—Vamos, súbete— le ordenó Fenicio a Beatriz para que subiera detrás de la montura de su moto. Esta vez, Beatriz deseó que fuera Teresa la que ocupara dicho lugar, para ella ir apos de su amiga. Fenicio captó la sugerencia que le hacía Beatriz a su amiga de manera indirecta, y se sintió muy molesto. Teresa se subió y, antes de que le diera tiempo para reaccionar a Beatriz, aceleró y la dejó abandonada.
—¡Eres un cretino!— le gritó Teresa, en tanto se sujetaba fuertemente de sus espaldas—¡No te preocupes, te aguardamos en la zona de la playa!— termino diciendo Teresa a su amiga, antes de verla ocultarse en la zona boscosa. Beatriz se intranquilizó un poco y consideró la decisión de Fenicio muy inmadura.
descendió por la única calle que llegaba a la zona baja de la playa. Advertía a una gran cantidad de motocicletas, mototaxis, y vehículos livianos trasladarse a gran velocidad. Uno que otro conductor se ofrecía a llevarla en su transporte, pero Beatriz no hacía más que rechazarlos. Al percatarse de que le faltaba mucho por llegar, decidió aminorar el camino. Se separó de la vía de transportes y se dirigió a una zona verde, llena de plantas pequeñas, muchos arbustos y animales. Llegó a un camino, hecho con material natural del terreno, y lo siguió.
Conforme avanzaba, empezaba a sentirse molesta por la forma en la que Fenicio la había abandonado. Era muy latoso. De no ser por su habilidad para sobrevivir, podría haber muerto.
Una vez recorrido un buen trecho, empezó a percibir la brisa fresca del mar. Permaneció, un rato, descansando bajo un árbol. En todo la senda no había dejado de mirar a unas lagartijas cruzarse por sus pies¹, parece que la seguían. Asió una. Al observarla, se percató de su diminuto cuerpo lleno de escamas. Su ojos se fijaron en una arboleda. Cerca de los árboles se encontraba un pequeño triciclo, con un muchachito de unos siete años de edad. Tenía el semblante de alguien muy inocente, inconsciente de lo que sucede a su alrededor. Su rostro angelical le dejó una buena impresión y rápidamente se le acercó. El niño era muy hábil manejando el triciclo y, se ofreció a llevar a Beatriz. La criatura no le habló en ningún momento, solo asentía con la cabeza a sus órdenes. Beatriz se sintió segura siendo conducida por el infante a una velocidad prudente. El niño parecía conocer bien la ruta. Rápidamente llegaron a la zona amplia de la playa.
Al dar por terminado el recorrido, Beatriz le dijo:
—Muchas gracias corazón, me has socorrido. Fuiste mi guía en ese pequeño tramo, donde cualquier cosa pudo pasar—Y era cierto, en aquella zona costera se había oído acerca de infortunios relacionados con: mordedura de serpientes, ataques de escorpiones y arañas. Y hasta robos y secuestros.
Beatriz le regaló unas monedas, besó al niño en los cachetes y lo despidió. El niño no articuló ni una sola palabra. Estaba bendito, pues aún no sufría los dramas y dolores de la adultez.
Beatriz emprendió el viaje por la playa, para percatarse de la presencia de Finicio y de su amiga. Ya habían pasado como 20 minutos desde su advenimiento y no lograba avistar a ninguno de los dos.
Principió a escuchar unos cantos complejos. Beatriz cerró los ojos y se dejó guiár solamente por los sonidos que escuchaba. Su visión interna se activó. En varias ocasiones, por poco se cae. Daba gracia verla caminar con los ojos cerrados. Al percatarse de que el sonido lo tenía en frente, abrió los ojos y contempló a una ballena varada en una poza. Era la primera vez que veía a una ballena azul, era un animal colosal.
Al aproximarse más, advirtió que dos personas acompañaban al animal. Les dijo:
—¿Que hace, un animal como éste, aquí?—gritó, pues el sonido de la brisa y de las olas era bastante fuerte para ser escuchada.
Una dama se le acercó. Tenía un sombrero blanco de playa.
—Escucha hija...— Y, antes de concluir el enunciado, gritó de felicidad. Era Clara, que yacía en la poza con Agustín, intentando salvar a la ballena.
—¡No lo puedo creer!— gritó Beatriz
—¿Que haces aquí tan sola?—le preguntó Clara.
—Es debido a un pequeño desatino ¿Cómo están ustedes y, que hacen aquí, con esta ballena?
—Estamos bien, esta ballena apareció en este sitio, y creo que está lacerada, ven, mírala—Clara le expuso la zona donde la ballena estaba unida al árbol. Por el aspecto y color de las ramas con respecto a la ballena, Beatriz pensó que ambos eran un solo organismo. Beatriz sintió mareos, era muy sensible a la frecuencia emitida por el canto de la ballena.
—Cielos, son tantas cosas que ansío contarte ¿Por qué ya no me has visitado?—le dijo Clara.
—Han pasado muchas...— y otra vez fue interrumpida por las llamadas de la ballena azul. Agustín trataba de liberar a la ballena de la rama clavada en su costado.
Beatriz escuchó -a la distancia-el ruido de una moto. A lo lejos distinguió que eran Fenicio y Teresa. Fenicio venía a baja velocidad, y Teresa se acercaba trotando de manera graciosa.
Beatriz se trasladó de la poza, al encuentro con su amiga
—Amiga de mi corazón, no tienes idea de cuánto intentamos seguir el rastro de tu paradero. Al momento de dejarte, no pasaron ni 10 minutos y regresamos a buscarte, empero ya no estabas. Casi mato a Fenicio por su tontería.
Fenicio bajaba la mirada de vergüenza.
Agustín le pidió ayuda a Fenicio y, juntos, pretendían socorrer a la ballena. La ballena creaba ondas en el agua por sus azotes de cola y aletas. El misticeto empezó a cantar. Por las vibraciones que emanaba, la visión interna de Beatriz se avivó. Veía los órganos internos de la ballena, y se percató que tenía una bomba dentro de su cuerpo. Alarmada, entró a la poza y les gritó:
—Paren ya, si intentan separar al animal de la rama del árbol, podría estallar— lo mencionó, porque vió la bomba estaba incrustada en el mismo sitio donde se había insertado la rama que atravesaba su cuerpo.
—¿Cómo sabes eso?—preguntó Fenicio con mucha sospecha de lo que decía. Dos hombres, con fama de ser escépticos, desconfiaban de las aserciones de Beatriz—¿Quieres que hagamos caso de tus revelaciones sin fundamento—dijo Fenicio, y se comenzó a reír. Ni siquiera Agustín la tomaba muy en serio. Beatriz salió de la poza.
—Yo alcanzo a ver una bomba, créanme, es peligroso ¡Abandonen la poza ahora!— dijo Beatriz en voz alta.
—¿Que esperas, pequeña nigromante, que crea en tus supersticiones absurdas?¿Eso deseas?—declaró Fenicio como hostigándola. Estas palabras, le dolieron profundamente. Por las cosas dichas, pensó que Teresa le había platicado alguna de sus experiencias.
Beatriz se llenó de rabia, no tanto por los comentarios, sino porque temía que algo perjudicial les pasara.
—Mira como desafío tu estúpido dictamen— expresaba Fenicio, y empezó a presionar aún más la zona ulcerosa de la ballena. La ballena hacia unos gemidos y gruñidos extraños. Aunque los esfuerzos de Fenicio parecían irrelevantes, por lo descomunal que era el animal. Cuando la hurgaba en dicha zona de su cuerpo, el animal se comportaba de modo extraño.
—¡Basta! escúchame maldito bastardo, no sólo vas a poner en contingencia tu vida, sino la de todos—expresaba Beatriz con mucho agobio.
Al percatarse que Fenicio no hacía caso de sus avisos, Beatriz hizo distanciar -de la poza- a Teresa y a Clara. Agustín aún se mostraba desconfiado, pero no se hallaba tan cerca del cetáceo. Fenicio produjo un movimiento más y la ballena explotó, creando una onda de choque expansiva dentro y fuera de la poza.
Todos fueron impelidos con violencia y arrojados a una gran distancia por el impulso de la bomba.
El cuerpo de Fenicio salió disparado a gran velocidad. Se hundió profundamente dentro de la poza. Los órganos internos de la ballena también salieron disparados, y quedaron esparcidos, tanto en la poza, como en la arena de la playa. Su organismo hervía por dentro.
A pesar de la rabia y el miedo experimentado, Beatriz se sumergió rápidamente dentro de la poza y buscó el cuerpo de Fenicio.