado de ocultarse cuando Teo finalmente terminó de limpiar toda la cafetería, incluyendo por supuesto, la cocina. Sintiendo como el palpitar de sus pies parecía haber empeorado, el joven humano se acercó a una mesa cercana y corrió una silla para tomar asiento. Tan pronto como lo hizo, un largo suspiro involuntario escapó de sus labios y su mirada instintivamente bajo.
Si no fuera porque estaba utilizando sus zapatillas más cómodas, realmente habría pensado que tal vez estas ya le estaban quedando algo pequeñas, cuando en realidad, sólo era el resultado de haber trabajado un doble turno, lo que significó estar todo el día de pie.
—¿Teo? ¿Ya has terminado?
—Sí, señora White, ya he terminado —contestó y se levantó nuevamente tras verle aparecer.
La mujer mayor, quien parecía que ya se había cambiado de ropa tras haber tomado una ducha, observó a su alrededor y luego asintió satisfecha.
—¿La cocina también?
—Todo está limpio —prometió.
—Gracias, querido. Sé que la cocina no forma parte de tu trabajo, pero mis manos ya estaban cansadas por haber cocinado todo el día y el viejo esguince en la muñeca volvió a molestarme —expresó.
—Está bien, no se preocupe. Yo acepté ayudarle.
—Eres un jovencito tan bueno, ve a prepararte para salir —ordenó.
Asintiendo agradecido, Teo volvió a colocar la silla en su posición y luego se dirigió a la pequeña sala donde la señora White tenía unos casilleros para guardar sus cosas junto a una pequeña mesa en una esquina y un sofá largo en el otro. Quitándose el mandil, Timoteo lo dejó en el interior con su libreta, y en cambio sacó su mochila, junto a su sudadera y el casco de protección para su bicicleta.
Colocándose su sudadera, se colocó su mochila en su espalda y mantuvo su casco en su mano izquierda. Cerrando su casillero, volvió al frente de la tienda e inmediatamente fue abordado por la señora White, quien extendió una bolsa de papel con el eslogan de la tienda y otro más pequeño.
—¿Qué es esto, señora White? —preguntó observando curioso ambas cosas, pero sin moverse.
La mujer mayor chasqueó suavemente su lengua un par de veces y luego se acercó para entregarle ambas cosas.
—El sobre pequeño son tus propinas y un extra más en agradecimiento por no haberme dejado sola. Y la bolsa más grande, son algunos postres qué han sobrado —explicó.
—Pero... Se supone que las propinas se reparten cuando estoy con mi compañera.
—Y se supone que hoy es el día en que repartimos las propinas, si Piper decidió faltar por su cuenta, sin avisar ni nada, sólo es culpa de ella —argumentó—. No te preocupes, no dejaré que te culpe por esto.
Todavía algo inseguro, Teo asintió y agradeció con una pequeña sonrisa. Acercándose al mostrador, dejó sus cosas sobre este y se quitó su mochila para guardar tanto su dinero, como las delicias que habían sobrado ese día. Claro, sacando una antes para calmar el hambre de su estómago.
—Mañana aparece en el turno de tarde —informó su jefa una vez estuvo listo otra vez—. Aprovecha de descansar, tus pies te deben de estar doliendo con esas zapatillas desgastadas que estás utilizando. Y varias veces te vi tocar tu espalda baja durante la tarde, debes de estar realmente cansado.
—Oh, pero no me duele la espalda, sólo sentía algo entre picazón y una especie como de ardor o calor —explicó.
—Está bien, querido, estás cansado y no es malo admitirlo, eres un ser humano y como tal, te puedes cansar y agotar como todos, no es necesario que busques excusas —calmó.
—Pero...
Al ver que la expresión de su jefa cambiaba a una más firme, Teo instintivamente juntó sus labios y guardó silencio, sin insistir más. Entendía la preocupación de la señora White, pero realmente no se encontraba tan cansado al extremo que ella decía, sólo eran sus pies los que estaban sensibles, por lo demás su espalda estaba perfectamente. Sólo tenía esa sensación entre un suave calor y a la vez picazón que no era para nada dolorosa, sólo... Extraña.
Ciertamente nunca le había ocurrido algo así, pero estaba la posibilidad de que algún mosquito u otro bicho le hubiese picado durante la noche y con el roce de la ropa, este comenzó a molestar. Y considerando que utilizó todo el día el mandil bien apretado, no sería tan extraño que para la tarde ya sintiera la molestia.
—Vuelve con cuidado, yo cierro —despidió su jefa.
Agradecido, Timoteo se despidió de la mujer mayor y dejó la tienda. Rodeando el pequeño edificio de dos pisos, fue hacia un estrecho callejón. Pasando los tarros de basura, caminó hasta los soportes que la señora White había instalado para guardar las bicicletas. Tan pronto como encontró el armazón de fierro completamente sólo, sin señal alguna de su bicicleta, Teo corrió hacia este murmurando pequeños no.
Lamentablemente, justo como había observado a la distancia, ninguna bicicleta estaba cerca y la cadena que utilizaba para encadenarla al soporte, yacía en el suelo ahora completamente inservible.
—¿Por qué a mí? ¿Por qué justo hoy? ¿Qué fue lo que hice mal? —se lamentó quejoso.
—¿Qué es lo que sucede?
La repentina voz firme y autoritaria que llenó el callejón hizo que el joven humano saltara sobresaltado y emitiera un pequeño chillido. Dándose vuelta rápidamente, Teo perdió el equilibrio por una de sus zapatillas desabrochadas. Afortunadamente, gracias a unos buenos reflejos de alguien, este le sostuvo evitando una dolorosa caída.
Sintiendo como su corazón saltaba salvajemente, Teo se apoyó en el pecho del hombre y tomó una profunda respiración temblorosa. Y tal vez fue debido al repentino agarre de su salvador, o por la sorpresa, pero por alguna razón, Timoteo sintió como la cicatriz que tenía en su espalda baja, cerca de su cintura, irradió un intenso calor que se sintió... agradable.
Extrañado, el joven humano intentó enderezarse, pero al hacerlo, se encontró con una firme resistencia por parte de su salvador.
—Emh... Agradezco de todo corazón tu ayuda, pero... ¿Me dejas ir, por favor?
Alzando la mirada, Teo se encontró con un intenso y conocido tono azul bebé, y por un momento, el humano sintió que podría perderse en aquellos ojos tan intrigantes y misteriosos.
—Claro, lo lamento —expresó Dominic.
Una vez Teo fue parado sobre sus propios pies, le observó e instintivamente retrocedió un paso para colocar algo de distancia entre ellos al percibir que se trataba del mismo cliente con aspecto mafioso, quien se encontraba con sus dos amigos atemorizante a sus espaldas.
—¿Estas bien? ¿Alcanzaste a lastimarte en alguna parte?
Llevando su casco contra su pecho, Teo negó suave e instintivamente bajo la mirada, sin poder enfrentarle. Al percibir aquello, Dominic observó sobre su hombro y ordenó silenciosamente a sus hombres que retrocedieran y salieran del callejón.
—¿Seguro de que estás bien?
Alzando levemente su mirada, Teo no supo si sentir alivio de que estuvieran a solas, o más temor precisamente por esto. Como el atractivo hombre siguió observándole en silencio, claramente esperando una respuesta, aclaró su garganta.
—Estoy bien, gracias por haberme ayudado —expresó y le observó con duda—. ¿Por qué está aquí? Creí que ya habían arreglado su auto —pronunció con un tono un tanto desconfiado y nervioso.
—Estoy esperando.
Rodeando con fuerza el casco entre sus brazos, Timoteo trago saliva con algo de esfuerzo.
—¿A mí? ¿Por qué? ¿Hice algo mal? ¿Me equivoqué con su pedido? Lo lamento, prometo que no volveré a hacerlo —chillo rápidamente.
—Dulzura, respira profundamente —ordenó Dominic con un tono firme, pero extrañamente suave, casi... Dulce.
Instintivamente, Teo abrió su boca y tomó una gran bocanada de aire, y seguido tomó otra más, una más, hasta que pudo respirar normalmente, sin siquiera saber en qué momento comenzó a contener la respiración.
—Eso es, bien hecho. Lamento haberte asustado, no fue mi intención. Sólo escuché ruido en el callejón y como te reconocí, pensé que podrías haber tenido algún problema, por eso me acerqué —explicó calmadamente.
Bajando instintivamente su casco, los labios de Teo formaron una pequeña "o" silenciosa, pero en sus ojos seguía siendo reflejada algo de desconfianza y temor.
—Pero... Pensé que ya habían arreglado su auto, por eso se fue.
—En realidad, salí de la tienda para hablar con el mecánico, quien me dijo que necesitaba llevar mi auto a su taller. Y me quedé esperando aquí a que enviaran otro por mí —contó.
Y con aquella explicación, los hombros de Teo bajaron y su cuerpo se relajó instintivamente.
—Por eso dijo que estaba esperando —comprendió y sus mejillas volvieron a adquirir un suave tono rojo—. Lo lamento, es que lo vi de pronto y con sus amigos detrás de usted se veía más atemorizante que estando sólo, como...
Al percatarse de lo que iba a decir, el joven humano presionó sus labios para no continuar y le observó apenado.
—¿Como un verdadero mafioso con sus matones? —prosiguió Dominic.
—Lo lamento, realmente no pensaría así de usted y sus amigos, pero como era lo único de lo que hablaban en la cafetería los otros clientes... —explicó avergonzado, apretando el casco entre sus manos.
—Está bien, no es algo que no hubiera escuchado ya —tranquilizó—. ¿Por qué te estabas quejando?
Instintivamente, Teo giró parcialmente su cuerpo y observó el soporte para las bicicletas vacío con tristeza.
—Se supone que mi bicicleta estaba aquí, pero alguien parece haberla robado, ya que no está en ningún lado —explicó con un aire triste.
—¿Te refieres a una bicicleta color azul, con un canastillo en el frente?
—¡Sí! Esa misma, ¿la viste cerca? —exclamó observándolo esperanzado.
Y ante tal dulce expresión, Dominic casi se sintió culpable al quitarla con sus palabras.
—Lo lamento, vi a un hombre llevársela del callejón hace poco. No imaginé que podría tratarse de un ladrón —contó.
—Oh... Está bien, no es su culpa, no sabía que esa era mi bicicleta —pronunció con un suspiro—. Supongo que tendré que tomar el autobús para llegar a casa.
Observando sobre su hombro, Dominic se animó al ver que sus hombres movían su automóvil frente al callejón justo a tiempo.
—Tal parece que mi auto acaba de llegar, si quieres, puedo llevarte hasta tu casa —ofreció.
En silencio, Teo observó al hombre que acababa de conocer, el lujoso auto con aspecto nuevo que había parado frente al callejón y luego al par de hombres que estaban parados ante este. Aunque el joven humano no era la clase de persona que gustaba juzgar por la apariencia, la verdad era que en esa situación, no podía evitar hacerlo.
¿Un apuesto hombre misterioso con dos guardias y un lujoso auto ofreciéndole a llevarle a casa?
Ese tipo de cosas nunca terminaban bien en las películas.
—Muchas gracias por el ofrecimiento, pero... No es que lo esté juzgando otra vez, pero es la primera vez que me encuentro con usted y como verá... Eh... ¿Me dijeron que no debía de irme con extraños? —expresó dudoso.
—Es un buen consejo —asintió Dominic.
Y el que no molestara a Teo con su patética excusa, lo hizo sentir mucho mejor, hasta el punto de regalarle una pequeña sonrisa.
—Otra vez, gracias por la ayuda.
Despidiéndose, Timoteo caminó por su lado y abandonó el callejón, apenas dedicándole una rápida mirada a los amigos de Dominic. Después de todo, aunque no parecían ser personas realmente malas, eso no significaba que no asustaran.
A medida que Teo se acercaba al paradero, su rostro comenzó a arrugarse nuevamente al reconocer a un par de amigos de su tío, lo cual, no era exactamente algo bueno, ya que ninguno de ellos era agradable con él. Colocándose la capucha de su sudadera, el joven humano se quedó en el extremo contrario y rezó internamente para que ninguno de ellos le reconociera.
—Hey, tú. Eres el chico de Erick, ¿cierto?
Reconociendo la voz de Zack, Teo lo ignoró y fingió observar el autobús, pero por supuesto que ellos no lo dejaron tranquilo solo por eso.
—Hey, te estoy hablando —expresó el mismo tipo, y lo giró bruscamente del hombro.
Ante el rapido empuje, Teo no pudo controlar el movimiento de su casco, lo que provocó que golpeara a aquel que lo giró.
—Oh, Dios... Y-yo lo siento —exclamó horrorizado.
Zack sobó su estómago con molestia mientras Rubert reía a fuertes carcajadas que solo parecían enfurecer más al contrario.
—¿Te crees muy gracioso? Veamos si piensas lo mismo si te hago lo mismo —amenazó Zack.
El primer instinto de Teo fue huir, a pesar de que sabía que aquello sería peor. Pero, cuando intentó retroceder, se estrelló con un firme cuerpo. Un brazo rodeó cuidadosamente su cintura, llevándolo hacia atrás. Congelado, Timoteo contempló una amplia espalda mientras escuchaba a Zack quejarse de dolor junto a Rubert.
Unos pocos segundos después, Teo percibió como sus voces se escuchaban cada vez más lejanas mientras maldecían. Cuando su salvador se dio vuelta, instintivamente suspiró en alivio al encontrarse con Dominic.
—Creo que es demasiado peligroso para que viajes solo a esta hora, dulce chico. Insisto en que puedo llevarte —expresó Dominic con cierto tono autoritario.
Y a pesar de que Timoteo sabía que aceptar aquella ayuda le traería más problemas, aun así se encontró a sí mismo asintiendo frenéticamente con su cabeza.