Capitulo 1: Mis Huéspedes.

1254 Words
•Narra Roswell Marck• Los días son iguales, sin nada interesante que realizar. Me mantengo viendo a la gente como camina por las calles, impregnados en su siguiente propósito. Me encanta ser persuasivo y, cada vez, que voy en auto, me gusta observar los rostros, los gestos, las acciones de los que pasan por mi alrededor. Claro que no pueden verme, las lunas oscuras opacan mi rostro. Quizás sea extraño de mi parte, pero me entretiene mucho hacerlo. Seguimos el trayecto hacia mi Mansión, sin embargo, en un cambio de luces, de semáforo, nos detenemos. Respiro hondo y le digo a mi fiel mayordomo. —Jair, enciende la radio, por favor, quiero escuchar un poco de música clásica. —Sí, señor —me responde con agradable vos. De repente, mientras me acomodo gratamente sobre mi asiento, frente al auto veo una mujer que capta mi atención. Lleva un desordenado vestido largo, se encuentra algo despeinada y, abofeteada, tal vez, no estoy seguro, pero aquello lo intuyo por la gota de sangre que detallo caer de su labio inferior roto. Lo peor de toda esta vista, es que ella no está sola, tiene una bebé en brazo que, al parecer, se encuentra dormida. No solo eso, en su otra mano también sostiene a un niño de al menos 7 años. Me la quedo viendo por unos segundos y, rápidamente, logro percibir por su expresión y sudor en la frente, que está nerviosa y angustiada. Su rostro pálido está hinchado, de seguro ha llorado demasiado. Es un hecho de que algo extraño le está sucediendo. Ante la luz verde encendida para los peatones, ella está a punto de cruzar, pero de pronto, se le aproxima un hombre, mal vestido, que la detiene bruscamente sosteniéndola del brazo. Automáticamente, la mujer, con claro terror, explota en lágrimas. La bebé, debido al movimiento del hombre que inicia a llevársela con rudeza y a jalones, se levanta. Y el niño atrapado en su mano, se hace notar asustado. El pequeño se desespera, no sabe cómo detener al hombre que, por intuición, creo que es su padre. Ellos desaparecen de mi vista y me quedo intranquilo, esto no me incumbe, pero algo dentro mío me grita que los ayude. La luz cambia de color, ahora la luz del semáforo está en verde para nosotros. —Qué extraña situación —menciona Jair en voz baja y luego prosigue en encender el motor para seguir nuestro camino, pero lo detengo. —Un momento, Jair. —¿Qué sucede, señor? —Espérame unos minutos. Con cordialidad, estaciónate en un lugar cercano. —Pero señor... —No te preocupes... — Le regalo una sonrisa, mostrándole mi serenidad. Él con impacto lo hace, entonces salgo del auto y camino lo más rápido posible por donde vi que se fueron ellos. Al doblar la esquina visualizo un callejón lleno de humedad y me lleno de furia cuando escucho a la mujer y sus hijos llorando. Me acerco a la entrada del callejón y veo al hombre que la tiene apegada en la pared, la sostiene de su cabello y la está amenazando. —¡Hey! ¡Imbécil! ¿Quieres golpear a alguien? Aquí está ese alguien que puede darte el gusto—gruño. El hombre y la mujer voltean a verme al mismo tiempo. El tipo comienza a reírse. —Métase en sus propios asuntos —índica con su vos ronca de autoridad. —¡Ja! —dejo salir una risa irónica. —¿Se está burlando de mí? —Por supuesto, personas como tú, me dan mucha risa. —Él parece enojarse por mi comentario, y suelta a la mujer para venir hacia mí. —No sé, que tipo de ricachón sea usted —lo dice, dándose cuenta de mi traje gris, de alta calidad —, pero no me interesa. Yo le daré su merecido. Dibujo una sonrisa en mi rostro y espero a que se aproxime con ansias. —¡Basta, Jesús! —grita la mujer. Él está cerca de mí, por lo tanto, hago mi siguiente movimiento. Con mi sonrisa filuda, alzo mi bastón y con sagacidad, golpeo un punto de su rodilla, luego de su tobillo, haciéndolo caer, en segundos, arrodillado en el piso. El hombre dispara ira de sus ojos y cuando está a punto de levantarse, le tiro otro en el rostro y dejándolo desmayado. Posiciono velozmente mi bastón al suelo para permanecer recto y solemne. Cojo mi pañuelo, del bolsillo, y, elegantemente, limpio el poco sudor que acabo de eliminar en mi frente. Sintiéndome sacio, me vuelvo a las personas en frente mío. El niño y la mujer están sorprendidos. Alejo mi aura oscura, e inicio a caminar hacia ellos cojeando con un poco de dificultad. He hecho un sobre esfuerzo, en mantenerme sin nada apoyándome, por ello siento un poco de dolor. Concuerdo, sé que es extraño ver a un hombre de 36 años con un bastón en la mano como un anciano. Pues bien, les explico, tengo una lesión en mi tobillo derecho desde hace mucho tiempo y suelo cojear perennemente de ese lado. Por eso, casi siempre, suelo vestirme como los duques de la antigüedad. Muy bien portado, con sofisticados sacos en cola y, a veces, incluso, hasta con sombreros tipos de la era victoriana; todo debido a que hacen una perfecta combinación con mi compañero. ¿Si me veo extraño? Eso no me molesta. Desde años ya ha dejado de importarme lo que digan los demás. Tiro un resoplido y sonrío al estar ya, en frente de la mujer. — Hola, mucho gusto mi querida dama —Doy mi presentación, y le brindo mi mano saludándola—, con todo respeto me presento, soy el Señor Roswell Marck, pero puede llamarme solo, Señor Roswell. —Mucho gusto —me corresponde con mucha timidez, mientras su hijo la abraza temeroso. Yo lo observo y me inclino un poco hacia él. —Hola pequeño —le digo tocando su cabeza y le hago un gesto confiable—, no tengas miedo. Él se esconde detrás de la falda de su madre, mientras la bebé sigue llorando. Este, definitivamente, no es un lugar adecuado para ellos. —¿Usted tiene a dónde ir? —le pregunto. Ella parece preocupada y creo que no sabe que responder. Se queda en silencio por un breve momento. —No...—responde, finalmente, con lágrimas cayendo sobre sus mejillas. Me quedo golpeado por esos tristes gesto. Hasta que de pronto se hace presente mi mayordomo. —Señor Roswell —pronuncia desde la entrada del callejón, con angustia. —En buena hora, Jair —replico y me giro en su dirección—. Por cortesía, ¿Podrías dirigir a la dama y a sus niños al auto, por favor? —¿Cómo? —se expresa ella confundida. —¿Quiere que este hombre —le señalo con mi bastón, el cuerpo tendido del tipo— cuando se levante, la vuelva a agredir o a encontrar en donde sea que, a pocos minutos, ustedes puedan llegar? Ella niega con la cabeza y es claro que no tiene otra opción. —Se lo agradezco —responde, simplemente entre sollozos, y muestra su rostro un poco de alivio, mientras trata de calmar a la bebé. Mi pecho retumba fuertemente, por lo que acabo de hacer. No siento arrepentimiento, ni ningún tipo de pensamiento absurdo. Me los quedo viendo y con confianza les digo: —Bien, desde hoy, ustedes, serán mis huéspedes especiales de la mansión.
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