Cuando entraron a urgencias, Teresa y Beatriz se apartaron de Fenicio. Los médicos prohibieron su entrada a los boxes de urgencias, para evitar aglomeraciones.
Beatriz y Teresa se quedaron juntas por un reducido periodo de tiempo en el hospital, antes de que Teresa partiera. Le manifestó que tenía a su madre enferma, padeciendo, y otros temas irresolutos. Pero que, retornaría rápidamente.
Nada más quedó Beatriz sola, aguardando la mejoría de Fenicio.
Al cabo de unas horas le concedieron la autorización para acceder a la habitación de enfermos. No pasó, sólo observaba su cuerpo desde los cristales de una ventana. Se encontraba amarillento y enjuto. Su cara se veía más larga.
Retornó a la sala de espera, se puso a meditar. En una visión veía a Fenicio ser atraído por las energías del mal. Su alma era negra, lóbrega. Aunque mostraba voluntad de volver a la luz.
Al despertar sospechó aproximarse otra vez a Fenicio. Pero, al cabo de unas horas, resolvió volver donde el chico. Su semblante había cambiado, se mostraba diferente, con menos peso y aflicción soportando sobre sus espaldas. Palpó sus manos pálidas. Al cabo de unos minutos, despertó. Beatriz, no obstante, tocaba sus manos. Cuando él abrió los ojos, ella enseguida las apartó con un rostro de bochorno.
—Beatriz—dijo Fenicio, como muy asombrado de que se encontrara allí—¿Que haces aquí?
Beatriz sólo lo miraba, hasta que, por fin contestó:
—Estoy aquí por la irresponsabilidad de un muchacho— Fenicio sonrió levemente, le dolía reírse.
—Lo siento ¿si? Soy un ser mortal, perpetúo desaciertos—dijo Fenicio, parecía no arrepentido del todo.
—Es que ¿acaso es tan sencillo? No debemos ver este acontecimiento como algo ocasional, tu eres así. Esa insensatez dice mucho sobre cómo confrontas todo en la vida
— ¿Por qué estás aquí?—le preguntó Fenicio.
— Deseo comprender por qué obraste así— preguntó Beatriz como muy angustiada. Fenicio parece que no le apetecía contestar, demoró minutos antes de decir:
—Ni yo mismo lo sé. Creo que algunos no somos guiados por la luz. Cuando algo así sucede, se debe a algún influjo de la energía oscura.
—No no. Tu no vas a venir con el mismo cuento. Ya suficiente he tenido con las vivencias de Uriel y el colegio—dijo Beatriz, estaba luchando contra un esceptismo que se le había clavado en su mente.
—Pues no te resistas. Si todo se dirige a una misma dirección es porque debe ser verdad—le dijo Fenicio.
—Disculpe señorita—la interrumpió una enfermera que entraba a darle la comida al jóven.
—No se moleste, yo mismo voy a darle de comer, soy un familiar cercano suyo—dijo Beatriz con tanto carácter que la enfermera no tuvo otra opción más que dejarla hacer lo que deseaba—puede marcharse—y le puso una cara como diciendole ¡Márchate! La enfermera se marchó.
Beatriz empezó a alimentar a Fenicio, lo hacía a veces con delicadeza y otras con mucha tosquedad.
—Cálmate, si vas a comportarte así, créeme, prefiero comer yo solo, con las fuerzas que me quedan.
—¡Tu te callas! que por tu culpa estoy aquí. Mírame, he soportado insomnios, hambre. Y todo por tu estupidez. Haber si haces conciencia de tus actos— Fenicio mostraba un rostro decaído, y ahora, de evasión.
—No sigas, por favor. Que estoy muy cansado. Si vas a seguir así, escucha, puedes venir cuando me recupere. No tengo ni la paciencia, ni el estado mental para escuchar tus reprimendas y consejos.
Beatriz se calmó un poco. Un medico le hizo una seña de que fenicio debía descansar y se dispuso a irse.
—¿Vas a seguir viniendo aquí?— le preguntó Fenicio a Beatriz.
—No lo sé. Talvez, porque quiero ver tu recuperación.
—No sigas fingiendo, Beatriz. No viniste aquí únicamente a regañarme y darme consejos. Estas aquí por otra razón.
—¿Ah? ¿Por que según tú estoy aquí?—dijo Beatriz como confrontádolo.
—Creo que estás atraída por mi. No sé cómo diablos, pero eso me dicen tus acciones—dijo Fenicio. A veces era muy directo—No te enamores, no soy lo que tú piensas...— Fenicio iba a continuar hablando y Beatriz lo interrumpió.
—No digas eso, que no es verdad—dijo Beatriz y lo dejó como hablando solo.
Beatriz salió de la habitación. Al verlo desde una pequeña ventana, donde los pacientes son incapaces de notar que los están viendo, Beatriz lo observó por un tiempo antes de dirigirse a casa de Clara. Se sentía confundida y muy cansada emocionalmente por la intensidad de las experiencias.
Al coger un autobús, Beatriz observaba desde la ventana el paisaje de la playa. Vió el manglar que se conectaba con el río; la poza, aún sucia por los fragmentos de la ballena. Sentía una intriga inexplicable de conectar los sucesos y darles significado, que la llevarían a resolverlos y a buscar algo, algo que no sabía que era.
Se dirigió hacia una región montañosa, era una zona que quedaba a unos pocos minutos antes de llegar a casa de Uriel. Se sentía más liviana de lo habitual, quería llegar caminando y despojada de las energías de la ciudad a casa de Clara.
Finalmente llegó a su destino. Tocó a la puerta. Clara la saludo:
—¡Oh! Eres tú. Te esperaba—dijo Clara mientras la abrazaba, lo hacía como si se tratara de su hija. Clara notó que durante su periodo de ausencia, Beatriz había agarrado cuerpo. Estába más grande y robusta.
La hizo sentarse en un sofá. Agustín también la saludó.
—No sabes cómo te he echado de menos.
—Yo también los extrañaba.
—Estas tan hermosa. A pesar de que tu rostro denota tristeza, irradias mucha paz ¿Que te ha causado ese cambio?
—No lo se. Supongo que se debe a la edad. Tengo casi 20.
—Si si, pero te siento triste ¿Me equivoco? Dime lo que sea, somos amigas, vamos, cuéntame ¿que te pasa?—dijo Clara. Estaban en una habitación pequeña. Cerró la puerta para que Agustín no las oyera. Beatriz se sintió más cómoda y dijo:
—Ni yo se lo que me pasa.
—Si, nuestro hijo también sigue siendo un enigma
—¿A que se refiere? ¿Uriel sigue mandando señales, o que pasó con él?cuénteme— preguntó Beatriz algo preocupada.
—El dolor por la desaparición de Uriel nunca lo voy a superar completamente, soy su madre. No creo que haya dolor comparable a la pérdida de un hijo en la tierra. Pero hay cosas que quería contarte.