Jairo sostenía la copa con tanta fuerzas que su mano tembló, respiraba profundo para calmar su agitado corazón y en silencio vio partir a Mercedes muy lastimada por sus palabras. Él también se sentía herido, cada una de sus heridas sangraban al solo recordar como había sido engañado y lo envolvieron en aquellas mentiras de odio y de delitos. — ¡Maldición!— exclamo furioso. Un camarero pasó por el lado y fue cuando devolvió la copa, pero primero bebió todo el licor de un solo golpe. —«Debo pedirle disculpa»—pensó mientras se dirigía sus pasos fuera de aquel salón. Así que se encaminó hasta donde sabía que encontraría a su mujer. Llego hasta la puerta del baño y sus ojos vieron la silueta de Natalia y decido permanecer cerca de la puerta, porque no tenía la plana seguridad de