Capitulo VII

1206 Words
Sucedió que aquella noche Ricard no regresó a su casa. Sus padres, muy preocupados, llamaron a la policía, y crearon mucho escándalo a los alrededores, en la zona donde vivían. De las escasas personas que vivían alrededor, todos se enteraron de este incidente, y, de manera solidaria, ayudaron a los padres de Ricard a buscar a su hijo. Dos días habían pasado. Muchos estudiantes, compañeros de clase de Ricard, se unieron en la búsqueda. Su madre estaba destrozada. Su padre, aún mantenía cierta cordura y podía accionar en frío decisiones claves en la búsqueda de su hijo. Las teorías mas comentadas eran que se habia ahogado al pasar por la playa, o que había sufrido un accidente por su escasa conciencia del mundo exterior, otros pensaban que se había vuelto loco, que lo habían secuestrado, que se había perdido, etc. La amada de Ricard, una vez enterada, se involucró rápidamente en el asunto. Se había enganchado a Ricard aún sin conocerlo. Atendía a Clara, madre de Ricard, en todo lo que podía. —Señora, cálmese, todo mejorará—Clara, apenas escuchaba estas palabras mientras se ahogaba de dolor—Se lo digo en serio, sé que Ricard está vivo, y que aparecerá sano y salvo—Le dijo, consolándola con un toquecito en el hombro. —No se que piense de lo que le voy a decir, pero su hijo es una especie de psíquico. Puedo sentir que está bien. — ¿A qué te refieres? Yo conozco a mi hijo, soy su madre y no siento nada. —Es cuestión de sintonizarse. Su hijo estuvo o está interesado en mí, y en ese tiempo, sus poderosos pensamientos me llegaban. Sabía qué clase de sentimientos tenía hacia mí. Por eso, no me lo podía quitar de la cabeza. Creía que estaba embrujada. Ahora me pasa algo parecido. En otra ocasión, Clara se habría reído, ahora no. on el rostro que denotaba sufrimiento, totalmente despeinada y con las ojeras muy visibles por la falta de sueño, le dijo: —Tienes razón, también lo he visto, en visiones, como en ráfagas de luz. Pero la preocupación y la falta de fé me hicieron flaquear. Ahora, la amada de Ricard la consolaba abrazándola. Clara no correspondió a este gesto, sólo lloraba, como si le hubiesen quitado el alma. La chica entró en la habitación de Ricard. Un bendito sentimiento de paz la envolvió. Por relatos de Clara, supo que en dicha habitación, Ricard realizaba sus meditaciones. Su memoria estaba impregnada en la habitación. Una energía majestuosa la hizo caer al suelo. Se trataba de un hombre que había creado bastante energia positiva, de Dios. Ahora, Crystal estaba más enganchada a Ricard que antes. Por deducción, sabemos las razones principales de su obsesión: los relatos fantásticos que se decían sobre él, su forma de ser fuera de lo común o excentricidad, el impacto generado por las pruebas que soportó en el colegio, por ser la «musa silenciosa» de Ricard, las poderosas emociones que le enviaba a su amada, y que ésta, por su sensibilidad, captaba. Y sumado a ello, toda la inversion emocional, física y mental que ahora gastaba en él. Todo eso, sin siquiera conocerlo en persona. Esta clase de «amor en las nubes» no era cosa nueva. Ricard también se obsesionó con la ballena, aún sin conocerla. A partir de este momento, ella tomó como hábito, llegar todos los días a casa de Ricard, entrar en su habitación y meditar ahí. Creía que así podría contactar -de manera mas directa- con su alma. Se involucró tanto en este caso, que los sentimientos de su madre (de Ricard), los sentía como propios. Esta vez, con lágrimas en sus ojos, y viendo afuera los tristes árboles que se veían desde la ventana de la habitación, dijo: —Mi amor ¿Dónde estas?— La ventana empezó a moverse por un aire enrarecido que entraba por el vidrio. Levantó el vidrio de la ventana, y observó a los árboles, inclinándose hacia la dirección opuesta al sentido en el que empujaba el viento.En ese instante, el árbol con más hojas secas, de un tirón, se quedó casi sin hojas. Parecía moverse por voluntad propia. Pensó que se trataba de señales que el universo trataba de enviarle sobre el paradero de Ricard. Esta vez, se dirigió hacia Agustín, padre de Ricard. Le insinuó que todas estas señales podrían estar diciendo algo sobre su hijo. —¿Qué? ¿quieres encontrar a mi hijo por medios místicos?Debes estar bromeando—dijo Agustín sin saber si burlarse o llorar. —Escuche, esto que siento es real. — Yo me voy— le dijo esquivándola, y dirigiéndose hacia un oficial de policía. Por la noche, cuando algo del tumulto y caos de la mañana se habían aplacado, la jóven se dirigió hacia el padre de Richard, y le dijo: —Escuche, Ricard está vivo, puedo sentirlo. Entré en su habitación, está intentando decirnos algo. Si se es lo suficientemente sensible, estas cosas se pueden percibir. Agustín era muy metódico y práctico, no creía en lo místico, pero no podía con la presión emocional de la pérdida de su hijo. Por unos momentos, dejó encargado los asuntos relacionados a la búsqueda de su hijo en manos de su hermano. Con mucho escepticismo entró en la habitación de su hijo, y, sin poder contenerse, empezó a llorar. En el piso de abajo estaba su esposa, devastada por las malas noticias escuchándose por el televisor. Agentes de policía entrando y saliendo, todo muy caótico. Dirigió el foco de su atención en una foto, una donde estaban él y Ricard, juntos en un parque. Los recuerdos aparecieron, y sentía que se iba a desmayar. —Estoy muriendo—dijo entre sollozos. — No diga eso—le dijo ella. —No, lo digo en serio. Nuestra relación nunca fue lo bastante cercana por mi rigurosa crianza. Puse mas atención a las formas exteriores de la conducta, que a los estados emocionales internos de mi hijo. Solo lamento no haber demostrado emociones puras con mi hijo. Ambos guardaron un prolongado silencio. —¿Qué te hace pensar que mi hijo te envía señales? ¿Quien eres tú para que mi hijo te tome en cuenta?—Le dijo Agustín a su manera fría y habitual. —Su hijo estaba interesado en mí. Algún lazo especial nos une, lo sé. —¿Cómo te llamas?— Se lo preguntó cómo dudando de sus intenciones. Por momentos, era reacia a revelar su nombre. Ni a la madre de Ricard se lo había dicho. Finalmente, con algo de oposición y resistencia de su parte, dijo: —Soy Beatriz. Un espejo¹ largo y estrecho se escondía al fondo de la habitación. Parecía que era capaz de mostrar la imagen de todo el cuarto. Agustín yacía parado frente a la ventana, observando los arboles secos y casi sin hojas que estaban afuera, en el patio. Estaba de espaldas con Beatriz. En ese instante, Beatriz se acercó al espejo. Su mirada neutra, se tornó preocupada y temerosa. Como admirada al ver el reflejo de su rostro, se puso pálida, como si hubiera visto al diablo. Beatriz se desmayó. Agustín escuchó el sonido estruendoso generado por la caída.
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