Recostada en una pequeña cama, Beatriz sentía desconocer, tanto como se llamaba, como el sitio donde estaba. Su mente parecía haber volado a otro plano de existencia. Uno donde todo era mejor.
—¿Estas bien?— Le dijo Clara mientras le traía una taza de té. Su mirada compasiva la trajo de vuelta al presente. En ese momento, recordó algo que posiblemente después deseó haberlo
olvidado: sucedió que, al acercarse al espejo, vió el reflejo del padre de Ricard. Todo normal. Pero, mientras mas se acercaba, comenzó a ver a un diablo pequeño, rojo. Estaba sobre la cabeza de Agustín, como pegado en la coronilla. Tenía alas como un murciélago. Parecía que le susurraba algo, y ya
estaba pegado a él. La imagen era tan tétrica, que le hizo perder el conocimiento.
—¿Quién soy yo para buscarle? Dígame, si, en esta difícil prueba, acabo de demostrar mi debilidad interna. Flaquéo ante retos de esta naturaleza— Se lo dijo casi llorando a Clara.
Aunque Clara no supo de la aparición del demonio, sino hasta semanas después, la consolaba.
— No no, hija mía. Tu carácter, fuerza y fidelidad estan más que demostrados. Has soportado, de un modo paciente, los retos que se te han presentado. Eres muy fuerte, y lo has hecho guiándote únicamente con el corazón.
Porque aún sin conocerle, estás aquí. No
cualquier mortal padece como tú, encaminándote únicamente por la fé. Tu amor se asemeja, al amor que los devotos entregan a Dios: sin condiciones, sin verle, a veces sin oirle, y sin poder palparle físicamente. Y tú, ahora, sólo te guías por tu intuición.
Estas palabras, dichas con mucha sinceridad, parecieron quitarle un peso de encima a Beatriz. En un momento, donde sentía que sus decisiones habían sido las peores. Una voz -que parece que venía del cielo- la consolaba.
Lloros, lamentos, arrepentimientos y maldiciones, fue lo que experimentó la familia de Ricard, los días posteriores. Su padre era resiliente, pero reprimía sus emociones. Aún con su mente aguda, por carecer de estabilidad emocional, sucumbía. Pudo notar lo torpe que era -a veces- al tomar decisiones. Lo indefenso que se sentía en una situación donde, casi nada dependía de tí. Las ilusiones se desmoronaban ante el peso de la realidad. Al menos, el así lo vivió.
Clara, en cambio, aunque atravesó un verdadero infierno, no reprimía nada. Sentía todo lo que tenía de sentir, y por esta ventaja, si debía atravesar la pérdida de su hijo, llegaría mas rápido a la aceptación.
El incidente terrorífico que vivió Beatriz, trajo más problemas. La conexión que sentía con Ricard, en su cuarto, no fue posible. Ella, ahora, sentía una especie de trauma al ver la habitación. Por la ausencia de personas, el cuarto de Ricard se llenó de telarañas, moho, ácaros y polvo.
A pesar de todo, el amor de Beatriz por Ricard no disminuyó. Se parecían mucho, su amor por lo invisible era innegable. Ambos tenían ese pensamiento de que, lo que se lucha, se valora.
Beatriz se hizo amiga muy cercana de Clara. Compartieron vivencias, comidas, y relatos acerca de su hijo.
En ocasiones, al visitar a Clara, se quedaba horas, ensimismada, viendo a los árboles secos por el otoño.
—Me voy a quedar así por siempre, enamorada de un amor abstracto— dijo Beatriz lamentándose.
Estas palabras produjeron mucha conmoción en Clara, que casi dieron por muerto a su hijo.
Después de un rato, al recuperar la
compostura, le dijo:
—¿Te digo un secreto?
—¿Cuál?—dijo Beatriz como sin ganas.
A veces, el amor de mujeres es extraño. Nosotras nos enamoramos de la idea que tenemos del hombre. Nos enamoramos de una fantasía. Si mi hijo no llega a aparecer, te quedaras enamorada de la idea que tienes sobre él. Pero, a las personas las conoces en la convivencia, en las peleas. Ahí te muestran su verdadero rostro.
Estas palabras, colocaron a Beatriz en
la realidad. Además, parecían contradecir las palabras -dichas por ella misma- unos días antes.
—En mi experiencia, durante mi juventud, lo más intenso, fueron esos amores fantasiosos, lo que ustedes llaman "los casi algo". Y te digo, si no hubiese conocido a mi esposo, si no conviviera con él, estaría enamoradísima.
Estas palabras, produjeron un mal efecto
sobre Beatriz. Ahora sentía admirarla menos, pero agradeció su sinceridad. Aún así, no se dejó influenciar por sus palabras. Creyó que todos eran diferentes. Aunque la mayoria de
mortales se parecen, hay excepciones
extraordinarias. Ella sería la excepción. Por una suerte genética, o por razones elevadas que sólo Dios comprende, sentía que -por sus cualidades- era parte de esta bendita excepción. Se negó a vivir de un modo corriente. Por estas experiencias, supo que buscaba la intensidad.
En situaciones así, donde la esperanza por la aparición de Ricard, parece esfumarse. Lo que queda es guardar silencio, porque la mucha decepción
o queja, pegan igual que el optimismo ciego.
Beatriz, un día nublado, estaba sentada en el patio, que daba a la vista, el cuarto de Ricard, ubicado en el segundo piso. Lo veía mientras el viento, hacía rechinar las ramas de los árboles secos.
Intentaba meditar, pero, no podía por el ruido del viento y de los árboles juntos.
De repente, escuchó que el árbol la llamaba por su nombre. Un sonido creado con las ramas y el viento.
Beatriz no tenía miedo, se acercó, y el árbol -como inclinándose hacia ella- le hacía señales con una mano formada por las ramas. El árbol apuntaba hacia la habitación de Ricard. En ese momento, Beatriz vió un rostro oscuro de Ricard en la ventana de su cuarto. La miraba fijamente. Ella sintió espanto.
Beatriz disminuyó considerablemente las visitas a casa de Ricard. No comprendía del todo la situación. No sabía si estaba en búsqueda de un amor de ensueño, como le había dicho Clara, o si buscaba a un muerto, o si todo se trataba de brujería.
Aún así, algo la llamaba, porque su atracción hacia lo esotérico no hizo mas que aumentar.
Aunque Beatriz no hacía visitas tan seguidas a casa de Ricard, se había llevado algunos dibujos -muy realistas- que su amando había creado.
Eran dibujos sobre los seres cetáceos. En una estaba él viajando con la ballena por mar abierto. En otro, el viajaba por el espacio con muchos de estos seres. En otro, la ballena representaba un ser etéreo, invisible, que lo acompañaba a todas partes.
También había dibujado una ballena, sirviendo de nave espacial a otras criaturas. La ballena era representada como el animal mas evolucionado y favorito de Dios sobre la Tierra.
Notó también que Ricard le escribía
poemas a la ballena. En ningún momento
consideró las acciones de su amado
obsesivas. Solo era alguien con un interés marcado por estos animales.
Ahora era ella la que deseaba escribirle.
“Amado de mi corazón, creerás que soy
una ilusa por escribirte sin haberte conocido personalmente, pero, por visiones, escuche tu voz.
Si alguna vez nos vemos, sabré si todas mis visiones eran fantasía o realidad.
Tú, cuya mente cabalga por los cielos acompañado de tus guias y maestros cetáceos.
¿Podré yo corresponderte? Porque mi alma casi seguro no iguala a la tuya.
Aunque la gente me recrimine por este amor ciego, tu lo vales.
Prometo esperarte. Prometo serte fiel.
Revélate en mis sueños.
Dime si aún mantienes tu forma física o si solo eres un espíritu.
Aunque la gente diga que la monotonía se apodera de sus vidas, no pasara, porque depende de cuantos vacíos y aburrimiento guardes en el interior.
En mi caso, creo que he creado la suficiente sustancia interna para no aburrirme.
Te amo como los monjes auténticos aman el reino de lo invisible, o a Dios.
Te amo como aman los desvalidos, cuyo único motor de vida es la esperanza.
Con amor, Beatriz.
Sé que te pertenezco.
Abrazó la carta entre sus manos. Al volver a leerla, empapó de lágrimas el papel.