Patricia Un mes después —¡Oh, por Dios, Dylana! —grité. El rostro sudoroso y enrojecido de Dylana se giró por última vez mientras terminaba la rutina que presentaría en su audición para el grupo de danza de la escuela. Con los brazos extendidos sobre su cabeza, tenía un pie adelantado, los dedos perfectamente tensos y en punta dentro de sus zapatillas de ballet. Sus brillantes ojos azules se abrieron con sorpresa. —¡Señorita Patricia! —exclamó—. ¿Lo… lo logré? Corrí hacia ella, me agaché a su altura y rodeé su diminuto cuerpo con mis brazos. —Lo lograste. Eres una superestrella. Ella chilló. Sus ojos se llenaron de lágrimas. —No lo puedo creer. —Lo hiciste perfecto —proclamé. Saltó arriba y abajo, y yo la alcé por la cintura, girando en círculos con ella sobre mi cadera mientras r

