Wesley No podía entrar en pánico… bueno, al menos no por fuera. No delante de Dylana. Por dentro, estaba hecho un desastre total. Tenía el corazón atorado en la garganta y apenas podía mantener las manos en el volante de lo mucho que sudaban. Cerré el puño y me sequé las manos húmedas en los jeans, lanzándole una mirada tranquilizadora a mi hija en el asiento trasero. —Todo está bien, Mediecita —le dije—. Solo tenemos que ir a ver cómo está Patricia. —Papi, pensé que íbamos a verla a su apartamento —preguntó Dylana, rascándose la punta de la nariz. —Bueno, tuvo que ir al hospital —dije. —¿Por qué? —Dylana me miró a través del retrovisor. —Porque… porque no se siente bien ahora. —¿Le duele la pancita? Apreté el volante con más fuerza y giré hacia el estacionamiento del hospital. —

