Capitulo X

1128 Words
—¿Qué tan factible es que me creas?—Dijo Beatriz a modo de intriga. —Estoy abierta. Dime lo que sea—respondió Teresa. Mostraba una confianza sorprendente. —Me refiero a Ricard. —Espera, ¿Cómo te liáste con él? — Es difícil. Creo que me enamoré de él como se enamora alguien de un libro o de una fantasía ¿Me creerías si te dijera que aún no nos conocemos personalmente? Esto es una ilusión. —Pero ¿por qué te sucedió eso?cuéntame—decía Teresa, muy interesada en la conversación. —Es porque de las emociones no tenemos tanto control. Lo idealicé por los relatos fantásticos que decían sobre él. Admiraba eso: la idea, no a la persona en sí. Luego, por razones que no logro entender, me sentía como una mártir, alguien que debía luchar por amor. Y, de esa manera, soporté todas las burlas que decían sobre mi relación con él. Sentía que, si me veían como la pretendiente de un loco, llevaría esa cruz. En este punto, mi amor por él fue un sacrificio. Lo he visto pocas veces, el destino se las ingenió para que jamás nos conociéramos, ni nos cruzáramos palabra alguna. —Espera ¿Por eso me llamaste? —Interrumpió Teresa. —No no. Estoy respondiendo a tu pregunta—dijo Beatriz algo avergonzada. —No pasa nada. Continúa. Quería que hicieras eso. Es solo que quería preguntarte si me llamaste para desahogarte o algo así. Eso también lo respeto. —Quiero que me respondas unas preguntas. —Claro. Continúa. Si deseas, dime lo que creas y sientas. Beatriz no se sintió presionada, y se fue abriendo fácilmente a alguien que consideraba de confianza. — Luego, de un modo totalmente espontáneo, sentí que le debía fidelidad, que debía ser lo suficientemente digna de su amor, pues muchos me decían que era una gran alma. Mis amigas me decían que me fijara en otros hombres, los que ellas consideraban mejor. Yo los medía y comparaba con Ricard. Para mí, él era un semidiós comparado con todos ellos. Además, los otros eran muy fáciles, y él representaba un reto. Entregarme a él era estar consagrada. Le llegué a escribir cartas, lo miraba en la luna, en los estanques, en el cielo. Después se perdió en un paseo por una playa desconocida. Esto es una hipótesis de los investigadores, y me resuena porque tenía cierta obsesión por el mar. Por amigos como Fenicio, muchos llegaron a esta misma conclusión. —Si, yo también supe— interrumpió Teresa. —Y aquí, la idealización se me fué de las manos. Lloraba desconsoladamente como si me arrebataran a mis padres. Lo digo en serio. Me involucré naturalmente en su vida. Sus padres no se opusieron a que diariamente los visitara. Supe más de él por los relatos de su madre. Vi los dibujos que hacía de los seres cetáceos. Leí los mensajes y canalizaciones que le enviaban. Era realmente una gran alma, entregado a estos seres y a Dios. Para él, estos seres acuáticos, eran sagrados. Ricard, no sólo los representa físicamente, según su visión, pueden habitar todas las dimensiones al mismo tiempo. Son omnipresentes. Todo esto, digno de una película o una novela. Al escuchar su relato, Teresa percibió cómo pasó de aspectos personales y prácticos, a aspectos complejos y espirituales. Por sus palabras, Teresa intentó medir el grado de conciencia y conocimiento que tenía Beatriz. Que alguien de semejante naturaleza la abordara, lo consideró algo muy inusual. Creía en el destino: cuando las energías, circunstancias y personas tienen tanto poder dirigido a la misma dirección, cosas así pasan. Hasta ese momento, con excepción de Ricard, no había encontrado a alguien así en toda su vida. Se dijo a sí misma: —Si ella me contó, con semejante entendimiento, su vida, eso no es normal, ha venido alguien que vale la pena¹. — Te sentí como alguien muy familiar, por eso me abrí hacia ti. Realmente deseaba desahogarme. Ni mi propia madre o amigas me entienden. Ellas creen que estoy embrujada, porque Ricard no se me quita de la cabeza. —No, para nada. Entiendo por lo que estás pasando. —Pero ¿tú me crees? —Absolutamente. No has exagerado. La verdad es más increíble de lo que los demás, por sus limitados sentidos, puedan imaginar o percibir. Pero ¿Qué deseas saber? — Hay señales que no entiendo. En su casa pasan cosas fabulosas. —¿Como qué?—Preguntó intrigada Teresa. —En su casa tienen un patio. Allí hay muchos árboles secos, de mediana estatura. Y la forma en la que se mueven es muy extraña. No corresponden con la realidad. Quiero decir, sus ramas y hojas no obedecen la ley de la gravedad, ni la fuerza del viento. Parecen obedecer una ley misteriosa. Todas las hojas siempre viajan juntas. Vuelan hacia el interior de la sala de su casa, y del mismo modo salen. Siguen un orden exacto. Yo las he contado todas. Tienen un número de ciento cuarenta y cuatro mil². Los árboles son capaces de crear sonidos extraños. Crean palabras, sirviéndose del viento y de sus ramas y tallos huecos. El sonido creado de las palabras es como la música. —Así como la tuya—dijo Teresa de manera ingeniosa. — Sí, así como la mía—reconoció Beatriz— Creo, realmente, por fé, que aún está vivo. —Todos estos fenómenos paranormales ¿A qué crees que se debe?—preguntó Beatriz. —Alguna entidad se apoderó de esos árboles. No necesariamente son malignos—respondió Teresa—Como he estado en casa de Ricard, sé que tienen algo. Cuando lo visitaba, me sentía observada todo el tiempo. Ahora recuerdo que un dia, sin explicación, sus ramas golpearon mi frente. Me sentí avergonzada, y Alberto, junto con Fenicio, se burlaron de mí. Pero ese golpe fue intencional—decía Teresa como haciendo memoria. — Sí, esos árboles son extraños. Creo que Ricard pudo haberlos usado como medios para comunicarse desde otro plano. —Conozco a Ricard. Él habita entre vivos y muertos³—dijo Teresa muy convencida. —¿Tú tampoco crees que está muerto?—Preguntó Beatriz. —No, mi amigo está vivo. Creo en tus relatos, pero ¿Dónde puede estar? — Espera, tengo otro enigma— dijo Beatriz, mientras sentía que se le helaba la sangre por los recuerdos. Beatriz le contó el modo terrorífico en la que se le apareció el demonio reflejado en el espejo de la casa de Ricard. Ambas temieron profundamente, y creyeron que se enfrentaban, no sólo a su desaparición, sino también a las fuerzas del mal. Cuando en la Tierra aparece un ser de luz, las fuerzas contrarias se oponen⁴. Ocurre de manera automática.
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