Capítulo 12

1768 Words
Lía "Entre sombras." El bar estaba en penumbras, con las sillas apiladas sobre las mesas y el rumor de la lluvia golpeando los cristales. Lía se apoyó en la barra, nerviosa, jugando con el trapo húmedo entre las manos. —Necesito decirte algo —rompió el silencio. Óscar la miró fijo desde el taburete. Ese tono lo conocía: era el preludio de una verdad que dolía. —Besé a Gael —soltó de golpe, antes de perder el valor. La palabra quedó suspendida en el aire como una bomba. Óscar se echó hacia atrás, soltando una risa seca, incrédula. —¿En serio? —su voz fue un gruñido—. ¿Sabes lo que haces, Lía? —No fue planeado. Pasó —se defendió ella, clavando la mirada en el suelo. Él golpeó la barra con la palma abierta. —Ese tipo no es un juego. Ese nombre huele a problemas, aunque no sepa de dónde viene. Ella alzó la cabeza, con un gesto de desafío. —¿Y tú qué sabes? Siempre hablas como si lo hubieras vivido todo. Óscar apretó la mandíbula. Ella no se detuvo. —Te he visto con esa cicatriz, Óscar. Te vi sangrar aquella noche. Siempre lo escondes, pero yo estuve allí. ¿Por qué nunca me cuentas la verdad? Él cerró los ojos un instante, como si quisiera rehuir el recuerdo, pero su voz salió ronca. —Verónica. —El nombre se le escapó como un disparo. Lía se quedó inmóvil. —La hija de Anselmo. La primera chica de la que me enamoré. Mientras Manuel se perdía en la ambición, yo me perdí en ella. Y casi no lo cuento. Dio un paso hacia la ventana y apoyó la frente en el cristal empañado. —Esa bala… —levantó un poco la camiseta, mostrando la cicatriz en el costado— no iba para mí. Me alcanzó porque intenté salvarla. Lía llevó una mano a la boca. Había sospechado, pero nunca lo había escuchado de sus labios. —¿Y ella…? —Siempre estuvo enamorada de otro. Nunca lo supe del todo, pero lo sentía. Y yo fui el idiota que la siguió hasta el infierno. El silencio pesó entre los dos, cargado de lluvia y memorias. Óscar volvió a mirarla, serio, cansado. —Anselmo me perdonó la vida porque le debía la de su hija. Si no, hoy no estaría aquí. Y por eso te digo que no quiero verte caer en lo mismo. Se inclinó sobre la barra, bajando la voz. —Ese tal Gael… no sé quién es, ni me importa. Lo único que sé es que huele a peligro en cada poro. Y cuando un hombre huele así, Lía, no necesitas un apellido para saberlo. Ella tragó saliva. Esas palabras describían con precisión lo que había sentido en ese beso, y el temblor que no había querido admitir. —Lo ves así porque sigues marcado por Verónica —replicó con un hilo de rebeldía. Óscar negó despacio, con dureza. —Lo veo porque he sobrevivido a gente que huele como él. Y créeme, Lía… uno no sale entero. El silencio volvió a instalarse entre ellos, roto solo por la lluvia insistente. Gael “Fallas en el acero.” El taller estaba en silencio, salvo por el zumbido débil de una lámpara y el goteo de aceite en un cubo olvidado. Gael se agachó sobre la moto a medio desarmar, las manos ennegrecidas por grasa. Podía perderse horas ajustando piezas, pero esa noche ni el motor más rebelde lo distraía. Cada vez que cerraba los ojos volvía a sentirlo: el roce de los labios de Lía, breve, inesperado, pero con la fuerza de un disparo directo al pecho. Gael frunció el ceño y se incorporó, encendiendo un cigarro que apenas le calmó la ansiedad. Dio una calada profunda y soltó el humo despacio, como si quisiera expulsar la confusión que lo ahogaba. —No eres como las demás… —murmuró, hablando solo, casi sorprendido de admitirlo. Estaba acostumbrado a mujeres que buscaban su sombra: el dinero fácil, la adrenalina de su mundo, el riesgo disfrazado de encanto. Lía no tenía nada de eso. No lo había buscado; al contrario, lo rechazaba con una dignidad que lo desconcertaba más que cualquier disparo. La recordó alzando la mirada con esa mezcla de rabia y miedo. Ninguna mujer lo había mirado así, como si pudiera atravesar la fachada que había construido a base de cicatrices. Dejó el cigarro sobre la mesa de trabajo, donde ardió junto a un juego de llaves inglesas. Golpeó con el puño la superficie metálica, frustrado. ¿Qué demonios estaba haciendo? Él no podía darse el lujo de flaquear. No ahora, cuando apenas había regresado de cerrar cuentas pendientes en el extranjero. Anselmo confiaba en él, y en ese mundo la confianza era tan frágil como un hilo de vidrio. Pero por primera vez en años, el eco de un nombre lo distraía más que cualquier negocio sucio. Lía. Se pasó una mano por el rostro, manchando aún más la piel de n***o. Por dentro, sentía un temblor que no quería reconocer. La vulnerabilidad no tenía cabida en su vida, y sin embargo, ella lo había hecho sentirla en un solo beso. Gael apagó el cigarro de un manotazo y se inclinó otra vez sobre la moto. —Basta. —Su voz fue un gruñido bajo. Sabía que debía arrancarse ese recuerdo antes de que se volviera una debilidad. Y, sin embargo, mientras apretaba los tornillos con más fuerza de la necesaria, lo único que conseguía era grabarla más profundo. Nico “El fantasma.” Nico apoyó la espalda en el muro húmedo de la callejuela, las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta. Desde allí observaba la salida trasera del bar, paciente, como quien lleva años en el mismo puesto. Nadie lo veía, nadie lo buscaba, pero él siempre había estado. Ese era su don: ser un fantasma. Conocía a todos. A Manuel, el imbécil que se creyó más listo que el mundo y acabó hundiéndose en su propia ambición. A Óscar, el buen chico que se dejó atrapar por Verónica, su prima, hasta recibir una bala que casi lo manda al hoyo. Y a Lía… claro que conocía a Lía. La había visto derrumbarse, recomponerse, y volver a sonreír como si la vida no hubiera pasado por encima de ella. Los había tenido siempre frente a los ojos. Solo que ninguno se había fijado en él. Encendió un cigarro y dejó escapar el humo con calma, como si disfrutara de ese anonimato. Es mejor así, pensó. Los fantasmas no se explican. Los fantasmas esperan. El nombre de Gael lo había sacado de su eje. Había escuchado a Óscar pronunciarlo, y en su voz había un filo que no le gustó nada. Gael. Desconocido, peligroso. La clase de hombre que entraba de golpe en la vida de Lía y lo cambiaba todo. Nico apretó los dientes, con una sonrisa torcida. —Como si pudieras con ella… Lía no necesitaba a un héroe improvisado. Lía necesitaba alguien que supiera lo que significaba estar en las sombras, alguien que no se asustara de ensuciarse las manos. Y él lo había hecho siempre, aunque nadie se lo agradeciera. El cigarro se consumió entre sus dedos, y el calor de la brasa le quemó la piel. No lo soltó. El dolor era un recordatorio: él estaba dispuesto a soportar lo que hiciera falta. El resto podían llamarlo obsesión. Él lo llamaba justicia. Lía "El encuentro." La noche estaba húmeda y fría cuando cerré la puerta trasera del bar. Me subí la chaqueta hasta la barbilla, maldiciendo por lo bajo al sentir la llovizna colarse por el cuello. Apenas había dado dos pasos cuando una voz surgió de la penumbra. —Mira quién camina sola a estas horas. La niña que siempre se escondía detrás de Óscar. Me giré en seco. Allí estaba Nico, apoyado contra una farola, con esa sonrisa torcida que desde siempre me resultaba insoportable. Lo mismo de siempre: su tono burlón, su presencia incómoda, como un recordatorio de que los fantasmas nunca mueren. —Tú otra vez —bufé, cruzándome de brazos para no mostrar el temblor que me recorría—. ¿Qué haces aquí, acechando como un perro callejero? Fingió ofenderse, aunque en su mirada bailaba la diversión. —No es acechar, Lía. Es… estar pendiente. Te convendría tener a alguien que lo haga. Sentí un escalofrío, pero lo disimulé con un gesto de desprecio. —No necesito un guardián, y menos uno como tú. Nico se despegó de la farola y dio un paso hacia mí, despacio, calculado, como si no quisiera asustar. Pero el aire se volvió más denso. —¿Y Gael sí? ¿Ese tipo que apareció de la nada? El corazón me dio un vuelco al escucharlo pronunciar su nombre, pero no se lo iba a mostrar. Lo encaré con frialdad. —Deja de hablar de lo que no entiendes. Él ladeó la cabeza, sonriendo como un gato que juega con su presa. —Entiendo más de lo que crees. He visto a Manuel devorarse en su propia ambición. He visto a Óscar arrastrarse detrás de mi prima. Y a ti… —su pausa me heló la sangre, sabía que lo hacía para disfrutar de mi reacción—. A ti te he visto romperte tantas veces que casi lo hice costumbre. La rabia me subió como un latigazo. Di un paso al frente, acortando la distancia entre nosotros. —Escúchame bien, Nico. No vuelvas a nombrar a Óscar con esa boca tuya. Él es más hombre de lo que tú jamás serás, y no pienso permitir que uses su nombre para tus juegos. Sus ojos se clavaron en los míos, brillantes, incómodos, y durante un instante se quedó callado. Mi furia lo obligó a retroceder. Luego, como si le divirtiera mi desafío, soltó una risa baja. —Esa lengua afilada… siempre fue lo mejor de ti. —Y lo peor para los que se meten conmigo —escupí, helada, sin apartar la mirada. Entonces se corrió despacio, como un actor exagerando una reverencia, y me hizo un gesto con la mano para que siguiera mi camino. —Camina tranquila, Lía. Ya sabes que los fantasmas siempre vuelven. Lo sobrepasé con paso firme, sin girarme ni un centímetro, aunque el pulso me golpeaba con violencia en las sienes. Cuando doblé la esquina, recién entonces respiré. Pero lo supe, lo sentí en la piel como una marca ardiente: la sombra de Nico ya no iba a quedarse atrás.
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