Selene se había terminado de bañar cuando escuchó la puerta de su habitación cerrar con fuerza. Ella tenía una toalla en la cabeza cubriendo su cabello húmedo. Con una pijama de lunas salió del baño y miró a su esposo que estaba totalmente cabreado.
Gabriel tenía treinta y ocho años, cabello n***o y de tez bronceada. Era serio y bastante malo con las personas que se metían con él, pero tenía límites en cuanto poder. No era un gran mafioso, había dinero y era dueño de los suburbios en Alemania. A Selene le daba igual sus negocios y si se trataba del Sacerdocio, inmediatamente supo que su mujer no diría nada. El alemán no soportaba la manera en la que Nikolas acechaba lo que era suyo. Estaba cansado de ver como la deseaba y ni siquiera se molestaba en disimularlo.
―¿Acaso no te das cuenta? ―le gritó cuando la vió, ella soltó la toalla de su cabello y la dejó en una silla―. Claro que no lo haces. A ellos les aceptas todo porque son tus amigos.
―Si me dices que hice podré entenderte, Gabriel ―caminó hacía uno de los cajones y sacó un peine―. ¿Qué hicieron mis amigos?
Se empezó a peinar mientras lo veía enfurecerse más.
―¿No te das cuenta la manera en la que te come con los ojos Nikolas? ―él esperaba alguna reacción de su parte, pero habían sido tantos años de control para Selene con Daphne, que era como ver a cualquiera de los hombres del Sacerdocio.
No había ni un movimiento, no había nada.
―Yo no tengo contacto con él. ¿Por qué? ―dejó de peinarse―. ¿Quieres que lo vea?
―Selene, no me provoques...
Ella se rió. Era estúpido que con solo respirar provocara a las personas. Ella no hacía nada y los problemas simplemente tocaban a su puerta.
―Pero no estoy diciendo mentiras. Eres aliado de Grecia hace muchos años, es medio idiota de tu parte que no te dieras cuenta de que Nikolas y yo no nos hablamos ―suspiró―. Si quieres quejarte de la manera en la que mi Capo me mira, ahí está la puerta para que lo busques ―la señaló.
―¡¿Qué mierdas dices, Selene?! ―le gritó.
El pasillo solo estaba ocupado por el Sacerdocio y algunos guardaespaldas. El grito de Gabriel fue escuchado por uno de los custodios y fue rápidamente a avisarle a sus jefes. Selene odiaba los conflictos y ser agredida. Le tenía miedo a los golpes y que la gritaran. A ella le crecieron miedos que nunca tuvo y la responsable ni siquiera estaba viva.
―Yo estoy casada contigo, Gabriel ―no se quedó callada―, pero Nikolas es mi Capo. Nací en Grecia, fui vendida a la mafia griega. Una organización manejada por Nikolas. El hecho de que ahora viva en Alemania contigo no cambia eso. Tú eres su aliado y todavía pertenezco a...
Gabriel se acercó de manera amenazante, logrando que ella diera unos pasos hacia atrás y golpeara su cabeza con la pared, siendo eso el único ruido que hubo. Selene sabía que si se doblegaba, perdería.
―Tú eres mía. Desde el momento en que firmaste ese maldito documento, Selene ―afirmó.
―Solo estoy casada contigo, pero jamás seré tuya ―con un suspiro nervioso, respondió―. Yo no te amo, Gabriel. Yo le pertenezco a otra persona. Mi corazón y todo mi ser le pertenecen. Hasta mi vida le daría si me lo pidiera ―y eso último era para dejar de sufrir por amor.
Ella ya no quería sufrir por el amor que le tenía a Nikolas y no ser correspondida.
―¿Quién es? ―la tomó por el brazo y se lo apretó fuertemente―. ¿Quién es el maldito hombre al cual amas?
―Uno al que jamás podrás tocar ―le sonrió―. Está tan lejos para ti...
Y la lanzó hacia el suelo, lastimando su muñeca. Ella no hizo ningún gesto de dolor, pero era obvio que lo sentía. Gabriel nunca fue violento, así que de cierto modo esto la tenía bastante sorprendida.
―Perdón... ―se lamentó el alemán―, Selene, yo...
―Era lo que querías hacer. Tarde o temprano todos muestran sus verdaderas caras ―se levantó del suelo con ganas de llorar―. Yo definitivamente debo haber sido una mierda de persona en mi vida pasada ―su mano derecha le dolía muy fuerte―. No soy mala ni me meto con nadie, pero las personas a mi alrededor son una real basura.
Salió de la habitación casi corriendo. Gabriel fue detrás de ella, pero se perdió en la oscuridad.
―¡Selene, regresa a la habitación! ―le gritó, sin saber a donde ir, miró a los hombres que se acercaban con sus mujeres y maldijo el momento en aceptar el viaje.
―¿Qué le pasó a Selene? ―preguntó Nicole―. ¿Qué le hiciste?
―Tuvimos una discusión ―fue una respuesta simple y sin ánimos de continuarla.
Nikolas echó un vistazo a la habitación y no notó nada extraño, regresó la mirada a Gabriel que parecía desesperado.
―Selene es tranquila, ¿qué le hiciste para que se fuera así? ―dió un paso al frente y lo estudió más.
―¿Qué vas a saber tú de mi mujer? Deberías tener los ojos puestos en tus asuntos, Nikolas. Selene no pertenece a nuestros negocios.
―Ella es mi negocio y mi asunto ―hizo una mueca de desagrado―. Vamos a llevar la fiesta en paz, Gabriel, pero si encuentro a Selene y tiene un solo maldito rasguño ―se acercó y lo amenazó―. Destruyo tu clan y la alianza acaba al mostrar tu cabeza como centro de mesa en mi boda con tu mujer.
―¡Nikolas, ella es mía! ―lo empujó.
El griego estaba cabreado y dolido, pero no permitiría que un maldito imbécil lastimara lo que era suyo.
―Te la presté, Gabriel. Te presté algo muy delicado y preciado para toda mi organización y el Sacerdocio. Te la presté hasta que a mí me dé la gana y te la presté con la única razón para que la tuvieras de trofeo ―se pasó las manos por su cabello alborotado―. Un trofeo es algo que se mantiene en un pedestal y se cuida. No se daña y se mantiene intocable ―le dió una mirada fría―. Tú has puesto las manos en algo que no es tuyo y eso no te lo voy a dejar pasar.
―Selene jamás podrá ser tuya ―respondió dolido―. Ella ama y pertenece a otro hombre. Daría la vida por él, Nikolas. Es alguien que no se compara contigo ―escupió con rabia.
Nikolas alzó una ceja y miró a los chicos. Ellos negaron con la cabeza sin entender. ¿Había alguien en Europa más poderoso que ellos? Imposible...
―Estoy perdiendo mi tiempo contigo ―lo ignoró―. Busquemos a Selene y quien la encuentre primero le avisa al resto ―señaló a Gabriel―. Estás caminando por tierra movediza. Ve con cuidado si quieres seguir viviendo. Es un consejo que te doy como hermanos de negocios.
Sacó su celular y se fue caminando mientras revisaba el GPS. Selene tenía unos pendientes de argollas de diamantes pequeños que le habían regalado las chicas. Eso tenía un rastreador y aunque ella no quisiera ser encontrada por alguien, Nikolas siempre sabría en donde está. Que ella no apareciera en su vista no quería decir que él no supiera en donde estaba. El regalo se lo hicieron para su cumpleaños y aunque ninguna sabía sobre el rastreador, era un buen momento para volver a darle uso. Obviamente, en la tarde no fue casualidad dar con ella.
Él siempre quiso protegerla de todo y de todos. Por eso quería saber qué había pasado con ella y porque había cambiado tanto. La quería sacar de donde la tenía Gabriel y cuidarla como el tesoro que era. Nikolas de solo imaginar cualquier sufrimiento que había tenido, le daban ganas de destruir y matar a quien se los causara.
―Te encontré... ―respiró, al verla sentada en el suelo, en una esquina, oculta entre unas sillas. Le envió un mensaje a los chicos para que se fueran a descansar y mantuvieran a Gabriel lejos de la segunda planta de habitaciones.
Selene se dió cuenta de la presencia de alguien y después de un suspiro, giró su cabeza. Era obvio que tenía que ser él. El perfume del hombre le llegó primero.
―Esto es como el pasado ―le dijo, cuando Nikolas se sentó a su lado―. Te obsesionabas por encontrarme y ponías la organización de cabeza. Daphne se enojaba contigo por muchos días.
Nikolas se mantuvo en silencio, al ver que ella había estado llorando. No tenía ningún golpe en el rostro y tampoco en el cuerpo. Si ella hubiese tenido algo, no la habría encontrado tan lejos, y eso lo alivió.
―Daphne siempre me dijo que estaba obsesionado contigo ―ella apoyó su cabeza en sus rodillas mientras lo veía.
―¿Estás obsesionado conmigo? ―se maldijo porque lo estaba viendo y estaban muy cerca, se alejó un poco de él y miró hacia el oscuro mar. Estaban en la cubierta.
―Estoy obsesionado contigo ―respondió, ella lo miró y él le sonrió―. Eres mi obsesión, Selene. Siempre lo has sido ―una lágrima cayó por su mejilla izquierda―. Hasta esto ―la limpió y se la lamió―, esa lágrima salada también la quiero. Todo lo que venga de ti lo necesito.
―Estoy casada...
―Si lo mato serías viuda.
―Nikolas... ―se rió.
―Puedo ser muy divertido ―le guiñó el ojo―. ¿Me dirás lo que te pasó?
―Estoy rompiendo tantas promesas en este momento ―estiró sus piernas y apoyó la cabeza en la pared, cosa que le dolió―. No puedo hablar contigo.
―Lo estás haciendo ―se arrimó hasta tocar su hombro―. ¿Con qué te lastimaste la cabeza?
―Dame espacio.
―No quiero.
―Eres un niño.
―Pero tengo dinero y poder.
―Pero sigues siendo inmaduro ―ambos se rieron―. Déjame procesar las cosas un poquito y te lo diré en media hora.
―Bien, pero hace frío ―se levantó del suelo y le tendió la mano―. Por hoy haremos una tregua a nuestras peleas. Iremos a la habitación de uno de mis guardaespaldas y hablaremos ahí.
―¿Necesitas guardaespaldas? ―preguntó confundida.
―Alice siente que necesitamos protección. Somos demasiado buenos ante sus ojos.
Selene se rió y tomó su mano para levantarse. Hizo una mueca al sentir dolor, cosa que tampoco pasó desapercibido para el mafioso.
―Tiene el sentido de la benevolencia bastante distorsionado. Ella y Emma son igualitas. No sé en qué cabeza cabe que ustedes son buenos.
―Somos buenos, Selene ―no le soltó la mano―. Hasta que tocan lo que nos pertenece.
Ella no se percató, pero el mafioso había hecho una declaración.
Selene era suya.