Capítulo 1

2293 Words
La camioneta cuatro por cuatro blancas, va a toda velocidad por la carreta que lo llevara a la ciudad de Capital. Carretera que esta iluminada con un fuerte sol que hace ver en la distancia pequeñas lagunas de agua, espejismos que se forman por  calor que está recibiendo. Aunque el día brilla se puede sentir la humedad, haciendo sudar a aquellos que no se encuentran dentro de aquel frío vehículo. Un hombre moreno de barba cerrada, y ojos marrones está muy concentrado en la vía, sus manos grandes y morenas aprietan con fuerza el volante como si este fuera a escapar de su presencia. — ¡Maldición!— exclama con violencia en la soledad de su auto. Aún no entiende como esa mujer no lo deja en paz, ¿Acaso  no entiende que no quiere saber nada de ella ni de sus problemas? Sus ojos miran sin ninguna expresión el camino ni cambia cuando  poco a poco se va aparcando en el gran estacionamiento del penal femenino de la Capital. Bajó  y con paso lento se acercó al lugar donde entregaría aquel papel para que le dieran el permiso de ingresar al interior de aquel funesto lugar. —Buenas tardes— saludo la guardia. Una hermosa  rubia que lo miro a los ojos— ¿Tiene turno para ingresar? Él  miró a la mujer con tal desprecio y esta solo le sostuvo la mirada. —Se me envió esta notificación— entregó el documento que lo identificaba y le señalo el papel que ella tenía. La mujer lo leyó y recibió el documento. —Jairo Ucheke— dijo. Jairo la miro y frunció sus  cejas al notar la sensualidad con que pronunciaba su nombre. — ¿Algún problema?— pregunto cortante. Ella lo miro a los ojos y luego le sonrió con deleite. —Ninguno— siguió  con la sonrisa— ¿Se va a quedar en la ciudad? Él guardaba la identificación en el bolsillo trasero de su pantalón vaquero y luego la miro. — ¿Cómo  sabes que no soy de por aquí?— dijo con una voz ronca y potente. Él exudaba gallardía y sensualidad. Ella sonrió al ver que había logrado entablar una conversación. —Por tu forma de hablar— le  sonrió y los ojos negros brillaron con deseo— además,  tú tienes aires de personas del campo, te ves tan sexy y fuerte que…—ronroneo como gatita en celo— demasiado lindo, y puro. Él la miro muy serio. Su rostro era duro y sus facciones rudas. —Bueno, me alegro de que se haya dado cuenta. Y agradezca que soy puro y no quiero darle problema alguno, porque de lo contrario  voy a denunciarla  por acoso s****l — dijo cortante y la mujer se puso pálida— además— señalo la cámara de seguridad— ahí queda demostrado que no estoy a gusto con tu acoso. Ella apretó la boca y muy seria le abrió la puerta. Él siguió e ingreso por un largo pasillo, tétrico y sus paredes pintadas toda grises, le daban la bienvenida.  Llego a un salón que se encuentra dividido en dos partes. En la parte donde él llega hay tres sillas y están separadas por un metro de distancia, al otro lado del vidrio de seguridad están otras tres sillas y en  ella hay mujeres vestidas con mono  de color naranja. Y ella está ahí. Su rostro se endurece aún más cuando la mira. Está pálida y muy delgada. Esta al verlo le sonríe con el corazón. —Amor— dice feliz,  pero al ver aquella seriedad y frialdad en  su rostro enmudece— gracias por venir. Él  toma la silla y la hala y se sienta frente a ella. — ¿Para qué me hiciste venir?— dijo rotundo— sabes que detesto venir a este maldito lugar. Ella apretó la boca. Sobre su regazo tenía unos documentos que le daría la oportunidad de terminar sus últimos días de vida en casa. —«¿Cuál casa? ¿Acaso no perdió todo cuando él supo la verdad?»— pensaba la mujer con gran dolor y tristeza. Por eso lo mando a  llamar con su abogado para que él firmara y la enviarían allá, pues su cáncer se salió de control. —Yo... yo  quería pedirte un favor, pero ya lo resolví— dijo con tristeza. Él resopló molesto. —Porque demonios no avisaste para que yo no perdiera mi tiempo viniendo a este lugar. Tengo que comprar unas tierras que me den agua en el verano para el ganado   y estaba haciendo ese negocio cuando tu estúpido abogado me llamo. ¿Sabes cuánto te odio, Úrsula? ¡En vez de ayudarme solo eres una carga! Ella se tensó y el fuerte dolor en la cabeza la estremeció pero ella aguantó. —No sabes cuánto lamento haberte causado todo este daño— dijo ella sin poder contener sus lágrimas— en cierta forma yo soy resultado del infortunio del  destino y lo estoy pagando con creces. Él resopló de nuevo, ahora más molesto. —Sí, ya me vas a echar en cara que por mi culpa… En una conversación en el pasado él le grito que no debió haberlo parido sino abortarlo y así no se hubiera desgraciado la vida. Estas palabras a ella le dolieron. Porque ella desde el mismo momento que supo que estaba embarazada lo amo.  Su  madre torció toda la historia, haciéndole creer a él que por culpa de su nacimiento  ella fue  la delincuente  del pasado. — ¡Jamás!— lo interrumpió— sí, eres el fruto de una violación, pero eso no significa que no te haya  amado. Te amo, Jairo aunque tú ahora me odies. Con rabia y dolor  la mujer limpio sus lágrimas y se levantó de la silla, lo hizo tan rápido que se mareó. Él se tensó al ver que casi cae. — ¿Qué te  pasa?— le preguntó con voz cortante— ¿Acaso estas enferma? Ella se agarró del espaldar  de la silla y lo miro con todo el amor que ella siente por él. —No, simplemente el calor me mareo— dijo y le sonrió— vete, no quiero que te contamines con la inmundicia que hay  en este lugar. Se marchó y el hombre solo se quedó mirando la pared. Él hinchó sus pulmones con todo el aire que cabían en ellos y luego con toda la lentitud que podía dejo salir el aire. —Dios, — gimió el hombre— me voy a volver loco. Salió de aquel lugar sin mirar atrás. No se detuvo en ningún lugar, solo se limitó a buscar nuevamente su camino a Terra Nova, aún tenía un asunto que resolver. Llego casi a las seis de la tarde y fue directo al rancho de La Fortuna, donde unas  tierras colindan  con las tierras de él. Las luces ya estaban encendidas y sin pensar mucho bajó del auto y  tocó  la puerta que estaba cerrada. Camino hacia aquella entrada toda maltratada por los años, le faltaba pintura al porche y arreglar los maderos tanto de la escalera como los barrotes de la cerca que separaban la casa del patio. Toco con fuerza. Una esbelta pelirroja de ojos verdes abrió la puerta. Jairo quedó sin aliento. Nunca había visto a una mujer que le impactara como lo hacía  esa mujer. —Buenas noches— dijo ella con una tímida sonrisa. Ella sabía que el hombre se sorprendió al verla— ¿A quién  busca? Él tragó y se regañó mentalmente por ser tan débil con el sexo opuesto. —Disculpa, que venga  tan tarde a molestar, pero me urge hablar con don Bonifacio— le dijo con elegancia y educación. Ella le sonrió y lo hizo ingresar a la casa como si fuera suya, esto sorprendió al hombre. El conocía a Bonifacio desde hacía mucho tiempo atrás y no sabía que tenía mujer. Y esa no era una mujer, era una diosa. —Amor, te están buscando— dijo la pelirroja con una voz arrasadora. —«¿Amor?»— pensó el hombre moreno. Bonifacio un buen hombre de unos cincuenta y cinco años apareció y le besó los labios de la  mujer  que lo llamo. Jairo alzó una ceja, sorprendido. La mujer podría tener unos veintitantos años. — ¡Profesor!— saludo el hombre mayor— que bueno que vino. Lo  estaba esperando. Jairo le extendió la mano y lo saludo luego se acomodó  en el sillón que el dueño de la casa le mostró. La pelirroja muy eficiente busco dos vasos y los lleno con licor y entrego a cada uno. —Gracias—  dijo Jairo sin dejar de mirar a la mujer que lo tenía atrapado con sus encantos y sus andares felinos. Luego se marchó dejando a los hombres hablar. Pero antes de girarse le lanzo una mirada llena de lujuria a Jairo y este solo se limitó a disimular. —Supe que estás  interesado en comprarme unas tierras— dijo Bonifacio al recién llegado. —Si señor— le confirmo— me interesan las que están cerca a los espejos de agua y que además colindan con un tramo de las tierras mías. —Ah, esas tierras— se quedó pensativo y bebió un largo trago del licor ámbar que contenía su vaso — lo malo es que esas tierras no son mías. Jairo frunció el ceño. Enseguida se preocupó. —Si no son suyas ¿De quién son?—le pregunto inquieto. Esas eran las tierras que le darían agua a sus animales o de lo contrario le tocaría comprar y le saldría mucho más costoso cultivar en sus tierras  y dar de beber a sus animales – me urge hablar con el dueño y negociar lo más pronto. — ¿Y cuál es la prisa?— le pregunto el viejo. —Quiero irme de viaje por lo menos dos años a hacer unos estudios al extranjero. —Hum, ya entiendo— Dijo el viejo. La mujer pelirroja regreso y se sentó en el brazo del sillón donde estaba sentado el viejo. Sus ojos miraban con codicia y deseo al moreno. —Esas tierras son de la hija de mi amorcito— su voz estaba cargada de lascivia y sus ojos brillaban contencioso a Jairo. —Sí. Merceditas es la dueña— dijo el viejo— ella es como un animalito asustado. Nunca quiso ir a la escuela y vive muy solitaria. La pelirroja suspiró fastidiada. —Ya te dije cásala con Tabora— comento interrumpiendo— ese hombre está loquito por ella. Así ya ella no podrá tomar esas tierras. Tabora tiene mucho dinero a ella no le faltará nada. Jairo solo los miraba muy callado. — ¿Tabora?— preguntó inquieto— ese señor tiene como ¿Qué? Sesenta años. La mujer torció la boca al oírlo. — ¿Y qué?— dijo la mujer— después que le sirva para lo que él quiere. Jairo se tensó. Su madre no era la única mujer malvada y perversa por eso lados. —Entonces,  hablaré con ella— dijo Jairo— tal vez podamos llegar a un acuerdo. La mujer se levantó y se le acercó. —Hazlo, querido— le dijo – ella es tan ignorante que si sabes cómo negociar hasta sales ganando... Jairo se tensó. —No pienso hacer nada ilegal— dijo con brusquedad— ¡Que  mi familia sea delincuente, no significa que yo lo sea! La mujer se puso pálida por  aquel desatino. —Lo siento, no quise ofenderte— dijo y se refugió  al lado del viejo. —Lo siento,  Jairo— dijo el viejo levantándose del sillón— Magaly no tuvo la intención… —No hay problema— él suspiró—  pero le agradecería que le diga a la señorita Mercedes que si  nos podemos ver para hablar de las tierras. La carcajada de Magaly hizo que ambos hombres la miraron con extrañeza. — ¿Señorita?— siguió con la risa— y esa niña tiene hasta más experiencia que yo. Bonifacio la miro con reproche. —Por favor Magaly no te exprese así de ella— le corto con vergüenza y mal humor. Ella hizo un puchero manipulador  y se abrazó a él. —Pero amor, no te enojes— lo besó en los labios— ella es tan ignorante que cualquiera  la pudo haber engañado y  disfrutado de ese cuerpecito de niña escuálida. Jairo apretó los labios  para no soltar una barbaridad. Necesitaba a Bonifacio para que convenciera a la tal Mercedes, porque él no la recuerda o mejor dicho no la conoce. —Entonces, me marcho— dijo el profesor— por favor don Bonifacio, ayúdeme a convencer a su hija para que me venda. El viejo lo miro y le sonrió. —Haré todo lo posible para convencerla— le dijo y lo acompañaba a la puerta— lo malo es que esa muchachita es muy arisca, ella parece un animalito asustado. Jairo lo miró. — ¿Y dónde estaba ella?— le pregunto— No recuerdo a su hija. —Ella vivía con su madre en otra parte del país y llego solo haces unos meses, pero no se lleva bien con mi mujer— le comentó – por ese motivo la quiero casar con Tabora. Él está muy interesado en ella. Así ella tendrá su propio hogar. Jairo observó a la mujer que desde donde estaba lo devoraba con la mirada. —Claro, entiendo— dijo  Jairo  y salió directo al auto, pero iba muy pensativo por el infortunado futuro de esa chica. Subió a su auto y lo encendió. —Pobre chica— murmuro pensativo.
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