ZAYN Ese almizcle amaderado mezclado con duraznos, bayas y vainilla permaneció en mi nariz durante horas. Era como un hechizo que Aria había lanzado sobre mí. Había sido embriagador desde el momento en que su aroma llegó hasta mí, y ahora seguía impregnado en mi memoria. Juraría que podía captar destellos de él cada vez que giraba la cabeza. Me había costado todo el autocontrol no deslizar mis manos por las cintas de satén de ese maldito liguero con el que desfiló en mi oficina, sobre todo cuando la arrinconé contra la puerta. ¿Tendría idea de cuánto me estaba excitando? La imaginé doblando la rodilla, levantando la pierna para que yo pudiera acariciar su muslo, mientras la atormentaba con mis palabras al oído. —Puedes fingir todo lo que quieras que esa noche no significó nada para ti.

