Una Calma Inestable
La sala del Nexo Central había quedado en un inquietante silencio tras la derrota del guardián. Los ecos de la batalla aún resonaban en las grietas de las paredes, pero Kael sentía que el verdadero combate acababa de comenzar.
Kael, de pie en el centro de la cámara, observó sus manos con desconcierto. La energía oscura que fluía a través de ellas era tan embriagadora como aterradora. Aunque se sentía más fuerte que nunca, algo en su interior parecía roto.
—Kael, debemos irnos —dijo Erevan, interrumpiendo sus pensamientos.
El hechicero sostenía el cristal, ahora apagado pero aún irradiando un frío palpable. Sin embargo, sus ojos no dejaban de observar a Kael con cautela, como si estuviera estudiando a una criatura desconocida.
—¿Adónde? —preguntó Kael con voz áspera
