Capítulo 6: Una visita inesperada

1673 Words
−Te ves hermosa en ese vestido. −No lo se, no me siento cómoda –añado sin vacilar. −No te desanimes, aun tenemos otra buena cantidad de ellos para probar –afirma Aurora. Solo por no volver a experimentar el engorroso proceso de cambiarme de ropa, elegiría el que llevo puesto. −¿Por qué la expresión? –pregunta mi amiga−. ¿Acaso estás teniendo dudas sobre el casamiento? −¿Sobre Karlos? Nunca −contesto−. Temo no estar a la altura de lo que implica ser reina. Hace una mueca. −Sería normal que dudaras sobre el amor que sientes por este joven. A fin de cuentas acaban de conocerse. No había pensado en ello, pero Aurora tiene tener razón. Apenas conozco a Karlos. Debe haber mucho de él por descubrir. ¡Qué suerte! ¡Tengo una vida entera para hacerlo! Esta frase me da vértigos. Hace solo unos días me negaba a establecer vínculos amorosos con nadie y ahora yo solita planeo pasar el resto de mi vida junto a un hombre. ¡Al que acabo de conocer! ¡Oh dios! ¿Toda la vida? pero eso es mucho tiempo. −Elena, ¿estás bien? −Si, lo siento –me repongo. −Te decía que ya eres reina, y lo estás haciendo muy bien. −¡Oh! Gracias –sonrio para disimular cualquier aflicción. −Traiganme un vaso con agua antes de ponerme cualquier trozo de tela encima. Una de las sirvientas me lo sirve y entrega en las manos. Estoy temblando, no puedo sostenerlo, el agua se me desparrama por los bordes. ¿estaré dudando sobre mi matrimonio con Karlos? Odio a Aurora por poner la idea en mi cabeza. Debe ser el estrés de los preparativos lo que me pone de los nervios. Si dudo de algo, debe ser del matrimonio en general. La idea de entregarme a una sola persona por el resto de mi vida me hace sentir como un ave cautiva en una jaula. Pero soy una reina y eso es lo que hacemos. Nos entregamos a un hombre para toda la vida, uno que sin importar como sea con nosotras, deberá poseer cualidades dignas de un rey. Tengo la certeza de que Karlos sabrá reinar con bondad. Además debería sentirme afortunada porque ambos estamos enamorados. ¡Qué tonta soy! Solo necesito verlo sonreir para despejar cualquier duda que pueda rondarme. −Se acabó el descanso –anuncia Aurora y ordena a las sirvientas cambiarme de vestido. −Este tampoco me gusta –digo antes de que toque mi cuerpo−. Les facilitaré el trabajo –examino todos los trajes y los desecho como trapos viejos de cocina. −Pero su alteza, son vestidos hermosos –aclama una de las chicas. −¿Lo son? Pues toma el que quieras. La joven me mira desconcertada. −Hazlo −digo−. Cada una elija el que más le guste y será suyo. Las jóvenes se lanzaron sobre la percha para cada una agarrar el vestido de su elección. Aurora me lanzó una mirada desaprobatoria. Me dirijo hasta ella y la beso en la mejilla. Logro sacarle una sonrisa. −No tienes remedio –asegura. Abandono la habitación victoriosa, tarareando una melodía que no salía de mi cabeza. −!Karlos! –digo a sus espaldas. −¡Su alteza! –dice el joven a cargo de los caballos del establo y hace una reverencia. Sonrio devolviéndole el saludo. Karlos me mira directamente y se acerca, me besa una mano e insiste en que estoy hermosa. −Demos un paseo a caballo –propone−. Puedo llevarte si lo deseas. Marcos lanza una risita nerviosa. −Tienes que verla montar de lo contrario nunca creerías lo buena que es. −Ven, te presentaré a un amigo. Pegasus es mi caballo n***o. Lo encontré años después de la muerte de mis padres. Había acabado de nacer y estaba muriendo de frío, solo en el bosque. Se hallaba junto a su madre fallecida. Pedí ayuda para traerlo a casa. El padre de Marcos se dedicó a criarlo y alimentarlo en ausencia de su mamá. Creció fuerte y ágil para correr. −Pegasus es especial –declara Marcos que vino tras nosotros−. Solo dos personas han logrado montarlo, mi padre, que en paz descanse y la princesa. −Vamos amigo, es hora de dar un paseo –advierto a Pegasus. Él relincha de felicidad como si entendiera a la perfección cada una de mis palabras. Entro al establo y me subo sobre él. −¿No le pondrá montura? –pregunta Karlos al joven que permanecía a su lado. −Ella dice que no la necesita –dice encogiéndose de hombros. Karlos se me queda viendo. En sus ojos puedo notar lo fascinado que está. −Elige un caballo y acompáñame –le pido−. Quiero mostrarte un sitio. Marcos lo auxilia en su elección. Karlos se prepara y finalmente se sube a un caballo blanco, tan grande como Pegasus. En cuanto lo noto listo le ordeno a Pegasus que comience a cabalgar y este lo hace muy rápido, siento que puedo salir volando en cualquier momento. −Espérame –reclama Karlos que viene detrás de mí, pisándome los talones. Por un instante me sobrepasa. Yo le ordeno a Pegasus apurar el paso y cuando estoy junto al príncipe, ambos desaceleramos para mantenernos juntos. −Eres realmente buena –me dice. −Gracias tú tampoco estás mal. −¿Falta mucho para llegar? −No. Solo un poco. ¿Tienes prisa? −Tengo apuro por besarte. Tu boca, me provoca de solo moverse. Tengo ganas de hacerlo desde que apareciste en el establo. Me sonrojo. También sentí ganas, pero lo vi inapropiado, aun no estamos casados. Y eso que yo no creo en formalismos. Karlos se sonroja también, parece avergonzado de su comentario. Me pide disculpas. Yo me rio, intento amortiguar la situación. Arrimo mi caballo cuanto puedo al suyo. Me extiendo en el aire al punto que mi boca choque con la suya y le planto un beso en los labios. Uno rápido porque casi caigo del caballo al cerrar los ojos. −¿Estás bien? –pregunta. −Sí –añado−. También me moría de ganas por besarte. Avanzamos un poco más. Le ordeno a Pegasus detener su marcha. Karlos me imita y baja de su caballo también. −Hemos llegado –anuncio. Él echa un vistazo al lugar. −Es hermoso –dice. −Bienvenido a mi sitio seguro. Nunca he traído a nadie antes. Deberías sentirte afortunado. −Lo hago –me rodea la cintura con los brazos y apoya su mentón en mi hombro. Ambos miramos en la misma dirección. Aquí la hierba es más baja porque está a los pies de un lago, uno grande y cristalino. En la otra orilla comienzan a levantarse enormes montañas, repletas de toda clase de animales. Una pareja de cisnes atraviesan el lago justo en este instante. −¡Míralos! −le indico a Karlos con el dedo la dirección en que se encuentran. Él sonrie. Está disfrutando el estar aquí, lo puedo sentir. −Este sitio tiene algo especial que me hace conectar con él. −¿Cómo llegaste hasta aquí la primera vez? −Es curioso. Una tarde salí a pasear con Pegasus y me perdí en el bosque. Estaba aterrada, me puse a llorar. Las lágrimas no me permitían ver nada. Él comenzó a avanzar y se paró justo donde lo hemos hecho nosotros. −¿Entonces, fue Pegasus quien lo descubrió? −Pues si –contesto mientras acaricio a mi caballo. Karlos me toma de la mano y me invita a sentarme lo más próximos que podemos estar al agua, sin llegar a mojarnos. Nos acomodamos sobre una piedra. Él arranca una pequeña florecilla blanca que crecía junto a esta y me la coloca en el cabello. −¿Quieres que volvamos? –pregunta. −Solo un poco más –contesto. Se para frente a mi y me coloca una mano en el rostro. Con la otra bordea mi cintura y me besa en los labios. Pegasus relincha en ese instante. Comenzamos a reir. Karlos se gira hacia él y le dice en tono jocoso. −No te pongas celoso amigo. Podemos compartirla. De vuelta a palacio, cuando estaba a punto de caer la tarde, recibo una noticia inesperada. −Su alteza –me intercepta Franklin justo entrando en el salón principal. Iba acompañada por mi prometido−. Ha aparecido en palacio, hace unas horas, alguien que afirma ser Juan. −¿Qué Juan? –pregunto. −El mismo niño de hace diez años. No podemos asegurar que sea él, pero… −Yo lo sabré en cuánto le vea –interrumpo−. ¿Dónde está? −Mandaré a que lo llamen. Di órdenes de mantenerlo vigilado hasta que no conozca sus intenciones y descarte su verdadera identidad. −Hazlo pasar –ordeno. −Elena –Karlos pone una mano sobre mi hombro−. ¿Quién es este Juan? −Solo alguien de mi niñez −contesto−. No tienes motivos para preocuparte. Entra el joven que afirmaba ser mi amigo, escoltado por dos guardias de la corte. −¡Elena! –me dice−. Soy yo, debes recordarme. −¿Cómo se que no me mientes y en realidad eres quien dices ser? Se aproxima a mi, los guardias se ponen alertas. Hago señas para que le permitan avanzar. Me pide que extienda mi mano. Aun llevo la pulsera que me regaló más de diez años atrás. Él también lleva una idéntica. Al juntarlas ambos dijes forman un patrón. Levanto la vista y clavo la mirada en sus ojos. Se me contrae el pecho. Logro ver como ráfagas los momentos que vivimos juntos. Entonces abre su boca y me cuenta una de las historias que relataba cuando éramos niños, a la hora del té. −¡Es él! –grito emocionada. −¿Cómo puedes estar tan segura? –pregunta Karlos. −Simplemente lo sé. Mi corazón pudo leer a través de sus ojos. Mi prometido le lanza una mirada de desconfianza al chico que ahora me abrazaba cariñosamente. Me aparto de él y dio la orden de preparar un enorme banquete para festejar su llegada. −¡Este hecho amerita una buena celebración! –digo y vuelvo a abrazarlo.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD