La explosión desintegró solo una parte de la ballena, mientras que gran parte del c*****r permaneció como estaba. La explosión salpicó de sangre y entrañas a los cinco. El olor era horrible.
Beatriz extrajo a Fenicio del agua y lo trasladó a una zona donde la arena todavía se hallaba húmeda.
Fenicio yacía bocarriba, con Beatriz -a corta diferencia- de sus piernas
—Beatriz, discúlpame, fuí un desvergonzado—decía Fenicio chapurreando, aún consciente. A Beatriz le maravillaba su fortaleza física, capaz de seguir consciente, aún después de la detonación inmediata de la bomba. Asimismo, estaba asombrada de su disculpa, pues, por su conducta, contemplaba a Fenicio muy impasible e irreflexivo. Al mirarlo en tal situación de decaimiento, le sintió mucho pesar.
—No te intranquilices, vas a estar bien—lo confortaba Beatriz. Se aproximó Teresa y le dijo:
— Hace rato quería golpearte Fenicio. Tu causaste parte de esta desgracia— Se afligía al mirarlo en tal lamentable estado.
Fenicio tenía quemaduras de tercer grado en zonas de la barriga y piernas, su cara no había sido muy perjudicada, pero su cuello si, estaba n***o, tenía cortaduras por todo el cuerpo. Empezó a toser sangre y, seguidamente, a vomitar. Al notar que se asfixiaba, Beatriz lo ayudaba, colocándolo boca abajo. Tanto Clara como Agustín observaban el drama como siendo testigos del deceso de un amigo. Con celeridad llamaron a una ambulancia.
Agustín, al percatarse de sus laceraciones, lo dió por muerto.
Al ver el rostro de Fenicio, Clara dijo:
— Todavía eres un muchacho. Tienes una vida entera en frente.
—Entiendan, no es un niño. Los niños no ostentan tantos años—reveló Teresa y, de inmediato, se recriminó haberlo hecho. No quería develar los misterios de la personalidad de Fenicio a los progenitores de Uriel, ni a Beatriz.
Fenicio comenzaba a tener inconvenientes para expresarse. Su piel, labios y uñas tenían tonos azulados por la falta de oxígeno. Fenicio empezó a sofocarse. En ese instante, Beatriz le dió respiraciones de boca a boca.
Incluso con el agotamiento extremo de Fenicio, experimentó un apetito atrayente de morder a Beatriz y succionarle la sangre. Al estar a punto de hacerlo, Teresa, de manera ingeniosa, lo detuvo con una mano sobre su pecho, en tanto le hablaba en voz baja:
—No Fenicio, serénate.
Cuando lo vió desmayado, Beatriz comenzó a sollozar. A Teresa esto le asombraba. Creía que Beatriz apreciaba mucho Fenicio.
La ambulancia apareció. Lo levantaron velozmente a una camilla y lo introdujeron en el Vehículo de Intervención Rápida. Beatriz y Clara se insertaron con él. Lo asistentes de ambulancia se sorprendieron por los fragmentos de carne de ballena esparcidos por doquier.
Los padres de Uriel los despidieron.
— Anda hija mía, y que la Providencia los guarde— le dijo Clara a Beatriz.
—Si, igualmente a ustedes. Vayan con bien—dijo Beatriz.
—Puedes acercarte a mi casa, considérala tuya — expresó Clara con una voz que emanaba familiaridad.
—Gracias madre mía—dijo Beatriz.
—Puedes acercarte cuando desees. Si te es viable, una vez finalice este percance, visítame—declaró Clara casi como un mandado.
—Si, cuando me libre de esto, iré
Partieron los tres juntos con el personal médico, en la ambulancia.
Beatriz observaba con mucha lástima a Fenicio. Teresa estaba segura de que se recobraría.
Entre tanto, los padres de Uriel, percibieron ayuda para transportar gran parte del c*****r, junto con varios pedazos de la ballena. Necesitaron más de 13 horas, dos grandes grúas, y 45 trabajadores para trasladar lo que quedaba del cetáceo, a la parte de atrás de un camión.
Volvieron a sus casas, intentando asimilar lo vivido. Al indagar más a fondo la manera insólita de aparecer de la ballena, comprendíeron que se trataba de una explosión controlada. Las autoridades afirmaron que la ballena no podría haber sido salvada y que el uso de explosivos en estos casos era recomendado. Sin embargo, por la negligencia de Fenicio, la duración del estallido se había acelerado.
Al ver el rostro de desconsuelo que todavía tenía Clara, Agustín le dijo:
—Cálmate, no todos los sucesos asombrosos son señales de nuestro hijo.
—Si, lo sé. No me quites esto, para mí, la magia y el culto por la vida son cosas imprescindibles— decía Clara, al contemplar con melancolía el mar abierto.