ERIN Sentada en el sofá más grande de la cafetería, me abracé a mí misma y miré mi té. El café estaba fuera de cuestión, otro ítem en la larga lista de alimentos y bebidas que ahora me revolvían el estómago. —Estamos aquí para ti —dijo Sara, tocando mi mano, y levanté la vista hacia su rostro lleno de cuidado. Se me formaron lágrimas en los ojos. La había conocido por tan poco tiempo, y en ese tiempo se había convertido en una de mis mejores amigas. Casi no sabía cómo había seguido adelante sin ella antes. —No importa lo que pase —intervino Jenna desde el sillón frente a nosotras—. Estaremos a tu lado en todo momento. —Gracias, chicas —dije, apartándome las lágrimas—. Todo esto simplemente apesta. —¿Cuándo se lo vas a decir? —preguntó Jenna. —No lo sé —murmuré—. Se va a volver loco.

