Frunciendo el ceño tras escuchar un molesto golpeteo fuerte que interrumpió su concentración mientras cortaba la madera, Santos se detuvo y apagó la cortadora.
Quitándose los lentes de protección junto a los audífonos, observó hacia la entrada dispuesto a soltar unas cuantas palabras para nada amigables que ahuyentarían al imbécil que había osado interrumpirle.
Pero por supuesto que cuando se dio vuelta, de todas las personas que había imaginado que podrían molestarlo, en ninguna de ellas pensó que se trataría otra vez de ese molesto omega asquerosamente sonriente y alegre.
—¿Qué haces aquí? —espetó, sin mucho humor.
—Hey, he traído tu comida —anunció, alzando sus manos para mostrar dos bolsas en ellas.
—Largo —ordenó, volviendo a colocarse los lentes.
—Oh, vamos —exclamó Tristán, pr
