ERIN
—¿Y bien? ¿Qué te parece? —Me senté al borde de la silla junto al escritorio de Sara. Parecía que habían pasado horas desde que abrió mis artículos, pero probablemente solo habían sido veinte minutos.
Girando su silla para mirarme, asintió. —Realmente impresionante.
—¿De verdad? —chillé.
Avergonzada por haber alzado la voz, miré a mi alrededor en el espacio de trabajo abierto. Sin embargo, todos los compañeros de Sara estaban demasiado ocupados en sus escritorios como para prestarme atención.
—Sí. De verdad, Erin. Tienes talento.
—Gracias. —Mordí una sonrisa.
La charla con Isaac en Nueva York había encendido una chispa en mí, y pasé la última semana investigando y escribiendo tres artículos para mostrar mis habilidades. Eran variados, además: un reportaje de investigación sobre
