Capítulo 4

2447 Words
Madeleine viajaba en silencio pues su corazón está en el rancho El Lucero. Aun su  hermana y sus sobrinas no le perdonan todo el daño que ella les hizo en el pasado. A ella los recuerdos la golpean. Saber que fue la causa de separación de una madre y su hija recién nacida. Algo imperdonable, y era lógico que ellas no la quisieran perdonar.  — ¿Pasa algo malo?— dijo la joven al ver el rostro compungido. Madelaine  la miro y sintió ternura  por la joven desamparada. Desde ese momento ella sería como una madre para la chiquilla. Sería como su ángel de la guarda. Y en todo lo que ella necesitara seria siempre su mano derecha. Se lo prometió a sí misma. La miro y le sonrió para tranquilizarla. —No, mi reina— le tomo la mano – solo estoy un poco  cansada. — ¿Cuándo  me case con el proifesor, uste va esta ahí?— le pregunto la joven. —Si mi reina— le respondió—  yo siempre estaré para ti. La joven la miro y sus ojitos brillaron. —Estoy muy asustá— le  dijo nerviosa— y si el profeisor se arrepiente— la miro. Madeleine sabía que Jairo tenía una palabra muy firme. Cuando la daba lo cumplía aunque fuera  a lo último que hiciera. —Si él te dijo que se casaba, así lo hará— la miro y vio en ella ilusión— solo que no te enamores de él. La chica la miro y torció la boca al oírla. —Sí, eso me dijo él— bajo el rostro y se entristeció— con tal que me saque de esa casa. Magaly esta apurada por dinero. Madelaine la miro. — ¿Cómo  así?—le pregunto. La joven miro  el camino, ambas iban caminando. El sendero era muy bello y la tarde comenzaba a  caer. —E seño Tabora   le dijo que le daría mucho millón para que me casara con él— la miro con tristeza— yo le conté a mi pa, pero él no me creyó. Él dice que ella es buena gente. Madeleine  comprendió  lo que la joven le decía en su mal hablar. —No te preocupes— le toco el hombro— Antonio y su esposa te van ayudar. Ellos te van a proteger.  Ya  lo veras. Solo tienes que ser obediente y no darles oportunidad a tus enemigos para que te hagan daño. La joven la escuchaba  con   atención. — ¿Enemigos?— le preguntó —yo no me meto con naiden. Madeleine suspiro al ver la ingenuidad de la chica. —No necesitas meterte con nadie— la miro y la detuvo— hay personas que les gusta hacer el mal, siente placer en hacer cosas malas. Por eso no debes darle la oportunidad  a Magaly para que te haga daño ni a  Tabora La joven asintió con la cabeza. Ella era iletrada pero  muy inteligente. —Me cuidaré— le dijo  aceptando el consejo de la mujer mayor. Llegaron a las puertas grandes de un rancho que decía   en letras grandes El lucero. —Bueno hemos llegado— dijo Madeleine— hasta aquí te acompaño. La joven la miro y frunció  el ceño. —Me vas a dejar solita— le preguntó con miedo. —Yo no puedo ingresar en ese lugar— le sonrió con tristeza— hice algo muy malo y ellas aun no me perdona. La chica la miro y le dio un beso en la mejilla. —Desde ahora te llamaré mami Mandy— dijo la joven— yo no tengo ma. ¿Te gustaría ser mi mami, Mandy? Los ojos de Madeleine se llenaron de lágrimas. —Dios eres un ángel— la abrazó y lloro de emoción— si quiero ser tu mami, Mandy. La chica se abrazó  fuertemente. —Te prometo mami Mandy que seré  cada  día una mejor persona— le dio un  beso en la mejilla— ambas estamos solas y ahora nos haremos compañía. El corazón de Madeleine bailo de alegría al oírla. —Ve que te están esperando— le indico al hombre que la esperaba— él es Antonio,  y su esposa es Imelda. La chica se alejó renuente y camino hacia el hombre que la esperaba. Antonio al verla le sonrió. —Bienvenida, Mercedes— le saludo y le estrecho la mano. —Gracias— dijo nerviosa— mami Mandy me dijo que  uste  es el seño  Antonio. —Sí, soy Antonio Soler – y comenzaron a andar y encontraron a dos mujeres. La chica pudo ver el parecido de Mia con el de Madeleine. —Ella es mi esposa, Imelda y ella es su madre la señora Mia— él la presentó— ella es Mercedes. Ambas mujeres la abrazaron y le dieron la bienvenida. Y paso el día y la noche y la joven poco  a poco se fue relajando un poco y haciéndose al nuevo hogar. Le encanto cuidar de Anthony Daniel un niño que ya casi tenía tres años, según había escuchado era menor uno pocos meses que su primito Daniel. Se dedicó a arreglar las habitaciones, cuidaba el jardín. Ayudaba en la cocina. Siempre estaba haciendo algo para no ser una carga. Cierta mañana, Mercedes  vio todo el campo que estaba bordeado por cercas de alambres que se dividían  en grandes cuadros. Cada uno parecía un trozo de tela en diferentes tonos de colores verdes,  dando una apariencia de colchas, como las que hacia su madre. Suspiro melancólica. Sus ojos miel  vieron como un hombre lidiaba con un  pequeño animal. También vio como varios hombres apartaban el ganado, pero lo que más la emociono, fue aquel animalito tembloroso y blanco que luchaba por mantenerse en pie  y emocionada se acercó a la alambrada. — ¡Que hermoso!— exclamo la joven al ver el ternero – ¡Esta muy  pequeñitito! El hombre se giró y vio a la chica de cabellos cortos  castaños. Nunca antes la había visto. Tenía los ojos grandes y de color miel, bordeados por gruesa pestañas, sus cejas perfiladas parecían dos arcos, y  su boca era pequeña y su rostro brillaba cuando sonreía. Lo que hacía con mucha frecuencia. Era una mujer muy bella. —Nació esta madrugada en el campo— dijo el hombre que luchaba con el ternerito— la madre lo abandono y ahora lo tenemos que criar con tetero. La joven miraba la gran botella llena de leche y veía al animalito mamar. — ¿Puedo? A yo quiero hacerlo— dijo y sin esperar se pasó la alambrada. — ¡Cuidado!— dijo el hombre al ver la pericia de la joven recoger la falda y  levantar la pierna y pasar la alambrada. Él se apresuró y la ayudo en tensar el alambre de púas  para que no la lastimara. —Gracias, uste es un seño amable— ella lo miro y le sonrió  y le quito la botella— A yo quiero hacerlo. El hombre arqueo una ceja impresionado con la chica. Era rápida y no pensaba mucho en sus acciones. Pudo haberse lastimado con la alambrada. —Bueno – dijo sonriendo al ver que la  joven se acomodaba en un tronco y acomodaba al animalito entre sus piernas. Estas se descubrieron y eran esbeltas. El  hombre  trago en seco y disimuladamente miro hacia otro lado. —¿Por qué lo abandonó?— dijo la joven mirando al animalito. No comprendía  como una madre podía abandonar a su cría — ¡Es tan tierno! El hombre la miro y vio tanta dulzura y lamio sus labios nerviosos. Una chica tan  adorable no debería estar sola por el campo. — ¿Quién eres?— le pregunto el hombre que lidiaba con otros becerros. —Me llamo Mercedes, pero me gusta que le llamen Meche— le dijo y le dio una sonrisa que derritió el corazón de aquel hombre— y tu ¿Cómo te  llamas? Él se sentía perdido en aquella mirada miel y muy dulce. —Soy Jesús Antonio— le dijo y vio cuando ella sonrió— ¿Por qué te ríes? Ella seguía concentrada dándole la leche al animal. Y sin mirarlo le respondió con franqueza. —En este rancho todos se llaman Antonio—lo miro – al parecer no había más nombres. El comprendió lo que ella decía   y sonrió. Estuvieron hablando por un buen rato. Y él quedo prendado de la joven. Antonio su patrón lo hizo venir al pueblo la noche anterior por un caso de protección. Él debía cuidar a una persona. Él era un hombre ex militar y era guardaespaldas, pero se tenía que hacer  pasar por vaquero para evitar que sospecharan de él. —Entonces ¿Te gustaría  estudiar?— dijo él al oír los sueños de la chica— y ¿Por qué no lo  hiciste? Ella limpio al ternero y este se fue con la barriga a reventar. —Porque mi ma, era muy pobre y a yo debía cuidar la casa— dijo con pesar. —Ella tenía esa tos que no se le quitaba y jalo la pata. Él se atraganto con una sonrisa. Ella era diáfana, era como un manantial de agua fresca. —Mercedes si quieres yo te puedo enseñar a   hablar— le dijo él con una sonrisa en su  rostro. Ella lo miro. —La seño Imelda, me está ayudando, pero esta tan ocupada y su esposo cada nada se la roba y se la lleva, quien sabe pa donde. Jesús  Antonio vio que era una chica muy jovial e inocente. —Bueno. Hagamos algo— le dijo y se acercó a  ella  y se sentó en el suelo— a partir de hoy yo corrijo una palabra que digas mal. Por lo menos debes practicar esas  palabras diez veces al día. Ella lo miro con los  ojos abiertos. — ¿Tantas?— se sorprendió — si a yo soy rebruta— dijo la joven – tú lo que quiere es que me muerda la luenga. Él  rio a carcajada. —Pero si lo quieres,  debes hacerlo— ella lo miro como si él fuera un bicho raro— hazlo por la persona que más quieras. Ella lo miro y luego sonrió   al imaginar a Jairo orgulloso de ella, porque ya no hablaba como una bruta. Jesús Antonio la vio muy pensativa y quería compartir con ella más tiempo. Le gustaba la chica. —Mira las palabras que aprendas con los patrones y conmigo en unos días hablaras mucho mejor— le sonrió— ¿Qué? ¿Me vas a decir que eres una cobarde. Él  sabía el efecto que iba a producir  esas palabras en la joven. —A yo no soy ciobarde— se levantó y extendió la mano— tu eres mi profeisor y yo tu… Se quedó buscando la palabra. — ¿Mi alumna?— le preguntó. Ella lo miro con curiosidad. —Sí,  eso mismo— dijo ella con una sonrisa. Y  desde ese día Jesús Antonio y Mercedes comenzaron las clases. La joven repetía y repetía lo que aprendía y en pocos días su lenguaje mejoro.  Dos  motivos la alentaban a seguir. Uno: que Jairo se sintiera orgulloso de ella y dos: que Jairo se enamorara de ella,  porque  ya que no era una rebruta. Los días pasaron y el día de la boda se acercaba cada vez más. Los nervios en ella se hicieron presentes. Ya sabía lo que significaba que era un misógino, y sus ilusiones  se vieron por el piso. Él odiaba a las mujeres porque su madre lo engaño, haciéndose  pasar por su hermana y su abuela por su madre. Y para colmo de males, la   abuela y su madre eran unas asesinas. También supo que la abuela había muerto en la casa que se quemó y que la madre estaba presa en    Capital. Ahora ella comprendía que su amor se vería cada vez menos correspondido. Cierta mañana se levantó y después de ayudar con los quehaceres de la casa salió al potrero donde siempre se encontraba con Jesús Antonio y el ternerito que ella ayudaba a alimentar. —Buenos días— dijo la joven al llegar y mirar al ternero que cada día era más robusto y fuerte— al parecer sigue creciendo sano. Jesús Antonio la miro y vio el cambio en la joven. Hablaba con más fluidez y cometía menos errores de dicción. —Buenos días,  Mechitas— le dijo él con cariño— parece algo triste o preocupada. Ella lo miró y sonrió con tristeza. —Dentro de tres días me voy del rancho— le comento. Estas palabras golpearon al hombre que dejo de hacer lo que estaba haciendo solo para mirarla a los ojos. Ella le gusta y por eso siempre la respetaba. — ¿Cómo así?— le pregunto— ¿Te vas para dónde? Ella lo miro  y miro el campo. —Me encanta este lugar— suspiró melancólica— para donde me voy también es un lugar muy hermoso y voy a vivir por lo menos dos años  o tal vez  más tiempo. Él se atraganto al oírla. No podía perderla, no ahora que la había encontrado. —Sí,  pero para donde te vas— le volvió a insistir. —Me voy a vivir en  el rancho Las Cruces— le comento. Jesús Antonio la miro. Su jefe le informó  que a partir del próximo sábado él iría para ese mismo rancho a cuidar   a la esposa de un amigo que debía viajar por un tiempo. Cierta ilusión le ilumino el corazón al hombre. — ¡Qué casualidad!— le dijo – Yo también voy a ese rancho a  trabajar. Ella al oírlo le sonrió con alegría, por lo menos no iba a estar tan sola en ese en el rancho de su esposo. —Mami Mandy está allá— dijo alegre— así que ya no voy a estar sola. Y si tú vas,  nos podemos acompañar. Me encanta que mi buen amigo me acompañé. —«¿Buen amigo?»— repitió el hombre en su cabeza. Así era  como ella lo veía. Como un buen amigo. Esto lo desilusionó un poco, pero no se dejó ganar por el sentimiento negativo. Haría hast a lo imposible para llegar a ese tierno e ingenuo corzazón —Bueno allá podemos seguir las clases— le dijo él con una sonrisa— así mejorar cada día más. Ella le sonrió muy feliz y sin saber unos ojos marrones la miraban con furia contenida. — ¡Me parece genial!— dijo ella aun sonriendo.
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