Capitulo II

1131 Words
Sucedió que una vez, estando Ricard en un estado de ensoñación, empezó a dirigirse hacia el mar. Caminaba a paso lento, al sumergirse sintió como si se lanzara al vacío, a la nada. Estaba en una especie de trance, en un estado de conciencia trascendental. El ecosistema marítimo lo sentía más propio que su hogar en la tierra. Y tuvo una visión: Veía formas de animales cetáceos acercarse a él, tratándolo como si fuese uno de ellos, encomiándolo, abriéndole paso, y, con mucho respeto, le dijo una gran ballena, la que parecía la madre de todos ellos: — Hijo mío, estamos más cerca el uno del otro dentro del plano evolutivo de lo que los mortales comunes puedan imaginar. Nuestra biología es muy avanzada, algunos seres cetáceos poseemos un desarrollo psicológico y espiritual más avanzado que tus semejantes. Ricard escuchaba las palabras sin cuestionarlas, como si Dios se las dijera. Veía a la ballena con un aura de colores, de mucha luz. Muchas veces no sabía si eran visiones o sueños los que tenía. Ricard tuvo esta experiencia dentro del mar. Estaba en una especie de plano intermedio. Entre la vida y la muerte. Este mamífero se le aparecía en sueños. Sentía el resguardo de una madre. Por la perspicacia espiritual de Ricard, percibía el gran poder que poseía el animal, y, al momento de aparecer, lo revitalizaba, lo empoderaba. En lugar de tener más vitalidad, sentía mucha debilidad al levantarse, porque sus nervios parecían quemarse por el exceso de energía Se decía a sí mismo: —Estos eventos internos son muy fuertes, pero a cada miseria le sigue una alegría.¹ La ballena era una especie de deidad a la que le rendía pleitesía. Es de imaginarse como, al cabo de días de recibir estas experiencias, sus compañeros lo notaron muy cambiado: Ensimismado y apenas consciente del mundo exterior. Tenía un rostro de piedad y santidad. Su piel brillaba. Dentro de sus necesidades más urgentes no estaban sus compañeros o los estudios, sino la ballena. Fenicio lo trajo de vuelta a este mundo —Ricard—le dijo algo exaltado. —¿Si?—respondio Ricard, como despertando de un gran sueño. —Amigo, te ves mal, ven con nosotros— Fenicio se lo dijo con mucha empatía. Ricard miraba fijamente a su amigo. Sus modos en el trato habían cambiado hacia él. Parecía que ahora Fenicio lo admiraba en secreto. —Ven con nosotros, vamos, te hará bien. Fenicio había notado estos cambios repentinos y algo dramáticos. En una ocasión, cuando honraron al mejor estudiante de curso con una banda, Fenicio se la quitó y se la puso a un -en ese momento-anonadado Ricard. No era una burla a ninguno de sus compañeros. Fenicio lo hizo con un respeto que rayaba la adoración. Así, Ricard aceptó caminar junto con sus compañeros. Entre los estudiantes estaba una chica llamada Teresa y Alberto,el genio sabelotodo de la clase. Casi todos hacían bromas y ninguno era un aguafiestas. —Estar tanto tiempo encerrados nos vuelve ineptos, sosos, y desconectados con la realidad—dijo Alberto. Todos escucharon sus palabras como un mantra. Y es que Alberto pocas veces hacía observaciones que no fueran verdad. —A todos nos falta experiencia. Si la gente fuese menos hipócrita y mas conocedora de la naturaleza humana, mas abierta, no caerían tanto en prejuicios y dramas—continuó Alberto. —¿A donde quieres ir?— preguntó Teresa. —Pues...ejemplos sobran. —Dime uno—preguntó Teresa. —El sexo—dijo Alberto como sin pensar —Todos los humanos sabemos que, de entre todas las experiencias en este mundo, el sexo es la experiencia más gratificante, la más poderosa, placentera, íntima... —Eso es verdad, pero no sé por qué dices eso, si el sexo cada vez es algo mas común y aceptado—lo interrumpió Teresa —Si, en este colegio también nos educan,pero yo no veo un cambio real. —¿Como qué?—Se aventuró a preguntar Ricard. —No vemos a los maestros haciéndolo, no existen cursos donde se pueda practicar la sexualidad de manera abierta, entre compañeros, y que sea aceptado y consensuado por todos. Todos guardaron silencio, como espectadores de una vision no antes vista o escuchada. Aunque Teresa y Ricard pensaron que muy probablemente Alberto lo debía haber leído en alguna parte —Eres un puerco—le dijo Teresa —Todavía falta mucho para que un cambio de esa naturaleza se dé—dijo Ricard. —¿Que falta? dime—Preguntó Alberto—¿Más educacion? — No, educados estamos hasta las narices. (Todos ríen). El ser humano debe purificarse de toda la oscuridad con la que ven al sexo. Pero a nivel individual, dicha purificación es una odisea. No me imagino a nivel colectivo. Los maestros pueden gritar que la sexualidad ya no es un tema tabú. Pero, hasta sus mentes están nubladas. Estan cargados de sesgos y repulsiones hacia el sexo. Por eso, hasta ellos no pueden ver a sus hijos o padres haciéndolo. —Pero, la experiencia del sexo ¿es buena o mala? Pregunto porque la religión siempre se ha encargado de condenarla— dijo Alberto. —Es difícil. Yo he notado dos cosas: El sexo es una traba espiritual, porque, por su naturaleza tan envolvente, compite con los placeres elevados del alma. ¿Como sé que debe trascenderse? respeto las escrituras, y por algo advierten sobre el pecado de la lujuria. El problema surge cuando no se satisface, ahí crea sufrimiento. Y el hombre vive en represión continua de sus deseos insatisfechos, es un esclavo.² Aparte, uno debe librar duras batallas internas, uno debe estar limpio de orgullo, egoismo, celos, vergüenza, y las emociones mal asimiladas que nos hacen ver al sexo con repulsión. Deberías de tener la capacidad de ver a tu pareja haciéndolo con otra persona. Si fuésemos totalmente desapegados, libres e inegoístas, podríamos hacer eso. Ante estas palabras, muchos de sus compañeros no aceptaron lo que decía, era ir demasiado lejos. Otros no entendieron, y cuando terminó la explicacion, hasta Fenicio parecía quedarse dormido. En la tarde pasaron por la playa. El sol parecía fundirse en el mar. Como si al acercarse a la Tierra, hiciera hervir el agua del horizonte. El rostro de todos brillaba por la juventud. Sucedió que Ricard no había dejado de observar a una muchacha de un curso superior, la miraba con una mirada esquiva. Ella corría por la playa, tenía una actitud juguetona, vió como su rostro cambiaba de color por la puesta de sol. Se preguntaba cuál era su verdadero color de piel, porque el sol y las sombras del momento engañaban a cualquiera. Unas veces pensó que era muy blanca, pálida. Otras que era morena, y, la verdad no logró descifrarlo.
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