Capítulo 1

1479 Words
Lía “No esperaba nada. Y fue justo ahí cuando pasó todo.” —Última mesa limpia. Última copa servida. Último aliento antes de largarme de este bar de mierda —me dije, mientras dejaba el trapo húmedo sobre la barra y estiraba el cuello como si eso fuera a aliviarme el alma. El neón titilaba con la misma desesperanza de siempre. Un sitio olvidado de la ciudad donde la música no era lo peor, ni los clientes los más idiotas, pero sí lo bastante grises como para que una se sintiera invisible. Y a mí, la invisibilidad me iba bien. No quería que me vieran. No de verdad. No desde que Manuel me borró como quien arranca un nombre del buzón y lo reemplaza por otro. Suspiré. El tipo del rincón no se había movido en veinte minutos. Tenía pinta de pasar de todo y aún así, ahí seguía. Ni borracho ni sobrio. Como en pausa. El casco de moto descansaba sobre la mesa y el abrigo de cuero colgaba del respaldo como si fuera un viejo ritual que conocía de memoria. Lo observé de reojo mientras recogía los vasos. Y entonces, como si el universo estuviera borracho también, alzó la vista. Negro. Sus ojos eran negros. No marrón oscuro. No color café. Negro abismo. De esos que no invitan, devoran. Me congelé. Él no apartó la mirada. Sonrió, apenas. Una línea torcida en su boca, como si disfrutara del poder de incomodar. Y vaya que lo logró. Me revolvió por dentro. Maldito. Me giré rápido, con la excusa de limpiar otra mesa. Pero no había más mesas. Ni más excusas. Solo él. Y esa mirada que me desnudaba más que el pasado. No lo había visto nunca, ¿verdad? O quizás sí. Quizás en otra vida. En alguna donde no estuviera rota. —¿Falta mucho para que cierres? —preguntó, desde su rincón. Su voz... Tenía esa textura de grava y vicio que hace que una pierda la noción de lo que estaba por decir. —Cinco minutos. Si quieres algo, pídelo ahora —le contesté sin mirarlo. Me odié por sentirme vulnerable. Por haber sonado así. Fría. O peor, nerviosa. —Lo que quiero no está en la carta. Sentí un calor subir desde el estómago. No respondí. Solo tomé el trapo de nuevo y volví a pasar por la barra ya limpia, como si eso pudiera borrar lo que acababa de dejarme en el aire. Y ahí supe que ese hombre no era una noche más. Era una advertencia con piernas. Gael “No suelo repetir sitios, pero hay miradas que te amarran como maldiciones.” El plan era no quedarme. Pedir algo rápido. Esperar que la lluvia amaine. Seguir con lo mío. Pero entonces la vi. Pelo rojo. No ese rojo chillón artificial que escupe rebeldía barata. Rojo fuego, real, como si le ardiera la sangre. Se movía como si odiara estar ahí, pero supiera exactamente lo que hacía. Eficiente. Directa. Sin una pizca de coquetería. Y eso… Eso fue lo primero que me jodió la cabeza. La mayoría de las camareras que me he cruzado sonríen por costumbre o por propina. Ella no. Ella ni siquiera me miró. Y ahí fue donde me atrapó. La vi pasar de largo, trapo en mano, recogiendo vasos como si estuviera limpiando también los recuerdos. Tenía esa mirada de quien no espera nada de nadie. Y me provocó el deseo de romperle el escudo. Por deporte. Por impulso. O porque hacía demasiado que no sentía algo real. —¿Falta mucho para que cierres? —le pregunté, cuando ya casi se iba. No me miró. No al principio. Pero cuando lo hizo, por un segundo, el mundo se apagó. Y no exagero. He visto ojos hermosos, he tocado cuerpos que valen más que mi moto entera, pero esa mujer me miró como si supiera leer la oscuridad que llevo dentro. —Cinco minutos. Si quieres algo, pídelo ahora —me soltó con voz firme. Y sonó perfecto. Esa mezcla de defensiva y curiosa. Como si no pudiera evitar responder, aunque se odiara por hacerlo. —Lo que quiero no está en la carta —le dije. Solo para verla reaccionar. Movió las manos, agarró el trapo y empezó a limpiar otra vez. La barra ya estaba limpia. Sonreí. Le incomodé. Y eso, para mí, fue como una pequeña victoria. Ella no lo sabe aún, pero yo no soy de los que retroceden. Y hay algo en sus silencios que grita más fuerte que todas las palabras dulces que ya estoy harto de escuchar. Voy a saber su nombre. Voy a hacerla hablar. Y voy a descubrir por qué ese tatuaje en su muñeca parece un grito callado. Lía “No se lo dije, pero sí... me removió algo. Como una astilla bajo la piel.” Cerré la puerta del bar con el corazón golpeando más fuerte de lo que quería admitir. Lo escuché irse. Su moto rugió como si también se negara a olvidarme. Maldito imbécil arrogante. ¿Quién se cree que es? Me apoyé contra la puerta, con el trapo aún en la mano, y solté el aire que venía conteniendo desde que me lanzó esa frase absurda: "Lo que quiero no está en la carta." Qué gilipollez. Y sin embargo... Caminé hacia el fregadero como si mis piernas fueran de aire. Me lavé las manos tres veces, aunque no estaban sucias. No era suciedad. Era... algo que me dejó ese hombre. Una sensación. Su voz grave, como si viniera de algún sitio oscuro y profundo. Sus ojos, negros, intensos. Y esa maldita sonrisa torcida que me desarmó un segundo. Solo uno. Volví a atarme el delantal por inercia. No sé por qué. El turno había terminado hacía rato. Pero algo dentro de mí se resistía a salir. Como si al cruzar esa puerta me estuviera llevando conmigo algo de él. No lo conozco. No sé su nombre. Y ya lo estoy recordando. No, Lía. No otra vez. No más hombres con pasados oscuros y sonrisas que prometen más de lo que pueden cumplir. Revisé la barra una última vez. Todo estaba en orden. Menos yo. Apagué las luces, recogí mis cosas y salí a la calle. El aire nocturno me recibió con esa frialdad que me gusta. Me recuerda que estoy viva, aunque por dentro me sienta congelada. Pero mientras caminaba hacia casa, una idea se coló sin permiso en mi mente: ¿Y si vuelve? Gael “Creí que era una parada más. Y terminé acelerando en dirección contraria a todos mis planes.” El casco no me tapaba el ruido en la cabeza. Ni el de la moto. Ni el de ella. Apreté los puños sobre el manillar mientras el motor rugía bajo mi cuerpo. Y por primera vez en mucho tiempo, no tenía claro a dónde ir. Miré por el retrovisor. El bar se perdía a lo lejos. Pero su imagen seguía grabada detrás de mis párpados. Esa mujer de fuego y cicatrices invisibles. No supe si fue su silencio, su forma de no mirarme, o ese tatuaje en la muñeca que decía más que sus labios. Pero algo se me había clavado dentro. Y cuando algo se me mete entre ceja y ceja, ya no hay marcha atrás. Vibró el móvil en el bolsillo interior de la chaqueta. Lo saqué sin apagar la moto. Un nombre en pantalla: "Nico – 2 llamadas perdidas." Lo ignoré. No esta noche. Grité al viento sin abrir la boca. Y luego sonreí. —Jodida camarera... Giré el manillar, di media vuelta en plena avenida y apunté de nuevo hacia su calle. No para verla. No todavía. Solo para saber que sigo cerca. Lía "No fue nada. Y si lo fue, ya no importa." Caminaba rápido. Las botas resonaban en la acera mojada como si quisieran dejar claro que yo no corría. Que simplemente… tenía prisa. Mentira. Huía. Del olor a gasolina, del sonido de su voz ronca, de esa sonrisa torcida que me había dejado las tripas revueltas. Apuré el paso. Ese tipo no tenía nada que ver conmigo. Nada. No lo conocía, ni pensaba hacerlo. Y aunque me hubiese mirado como si ya me hubiese elegido… yo no era una elección fácil. Ni disponible. El frío de la noche me mordía los nudillos. Tenía que dejar de salir sin guantes. Pero lo que más me jodía… Era que, por un segundo, me había sentido vista. De verdad. No como un cuerpo que sirve copas. No como una chica con pasado. Sino como algo que arde. —Jodido imbécil —susurré, sin saber si lo insultaba a él… o a mí misma. Giré la esquina. El barrio me tragó con sus faroles apagados. Y mientras caminaba hacia mi edificio, apreté el abrigo con fuerza. No iba a volver. Seguro que no. Ojalá.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD