Teresa y Beatriz salieron rápidamente del colegio. Afuera todo estaba igualmente muy oscuro. El colegio estaba en un lugar muy apartado de la ciudad. Cómo era la primera vez que salían tan tarde, no habían notaron lo remoto que se veía el colegio por las noches. El colegio estaba demarcado por un río que se conectaba con el mar. Para escapar del colegio, las mayores trabas eran las siguientes:
•El río tenía una anchura de unos 50 metros.
•La altura de las murallas de piedra eran de unos 12 metros vistas desde afuera. Por la forma del terreno, desde adentro, las murallas medían unos 5 metros.
•Otras medidas de seguridad incluían: alambres de púa, torres de vigilancia, sensores, escáneres, personal de vigilancia, sensores de movimiento.
Tal era la dificultad para escapar que, Teresa pensó que estudiaban en una auténtica prisión.
Estando afuera, Beatriz se resbaló muy cerca del puente que les permitía cruzar el río, para abandonar completamente el colegio. Beatriz empezó a vomitar. El vómito tenía una consistencia viscosa, verde. Teresa se asustó. Esta vez, comenzó a tener convulsiones.
Crystal veía -dentro o fuera de su conciencia- a los «guardias fantasmas» volar sobre el colegio. Las imágenes eran terroríficas. Usaban unas batas negras que se desvanecían como los cometas, piezas de armadura de placas en las articulaciones, un casco y una cota de armas colorida, con insignias de criaturas mitológicas.
Beatriz escuchó gritos demoníacos.
—¿Estás bien? ¿qué te ocurre?—dijo Teresa sin comprender, porque su amiga tenía los ojos blancos, como en un estado de trance.
Teresa se asustó tanto, que cargo a su amiga en sus brazos. Estaba muy liviana.
Al pasar por el puente de madera, en forma arco, su vestido de monjas se enganchó en un pedazo de astilla. Teresa se resbaló, fue halada por su vestido y cayó con dirección al río, se quedó colgada, con su cuerpo y el de su amiga al revés. Su vestido se ensanchó tanto que envolvió completamente sus piernas.
Teresa soportaba el peso de Beatriz y el suyo. No la soltaba, le tenía sujeto un pie con una sola mano. Su vestido soportaba todo el peso. La imagen era más graciosa que penosa. Parecía la imagen de una monja con una mujer poseída por el diablo.
—Beatriz despierta ¡despierta maldita sea!—decía con la voz ahogada de desesperación. Al balancear su cuerpo y el de su amiga, notó que ella aún estaba en trance. Ahora Beatriz tenía la mirada con dirección al cielo. La escena se volvió terrorífica.
Su vestido se rompió y ambas cayeron, y fueron arrastradas por el río con dirección al mar. Teresa luchaba por salvar a su amiga, pero el río era muy caudaloso y no la lograba ver. El río también estaba muy frío.
Fueron arrastradas por el río de manera violenta. Después de unos minutos, Teresa logró ver muy cerca el mar, que seguía iluminado por una luz misteriosa, como si emitiera energía del interior. Siguió siendo arrastrada por el río y, al acercarse a un manglar, sintió un choque térmico, debido a que las aguas del río y del mar se mezclaban. Esta mezcla de temperaturas mejoró su estado de ánimo.
Finalmente salió del manglar, y empezó a buscar a su amiga en la playa. Su principal preocupación era dar con su ubicación, pues no sabía si su cuerpo estaba aún en el río, o si ya había sido transportada al mar. Se encontraba tranquila. La arena también era parcialmente alumbrada por el brilloso mar.
Al cabo de unos minutos, Teresa escuchó los mismos silbidos de frecuencia modulada que había escuchado en las murallas de su colegio. A lo lejos observó que una manada de delfines se acercaba. Uno de ellos traía a su amiga. Beatriz se sujetaba fuertemente de su aleta dorsal.
Beatriz habia sido arrastrada por la corriente hasta el mar. Teresa se percató de que los delfines eran los mismos que -minutos antes- había observado desde su colegio. Lo supo porque había sumado 12 delfines. Con Beatriz eran trece mamíferos brillando en el mar¹
Al acercarse a la orilla, Beatriz no se separaba del delfín que la había rescatado, parecía conversar con él.
Después de un rato, finalmente se acercó a Teresa y la abrazó. Como los delfines seguían cerca de la orilla, Teresa empezó a tocarlos. Uno parecía enamorado de ella. el delfín usó una técnica muy galante, y empezó a entonar versos de amor con el fin de conquistarla. Claro, esto se supo después, porque nadie entendía los silbidos de frecuencia modulada que producía.
Teresa, antes que preocupada, se sentía extasiada y alegre por esta bendita experiencia. Tenía el rostro de aquellos que hacen penitencias y renuncias.
Al ver la tranquilidad con la que Beatriz aceptó la situación, Teresa recordó a las monjas más auténticas de su anterior colegio, y creyó que Beatriz era una de ellas.
Se despidieron de los delfines llenas de gratitud.
Al día siguiente recobraron la conciencia, porque durante estos sucesos extraordinarios creyeron que estaban en un sueño. Como Beatriz se había vuelto más espiritual, ahora podía ver a seres del más allá. Ésa es la razón del por qué Teresa no veía a los guardias fantasmas que Beatriz veía.
Ser rescatada por los delfines lo vio como un signo de buen presagio, y se sintió resguardada por estos seres. Cuando determinado delfín se le acercó, sintió la presencia de Ricard. Por ese motivo, no apareció en seguida, porque estaba abrazando al animal. El delfín expulsó un chorro de vapor de agua. Beatriz se sentía tan conectada con este cetáceo, que su lenguaje le parecía mágicamente comprensible. El delfín le dijo:
“Para vivir bien: hay que sentir bien, hay que pensar bien, hay que existir bien.“
Beatriz no quería abandonarlo. Además, el mar brillaba y estaba muy cálido. Tuvo un fuerte impulso de sumergirse al fondo del océano e irse a vivir con ellos.
Beatriz le dijo al delfín:
¿Eres tú, amado mío? ¿o eres el ser mitológico que en la antigüedad los hombres consideraron sagrados?
¿De donde vienes? Porque un animal tan extraordinario no puede ser de la Tierra.
No, la tierra no produce tanto bien.
Además, los animales no pueden sanar.
¡Oh cielo santo, Ricard! Llévame contigo, llévame al mundo acuático.