BASTIAN —¡Bastian…! —¿Qué? —apenas podía pensar. —Tu pene es incluso más grande de lo que imaginaba. Resulta que pensar no era tan difícil cuando ella decía cosas subidas de tono como esas. Me había sacado de mi momentáneo aturdimiento. Por un segundo, me había descolocado el efecto que tenía sobre mí. A continuación, pasaron dos cosas. Bueno, tres. Primero, necesitaba asimilar el hecho de que mi vecina bien portada, Rose, acababa de admitir que había imaginado mi pene antes. Segundo, escuchar esas palabras subidas de tono salir de su dulce boca era excitante en sí mismo, y tercero, esa declaración hizo que mi pene se hinchara a sus proporciones máximas. —¿Entonces has imaginado mi pene antes? —raspé, con voz ronca. Tenía que preguntar. Esto era demasiado bueno. —Ah… no… no lo he

