VANESSA
–Ohhh, mierda, mierda. Mierda– me abro paso entre la densa multitud, agarrando mis bolsas de mano que cuelgan de cada hombro mientras corro. Las puertas de mi tren están a punto de cerrarse y no puedo perderme este viaje. Todo dentro de mí se tensa. Este es el resultado de salir del trabajo quince minutos tarde. Perderme el tren me hará perder la mitad de la clase de esta noche.
Con un grito, me lanzo entre la multitud. Las puertas acababan de empezar a cerrarse, cuando me deslizo entre ellas. El sudor me salpica las sienes y permanezco de pie, con el pecho agitado, mirando el andén con una victoria sin aliento.
–Lo lograste– dice alguien a mi lado con voz apagada.
–¡Si! – Aprieto el puño, agarrando uno de los postes mientras el metro se pone en movimiento. Podré sudar todo el camino hasta el Distritito de la Confección, pero había salido victoriosa. Ahora tengo una oportunidad de llegar a tiempo a mi clase.
Sonrió para mí misma durante todo el viaje, rebosante de satisfacción. No solo he tenido otro día exitoso y productivo en Hamilton Enterprises, ahora estoy programada para registrar una tarde productiva avanzando hacia mi certificado de moda. Es difícil, pero lo estoy haciendo funcionar. Incluso si descuido un poco mis trabajos del curso.
Mi teléfono vibra desde dentro de una de mis bolsas de mano cuando el tren se acercó a mi parada. Lo saco y una vez que cruzo el andén y subo las escaleras hacia la calle.
Dominic: ¿Has salido de la oficina?
Frunzo el ceño al leer el mensaje. Esto es extraño. Espero hasta que mis pies tocan la acera antes de escribir mi respuesta.
Vanessa: Si. ¿Qué pasa?
Cuando Dominic no responde inmediatamente, los pensamientos sobre su mensaje vacían mi cerebro por completo. Después de todo, el tema de esta noche es patronaje, mi parte menos favorita hasta ahora, y necesito empezar a centrarme en el diseño. Eso es lo que había venido a hacer, después de todo. Odio tener que recordármelo a mí misma después de quedar atrapada en la cautivadora red de Hamilton.
La ansiedad me recorre la piel al ver la tienda de delicatesen en la que normalmente paro. Pero no tengo tiempo para parar a comprar un sándwich hoy, aunque sé que me moriré de hambre en una hora. Estas sesiones duran tres horas, y la clase de patronaje amenaza con ser agotadora. Llegare a casa después de las once, lo que significa que la cena de esta noche consistirá en palomitas de maíz de mi bolso.
Después de otra cuadra, recuerdo que no he tenido noticias de Dominic. Me dirijo al borde de la acera, justo contra la pared del edificio que ocupa esta cuadra, y saco mi teléfono que se había quedado enterrado en el fondo de mi bolso.
Dominic: ¿Dónde estás?
Había mandado el mensaje hace diez minutos.
Vanessa: Solo estoy de paseo. ¿Está todo bien?
Envío el mensaje y continuo mi camino a clase, mordiéndome el labio mientras me abro paso entre la gente en la acera. No es normal que Dominic me envié mensajes de texto así fuera del horario laboral. Especialmente no después de nueve horas completas en la oficina y especialmente exigir saber mi paradero.
La ansiedad aumenta al cruzar otra calle. Quiero llegar a la clase tanto como saber que esta pasando con Dominic. Saco mi teléfono, por si acaso em pierdo una notificación. Al mirar la pantalla, calculo mal la distancia entre un peatón que se aproxima a mí.
Mi bolso roza contra ellos, haciéndome perder el equilibrio. Tropiezo y mi teléfono vuela de mi mano a la acera.
–Lo siento– grito por encima del hombro, pero no recibo nada a cambio. –Mierda, mierda, mierda– murmuro en voz baja mientras corro tras mi teléfono caído. Yace sobre un pequeño montón de hojas marrones y crujientes, la última ronda del otoño aún en camino hacia la descomposición. Mi pantalla refleja mi cara en una pantalla negra y silenciosa, con una grieta reciente en el borde superior. Suspiro, golpeando el suelo con el pie mientras intento volver a encenderla.
Pero el tiempo corre y mi teléfono no enciende. Lo intento de nuevo, fallo y, decido seguir adelante. El ajetreo de levantar mis bolsos, arreglar mi vestido, intentar revivir mi teléfono y asegurarme de que no había olvidado nada consume el resto de mi viaje, hasta que de repente estoy a media cuadra de mi clase.
Cuando mi teléfono comienza a vibrar en mi bolso, me doy cuenta de que debió haber vuelto a la vida en algún momento del camino.
–¿Hola? – Aprieto mi teléfono contra mi oído lo mejor que puedo con los cinco kilos de parafernalia de costura que cuelgan de mis brazos.
–¿Recibiste mis mensajes? – Dominic exige saber, con algo extraño y retorcido en su tono.
–Eh, sí. Bueno, quiero decir, no– Mi zapato se resbala de mi pie al llegar a la acera, y maldigo en voz baja, deteniéndome encima de las rejillas del alcantarillo para volver a meter el pie en él. La gente fluye a mi alrededor como el agua que rodea una enorme roca del rio. –Estaba a punto de comprobarlo de nuevo. Perdí la señal–
–Escucha, te necesito en la oficina–
Trago saliva con dificultad, mirando las grandes letras mayúsculas que deletrean el nombre del edificio donde está la clase Richards. La clase comienza en diez minutos. Estoy aquí y necesito ir a clase.
–¿Está todo bien? – pregunto, deteniéndome junto a las puertas principales. Algunos compañeros de clase que reconozco entran al edificio, enviándome sonrisas.
–¿Qué está pasando? –
–Voy a convocar una reunión de emergencia– dice Dominic, con un tono que no deja lugar a desacuerdos. –Ya envié el coche a tu departamento. Está en camino–
Cierro los ojos con fuerza. Mierda. No es que no quiera que Dominic sepa sobre este curso de certificación en moda, pero, bueno, realmente no quiero que nadie sepa sobre este curso de certificación en moda a menos que sea absolutamente necesario. Hasta que tenga algún atisbo de futuro en la moda ya asegurado, para no desaparecer un fracaso idealista aún mayor de lo que ya es.
–Dominic, no estoy en casa ahora mismo–
Silencio. Entonces espeta: –¿Entonces donde diablos estás? Voy a desviarme–
Me muerdo el labio, mirando dentro de las puertas. Algunos de mis compañeros de clase se han reunido allí, admirando la ropa de los demás. –Estoy en el distrito de la Confección–
–¿Qué estás haciendo? –
–Es como…una clase nocturna–
–¿Qué? –
Suspiro. –Tengo una vida, ¿sabes? –
Gruñe. –Tendré un coche allí en veinte minutos. Envíame la direccion por mensaje de texto. Te veo a aquí–
La línea se corta. Frunzo el ceño hacia mi teléfono. Unas cuantas respuestas selectas se balancean en la punta de mi lengua, pero me las trago. Algo parece estar muy mal, así que guardaré las respuestas para más tarde. Pero el me escuchará sobre esto. Especialmente porque estoy a tres metros de mi salón de clases y desesperada por no quedarme atrás ni caer en desgracia con mi profesor.
Dominic había dicho veinte minutos. Al menos tengo tiempo para explicarme al profesor. Le envío la dirección a Dominic y luego entro corriendo, saludando rápidamente a mis compañeros reunidos junto a las puertas, y me dirijo a la gran sala estilo almacén que sirve de salón de clases, pasarela e incubadora. El murmullo de las conversaciones y los maniquíes alineados a lo largo de la pared del fondo me envían una oleada de calma. Amo estas clases; amo estar aquí.
Una parte de mi quiere que este curso no termine. Pero de ninguna manera puedo permitirme otro trimestre sin mantener el trabajo que me paga las cuentas. Dejo un lado la ansiedad familiar, las preocupaciones económicas y los problemas futuros. Los conozco demasiado bien; me son tan familiares como el olor a humo de cigarrillo por la mañana, mi madre tropezando con los ojos legañosos y con resaca por la cocina.
–¿Señor Mitchell? – me acerco a nuestro elegante y refinado instructor, quién una vez le había dicho a la clase que todos deberíamos encontrar nuestra colina de moda única y morir en ella. rebusca en un maletín en el gran escritorio al frente del salón. Las canas salpican su sienes y surcan su barba pulcramente recortada. Menciona nombres famosos de la moda con la misma facilidad con la que mis amigos en casa mencionan Burger King.
–¡Vanessa! Tu vestido esta impecable hoy. Excelente uso el patronaje en este diseño, quienquiera que lo haya hecho. ¿Qué puedo hacer por ti? –
Disfruto de la calidez de su cumplido antes de lanzarme a dar mis malas noticias.
–Gracias. Eso significa mucho viniendo de ti. Quiero que sepas que me prepare para la clase de patronaje esta noche. Pero ha surgido algo, una emergencia…– Lo estoy asumiéndome, basándome en los extraños mensajes de Dominic. –Y tengo que irme– El rostro del señor Mitchell se ensombrece, más de lo que espero. Frunce el ceño. –De acuerdo. Primero que nada, espero que todo esté bien. Pero la clase de esta noche es la base para las lecciones posteriores, Vanessa. ¿Cómo podemos asegurarnos de que te pongas al día? –
–Estaré aquí a tiempo el próximo lunes– suelto, sin siquiera considerar lo que eso implicaría. Si llego temprano, tendré que salir temprano del trabajo. Y Dominic acaba de descubrir que hago fuera del horario laboral. Me muerdo el labio. –O, ya sabes, quedarme hasta tarde el lunes también, si eso ayuda. ¿O puedo hacer trabajo extra entre hoy y el lunes? Eh…–
–Temprano el lunes estará bien– La perplejidad en su rostro se suaviza y me ofrece una sonrisa. –Buena suerte con lo que sea que este pasando–
Podría haberlo abrazado por eso. En cambio, me cubro el corazón con las manos y le envío mi mayor sonrisa. –Es un encanto, señor Mitchell–
–Tu también, Vanessa– Me guiñe un ojo y salgo corriendo del aula, aliviada de seguir contando con la buena voluntad del señor Mitchell. Se siente mal salir corriendo del aula mientras todos entran, ruidosos y emocionados por la lección que está por llegar. Pero Dominic me necesita, y el esta financiando toda esta experiencia neoyorquina ahora. ¿Qué más puedo hacer?
Camino por la acera fuera del edificio, transfiriendo toda mí ansiedad por la clase perdida a lo que pueda esperarme en la oficina. Nunca habían enviado un coche a buscarme, así que ni siquiera estoy segura de que esperar en los próximos cinco minutos. Una parte de mi esta decepcionada de que no hayan enviado un helicóptero, pero ¿Dónde habría aterrizado? Inspecciono el edificio detrás de mí, imaginando la logística de un aterrizaje de emergencia de helicóptero. Probablemente tendría que ir a la azotea, eso tiene sentido. ¿A menos que los helicópteros puedan aterrizar en el trafico? Mientras miro hacia el edificio, suena una bocina detrás de mí. Me giro para encontrar una elegante camioneta negra en la acera, con las luces de emergencia encendida.
La ventanilla del pasajero baja. Desde el asiento del conductor, un hombre con traje n***o se inclina más cerca. –¿Vanessa Reinhart? –
Asiento, con la boca seca. Mi mirada rebota en el espejo, como un reflejo de la pintura, los enormes pasos de rueda cromados, como los que solo había visto en las salas de exhibición de autos. El conductor inclina la cabeza hacia el asiento trasero.
–Sube. Dominic te está esperando–
–¿Q-quieres decir…– Mi voz se quiebra al abrir la puerta del asiento trasero, casi esperando encontrar a Dominic esperando atrás, con la cabeza apoyada en las yemas de los dedos, ¿observándome como un halcón? Pero el asiento trasero de cuero está vacío, y el aire fresco huele fragante y puro. Como si usaran ionizador, algo que no les extrañara.
Una vez estamos en movimiento y froto discretamente la palma de la mano contra todo el asiento trasero, digo: –Gracias por el viaje. Espero que no haya sido una molestia–
El conductor sonríe. –No es una molestia. Esto es lo que hago–
–¿Cómo te llamas? –
–Piernas–
–¿Cómo? –
–Piernas– repite, dándose un golpecito en el muslo. –como una parte de tu cuerpo– Su acento de Brooklyn está en pleno apogeo ahora, y sonrío para mí misma. Me encanta como cada día en la ciudad se siente como una aventura. Y en días realmente especiales, como un viaje a un país extranjero.
Sospecho que Tabatha y Elí nunca entenderían este tipo de cosas o porque me encanta tanto.
–¿Debería siquiera preguntar como conseguiste ese nombre? – pregunto con una risa. –¿O es tu nombre legal, el que te dió tu madre? –
–Solo un apodo- dice piernas con una sonrisa cómplice. –Y escucharas la historia algún día. Pero no hoy–
Parpadeo rápidamente, mirando por la ventana mientras el Distrito de la Confección se funde con Chelsea en nuestro camino al Bajo Manhattan.
–Esta es sin duda una forma más agradable de moverse por la ciudad– digo después de unos momentos. –Este coche se conduce de maravilla. Siento que estamos en una nube–
–Los Hamilton son muy particulares– dice piernas.
–¿Eso es algo bueno o malo? –
–Es cosa de ellos– responde con una sonrisa. –Ni bueno ni malo. Solo quienes son–
Las preguntas cobran vida dentro de mí, al menos el setenta por ciento de ellas relacionadas con Dominic. Pero no, no interrogaré a su pobre chofer para obtener información. Bueno, al menos no tan duro.
–¿Cuánto tiempo llevas trabajando para los hermanos? – pregunto.
–Unos tres años. Aunque principalmente con Dominic. Cada hermano tiene su propio chofer, pero todos vamos a donde nos necesitan–
–Ah, así que la mayoría de las veces solo llevas a Dominic y a su novia, ¿eh? –
Piernas se ríe, aunque es difícil saber si es una risa de “oh, si, el amor de la vida de Dominic”, o una risa de “¿Estas loca?, rompieron la semana pasada y el esta soltero y listo para conocer gente” No he visto ninguna delicia de la tarde en la agenda de Dominic, ni su diosa morena de los negocios ha venido a la oficina desde mi entrevista. Así que eso significa que tiene que estar merodeando por el pent-house fuera del horario laboral. Y piernas es quien lo sabe.
–Exactamente– dice piernas.
Bueno, es lo más cercano a una confirmación que obtendré sin preguntarle a Dominic directamente. Frunzo el ceño hacia la ventana. No estoy segura de por qué importa: Dominic no está interesado en mí, no tengo ninguna posibilidad de conseguir un hombre como el y soy su empleada. ¿Qué espero realmente? ¿Qué mis fantasías de amor de la preparatoria se hagan realidad de repente?
Paso el resto del viaje en coche calculando cuantos años después de que Dominic se graduara sigue pensando en él, imaginando las crestas de sus bíceps en esas camisetas cortas que siempre usaba en la granja de caballos cuando pasaba a dejar algo para la familia. Ese chico puede usar unos jeans azules de maravilla. Ha existido como el hombre de mis sueños durante tanto tiempo después de que dejara mi vida diaria: sus sonrisas cómplices, las risas suaves, la forma en que podía sentarme a su lado y sentirme aceptada. Esas cualidades eran meras bonificaciones además del hecho de que sus ojos azules siguen siendo mi tono favorito de azul y su mandíbula, combinada con sus labios carnosos y besables, eran dignos de modelo de portada.
Para cuando llegamos a Hamilton Enterprises, he vuelto a mi estado natural, que es acalorado y molesta por Dominic. Respiro hondo para limpiarme, le agradezco a piernas por el viaje y salto a la acera.
El tentador aroma de una parrilla me saluda. Olfateo, siguiendo el aroma hasta el edificio de al lado.
Ha aparecido un puesto de gyros, y mi estómago rugiente me guía hacia la ventanilla de pedidos.
–Hola, ¡Que montaje tan delicioso tienen aquí– digo con entusiasmo mientras miro el gran tablero del menú! Los gyros de cordero con salsa tzatziki suenan perfectos. Después de todo, ¿Quién sabe cuánto durará esta reunión? –Tomaré tu gyro clásico por favor–
La mujer rechoncha detrás del mostrador me llama, lo cual es el tiempo justo para cambiar de opinión. Porque, ¿y si Dominic también quiere uno? Este hombre nunca come. Necesito asegurarme de que este lúcido. Pero si Weston y Asher también están allí arriba… –En realidad, tomaré cuatro, por favor–
Le doy dinero, observando con una sonrisa como envuelven la carne, el tzatziki y las verduras en pan pita suave. Me entrega una bolsa pesada que contiene cuatro gyros envueltos en papel aluminio, y me apresuro a entrar en el edificio Hamilton, con los hombros cargados con la bolsa de comida y mis bolsas de clase.
Es tarde dentro de la oficina de Hamilton Enterprises, así que las luces estan tenues cuando bajo del ascensor. Toda la planta se siente silenciosa y medio dormida. Me dirijo a mi escritorio, pensando que encontraría a Dominic en su oficina. Antes de que pueda dar tres pasos, una voz aguda rompe el silencio.
–Vanessa. Por aquí– La cabeza de Alan asoma por las esquina del pasillo. Inclino la cabeza hacia el pasillo que conduce a la sala de conferencias.
Mierda. Había olvidado traer comida para Alan. Trago saliva con dificultad, apretando mi bolsa de comida con más fuerza. Podría ofrecerle la mitad de las mía. O tal vez alguien mas no tendrá hambre y Alan podría compartir con ellos. Estaba tan emocionada por este gyro.
Los pensamientos se amontonan mientras me dirijo a la sala de conferencias, estrujándome el cerebro en busca de una solución para el gyro. ¿Cómo me había olvidado de Alan?
Doblo la esquina hacia la sala de conferencias, enderezando la espalda. Ahí no pasa nada. Alan cierra la puerta detrás de mí, y en la mesa están sentados Asher y Dominic, con los rostros demacrados. La tensión late en el aire.
Miro a Alan mientras toma asiento al otro lado de la mesa.
–Hola chicos– les ofrezco una sonrisa brillante. Como mínimo, disipara algo de esta tensión. –Tengo una sorpresa para todos ustedes–
La mirada de Dominic se dirige hacia mí. Asher levanta dos dedos en un pequeño saludo.
–¿Dónde está Weston? – pregunto. Supongo que esperaré a que llegue.
Algo se quiebra en el aire, pesado y eléctrico. Dominic se pasa las manos por las mejillas y el ceño fruncido de Asher se convierte en una mueca ceñuda.
–Weston no se unirá a nosotros– dice Asher en un tono brusco que nunca antes le había oído.
–Ya no es parte de la familia–