El amanecer trajo un silencio solemne al campo de batalla. Los restos de la contienda estaban esparcidos como cicatrices sobre la tierra, pero la luz del sol bañaba el lugar con una calidez esperanzadora. Vlad permanecía arrodillado, sosteniendo el cuerpo de Isolde, mientras el Corazón brillaba débilmente en el altar, como si también sintiera el peso del sacrificio. Luna observaba en silencio, su mirada llena de compasión y una tristeza insondable. —La barrera es fuerte ahora, pero no será eterna —dijo con voz serena. Vlad alzó la mirada, sus ojos llenos de ira y dolor. —¿Qué sentido tiene todo esto si siempre habrá más oscuridad? ¿Si siempre habrá más sacrificios? Luna se inclinó y puso una mano en su hombro. —El equilibrio siempre requiere sacrificios, Vlad. Pero lo que ella ha hec

