CAPÍTULO OCHO
Adele inhaló el aire del río, el mismo aire que se había vuelto rancio en los pulmones del c*****r. El cuerpo de Marion había sido llevado a la morgue hacía mucho tiempo, pero su sangre todavía manchaba el cemento en patrones desordenados, cubriendo el polvo debajo del puente en círculos carmesí.
El área permanecía acordonada, con vallas de bloqueo obstruyendo las escaleras y la pasarela a ambos lados. Dos gendarmes estaban de guardia, pero, por lo demás, Adele y John tenían la escena del crimen para ellos solos.
Adele se puso en cuclillas y señaló la sangre con el dedo. —¿Por qué crees que los desangra? —murmuró, luego volvió a mirar hacia las escaleras.
John soltó un gruñido evasivo. —Los psicópatas y los monstruos hacen cosas psicóticas y extrañas —respondió.
Adele se
