Daphne detuvo la motocicleta frente al destartalado edificio, cuya pintura saltada y paredes resquebrajadas, le otorgaban un aspecto bastante lúgubre.
Sin embargo, aquel lugar era su hogar. Fue el primer refugio donde pudo hacer amigos y dejar atrás el dolor que tanto le pesaba.
Ella dejó la moto en la entrada e ingresó al edificio el cual se encontraba sumido en un total silencio; al parecer no había nadie husmeando y holgazaneando por los rincones, lo cual era buena señal. De seguro el humor de Rico, el dueño y fundador de aquella agencia, sería muy bueno.
La hermosa mujer no apartó el objetivo de su mente, y correteó escaleras arriba, donde las habitaciones de los agentes permanecían enfrentadas entre sí, unidas por un amplio pasillo.
Ella no se paró frente a su puerta color caoba blanco, en su lugar, caminó unos pasos más allá, encontrando la habitación que estaba buscando.
Sin perder tiempo tocó dos veces la madera, similar a la suya.
Un bajo gemido de resortes le reveló que el dueño de aquella morada estaba recostado, y el sonido de unos pasos pesados acercándose, le dijo que estaba cansado.
«Maldito holgazán» pensó ella cruzándose de brazos, su paciencia comenzando a agotarse.
Pero finalmente la puerta se abrió, y reveló a un apuesto hombre, desnudo de cintura para arriba, lo cual dejaba en evidencia su cuerpo trabajado. Un cuerpo que Daphne conocía muy bien.
—Hola gatita ¿Ya me extrañaste?—ronroneó Luca Lee, regalandole una apuesta sonrisa adornada por un piercing a cada lado.
—Eso quisieras—contestó ella devolviendo la sonrisa a su amante.
Luca pasó una mano algo bronceada por su cabello ondulado color castaño; consciente de la aguda atención de Daphne puesta en él, se recostó contra el marco de la entrada, adoptando una posición relajada la cual dejaba en evidencia su sensual figura.
Con sus ojos, color gris claro, le dedicaron una larga mirada hambrienta, una invitación silenciosa hacia su cama. Una que, en otro momento, con ganas Daphne habría aceptado.
—No vine a jugar Luca, vengo por la información—dijo ella, cortando cualquier doble intención que él tuviera en mente.
—Aburrida—bufó él, antes de darse media vuelta y entrar a la habitación, con los pasos de su amante y compañera de trabajo, siguiéndolo muy de cerca.
El lugar era gemelo al de ella: una cama de dos cuerpos, una pequeña televisión vieja en un rincón, un amplio mueble con ropa, una cómoda baja la cual él mantenía repleta de papeles, y finalmente un cuarto de baño.
—¿Por qué mantienes todo tan sucio, acaso ninguna de tus chicas te dice que limpies?—se quejó Daphne, esquivando un montón de ropa apilada junto a la cama.
—No, tú eres la única que parece interesada por mi caos—contestó Luca, con un tono extraño, el cual ella no logró identificar.
Ambos tenían amantes, pero con el correr de los años, ella había reducido su lista a solo Luca, y el motivo era simple. No quería nada serio con nadie, no después del desastroso final con Enzo.
Daphne simplemente se mantenía apartada de la idea del amor, no creía en él y lo detestaba con todo su ser. Para su suerte, Luca la comprendía a la perfección y no exigía nada a cambio; con el correr de los años ambos habían logrado desarrollar una sólida amistad dónde el sexo era un bono extra.
—Bueno, encontré algo interesante respecto a tu cliente—dijo él, ofreciendo un manojo de papeles hacia ella.
Los tomó, intentando alisar las hojas arrugadas, y comenzó a leer los primeros descubrimientos sin esperanza de encontrar algo nuevo, después de todo, Luca siempre solía emocionarse por cualquier hallazgo.
Sin embargo aquella vez tenía razón.
—¡Mierda!—gruñó Daphne, sus oscuros ojos expandiéndose más, en un intento por devorar la información plasmada en aquellas letras.
—Si, al parecer tu cliente tiene un medio hermano de su misma edad, y lo mejor es que no tiene la menor idea de su existencia—se burló Luca, tomando asiento en su cama.
Ella levantó la mirada del papel en su dirección, la cólera comenzó a crecer dentro suyo, preparándose para salir al mundo.
—¿Porque te burlas de él?—escupió ella con asco y recelo.
Las palabras parecieron ser una bofetada para el atractivo joven, quien la observó durante largos segundos perplejo.
—Daphne ¿Qué ocurre? Tu no eres así, siempre solemos reírnos de tus odiosos clientes a sus espaldas…¿acaso el ricachón te está afectando?—dijo el estudiando cada reacción en su rostro y cuerpo, buscando algún indicio en respuesta.
Pero ella sabía esconder a la perfección su verdadero rostro, era una mentirosa perfeccionada con el correr del tiempo.
—Claro que no, me conoces mejor que nadie, me sorprende que digas algo así—contestó ella, de forma frívola y letal.
Luca la estudió durante largos segundos, midiendo y sopesando una posible respuesta.
—No dejes que vea tu verdadero rostro Daphne, si vas a hacer algo, que sea proteger tu corazón; no olvides el motivo por el cual estás a su lado—comenzó a decir él—odiaría que alguien te lastimara, llegado el momento, dudo poder apelar a la razón.
Amante, amigo, compañero, consejero...Luca había logrado obtener muchos títulos desde que se conocieron, hacía ya muchos años atrás.
Sin embargo, ella no lograba decidir cuál de todos era su favorito.
—Gracias Luca—contestó ella, exhalando un largo suspiro mientras se sentaba en la cama junto a él.
—¿Le dirás?—preguntó él, acortando la distancia y rodeándola con un brazo.
Ella se dejó atraer hacia él, recostando la cabeza sobre su costado, cerró los ojos aspirando su aroma a tabaco y jazmín producto de aquella marca de cigarrillos que él tanto disfrutaba.
—Si, a mí me gustaría que me lo dijeran—contestó ella con sus ojos aún cerrados mientras en su mente se dibujaba el rostro triste de Dorian, al enterarse de aquella noticia.
Ninguno de los dos dijo nada durante largos minutos, Luca se mantuvo en su lugar dibujando suaves caricias en la espalda de ella.
—Estas muy tensa…¿quieres distenderte?—preguntó él, su voz sonando algo ronca.
Ella lo pensó durante unos segundos, sopesando aquella oferta de escapar al menos por unos instantes de su mente.
—Si—fue la única respuesta que le dió antes de voltear hacia él y reclamar su boca.
Luca no se retractó, por el contrario, se amoldó al ritmo de Daphne casi al instante, rodeando su cuerpo con ambas manos mientras comenzaba a quitarle la ropa, acariciando cada rastro de piel que se revelaba a su paso.
Ella mordió con delicadeza su labio inferior, una demanda silenciosa para ir más allá, una que Luca respondió.
Con brusquedad, la empujó contra el mullido colchón, tomando su posición sobre el cuerpo semidesnudo de Daphne un segundo después, sin permitir que sus labios se separaran.
Trazando un mapa invisible con sus manos, él acarició uno de sus pechos, descendió por su abdomen y se deslizó dentro de sus bragas, acariciando con gentileza su centro.
Un gemido fue arrancado de sus labios, uno que Luca ahogo con un beso desesperado.
Él era su camino de perdición, algo que ella tanto anhelaba y deseaba; con Luca las cosas siempre eran fáciles, simples, solo pasión desmedida para olvidar el mundo a su alrededor.
Sin embargo, mientras el placer arrasaba a través de ella, solo pudo pensar en unos hermosos ojos color océano.
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Las horas en la oficina de Dorian parecían desvanecerse, él hizo su mayor esfuerzo por evitar observar el contoneo de la silueta de Elena yendo y viniendo durante todo el día.
Para su suerte o desgracia, no habría podido admirarla por más que quisiera, ya que su mente se encontraba absorta y sumida en un solo pensamiento.
Su cita con Daphne.
¿Y si ella en verdad lo había invitado a una cita?¿Que iban a hacer, dónde comerían? El la había invitado a cenar como agradecimiento por llevar su almuerzo y ahora se preguntaba si aquello no había sido un completo error.
Sin embargo, aquellas eran puras excusas e ideas absurdas; él sabía que Daphne jamás lo presionaría para hacer algo con lo que no se sintiera cómodo, incluso no necesitaría decir alguna palabra al respecto, ya que la observadora mujer era capaz de percibir todos los secretos que esconden las miradas.
—¡Dorian, te olvidas tu abrigo!—grito una angelical voz a sus espaldas.
Al voltear se encontró a Elena, de pie vestida con su falda ajustada y camisa de manga tres cuartos, sosteniendo su chaqueta de vestir oscura.
—Gracias, tengo la cabeza en otro mundo al parecer—contestó él con una sonrisa en su rostro extendiendo su mano para sujetar el abrigo.
Pero ella no se lo permitió, camino a su alrededor y comenzó a vestirlo, como hacía antes. Un intento por remover recuerdos en la mente de Dorian.
Sin embargo, una mujer de cabello oscuro y ojos de demonio, lo mantuvieron lejos de cualquier recuerdo punzante de dolor.
—En realidad, es Daphne la dueña de mis pensamientos—susurró él sin pensarlo, al instante se arrepintió de aquellas palabras.
Elena se quedó estática, dejando al hombre a medio vestir; sin embargo cuando el intento buscar su mirada, solo encontró una sonrisa fingida en ella.
Entonces recordó porqué Daphne estaba en su vida, cuál era el objetivo real detrás de aquella fachada de romance ideal.
Era verdad, después de todo, al parecer el plan de Daphne estaba funcionando… lo cual significaba que pronto él estaría con Elena y Daphne lejos de su vida.
No logró entender porqué aquella idea le había generado una punzada de dolor en el pecho, al parecer ella se había convertido en una amiga muy importante en su vida sin darse cuenta.
—Nos vemos el fin de semana en mi compromiso—dijo Elena, haciendo que las palabras se convirtieran en puñales, los cuales perforaron un poco más, el destrozado corazón de Dorian.
Aún así y haciendo acopio de todas sus fuerzas, se obligó a regalarle una sonrisa al amor de su vida.
—Nos vemos en tu compromiso Elena—respondió él, fingiendo falsa felicidad, tal como Daphne le había indicado.
Mientras bajaba por el ascenso se preguntó si podría mantener la amistad con Daphne una vez que el contrato concluyera.
Fue entonces que tomó la decisión de llevarla a cenar a un hermoso lugar, porque ella se lo merecía, y quizás con eso lograría convencerla de quedarse a su lado una vez que tuviera entre sus brazos a Elena.
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Luca se quedó observando la mohosa mancha en el techo, la cual parecía crecer más con cada segundo que transcurría.
Dos voluntades parecían pelear dentro suyo, destrozando todo a su paso y derrumbando cualquier atisbo de cordura que intentara mantenerse a flote.
La ausente Daphne, ella era la culpable de aquel mar turbulento de emociones en el que se encontraba navegando.
Él la amaba, se había sentido atraído hacia ella, desde la primera vez que se conocieron, y solo fue cuestión de tiempo para saber que aquello no era una simple atracción. Estaba enamorado, perdidamente enamorado.
Sin embargo, jamás se le declararía; dudaba mucho que ella aceptara a alguien de forma romántica después de lo ocurrido con Enzo.
El mero pensamiento de aquel idiota, a quien no conocía y se negaba a investigar, hizo hervir sus entrañas de cólera. La mejor decisión de su vida, había sido no conocer el rostro de aquel sujeto, porque de conocerlo…
Solo el infierno sabría cómo salvar a Enzo de Luca.
«¿Qué voy a hacer?» se preguntó a sí mismo el atractivo muchacho, mordisqueando uno de sus piercing que aún conservaba el gusto de Daphne.
El podría quedarse de brazos cruzados mientras la veía enamorarse de aquel extraño, después de todo la amaba lo suficiente como para desearle amor en su vida, aunque no fuera a su lado; el problema estaba en el ricachón, jamás se perdonaría a sí mismo, si algo malo le volviera a ocurrir.
Luca cerró sus ojos de tormenta al mismo tiempo que soltaba el aire por su nariz.
Cuando los volvió a abrir, una decisión ya había sido tomada; sin más que hacer se incorporó, buscó ropa, la cual metió de forma apurada en la maleta, y salió del cuarto.
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Elena se mantuvo firme, su mirada color césped clavada en las puertas cerradas del elevador.
El odio y asco hacia Daphne, comenzando a subir por su garganta como una bilis amarga.
Lo estaba perdiendo, y todo era culpa de aquella extraña mujer.
Su cerebro comenzó a atrasar un plan, una idea o solución para lo que estaba pasando. Después de todo, nadie le arrancaría la posibilidad de ser feliz con Dorian, si en algún momento ella quisiera.
Fue entonces que camino hasta su cubículo y tomó, de la cartera que reposaba tranquila en la silla, un celular.
Marcó en él un número que conocía muy bien, y esperó unos segundos con el tono en espera.
—¿Hola?—saludó una voz masculina y áspera al otro lado del teléfono.
—Hola, Erick, soy yo… necesito que investigues a alguien—contestó Elena mirando a lo lejos el elevador, como si sus ojos pudieran atravesar el metal y seguir a Dorian con la mirada.
«No vas a escapar de mi tan fácil» pensó ella antes de que el investigador privado, Erick Sowler, le diera una respuesta.