Capítulo 4: Suenan campanas de boda

1652 Words
Siento que estoy flotando entre las nubes. Camino por los pasillos del palacio ligera como una pluma. Pongo una mano en mi boca; mi boca que aun sabe a la suya. Cierro los ojos y lo veo, su sonrisa y esa forma de arrugar los ojos cuando está feliz. Pienso en su olor, mi nariz aun lo recuerda, creo que lo he traido conmigo porque me huelo mis manos y ahí está ese aroma a café y flor de primavera. Abro la puerta de mi habitación y de un brinco entro a ella. Me dejo caer sobre la cama y consigo dormir pensando en él. Sueño con lo que vivimos juntos hace un instante. Nos veo haciendo el amor, como mi subconsciente se imagina que se haga; nuestros cuerpos sudados, uno encima del otro moviéndonos en perfecta armonía. Me siento agitada, eufórica y de mi boca comienzan a brotar palabras extrañas en una lengua que desconozco. De pronto mi cabello se enciende en llamas y la imagen de Karlos se desvanece. Me elevo en el aire mientras lanzo bolas de fuego en todas las direcciones. Abro los ojos de repente, abrumada por lo absurdo de mi sueño. −Pero, ¿qué rayos está pasando aquí? La mitad de mi habitación arde como una hoguera. No veo otra salida más que gritar con todas mis fuerzas: −¡Fuegoooo! Al tercer llamado, Franklin asalta mi habitación acompañado por cuatro guardias. Cada uno sostenía un barril con agua. Me hacen salir de inmediato y con un poco de esfuerzo logran apagar en solo unos minutos las llamaradas. No puedo contener el llanto. Mi mayordomo me consuela, pero no consigo reponerme. −No sé lo que ha pasado allí dentro. Estaba teniendo un sueño extrañísimo y cuando abrí los ojos vi las llamaradas. Podría haber muerto de la misma manera que mis padres –me quejo. −Pero gracias a dios, no fue así –añade Franklin−. No se preocupe princesa, descubriremos la causa del incendio. Le sonreí como muestra de agradecimiento, mientras me secaba las lágrimas. −Haré que preparen otra habitación para usted. Pase ahí la noche hasta que la suya quede limpia. −No se preocupe, tengo un sitio al que ir. Abro la puerta con total cautela, como si del otro lado hubiese alguien a quien interrumpir. Sonrio cuando estoy dentro. Esa sonrisa combina nostalgia, miedo y un ápice de alegría. Desde que mis padres me dejaron sola en este mundo, cada vez que siento que el cielo se cae sobre mi cabeza vengo a aquí. Me recuesto en su cama, la que compartieron por muchos años. Abrazo un cojín y fantaseo que son los brazos de mi papá. Imagino que me da un abrazo apretado como solía hacerlo siempre que me veía triste. Una lágrima recorre mi mejilla. Lanzo un sollozo. Luego sonrio. −Aquí estoy a salvo –me recuerdo cuando el miedo a que vuelva a incendiarse todo no me deja dormir−. Mis padres me protegen –es mi última frase previa a sosegarme ante el cansancio. Faltan pocos minutos para que salga el sol. Me pongo de pie junto a la ventana. Anoche, después de acostarme en la antigua cama de mis padres, cuando me encontraba en un estado de absoluta serenidad, volví a pensar en él. Recree su rostro, sus cabellos rubios, esos ojos color café y la bondad que reflejan. Me cambio de ropa y corro a su habitación. Pocas personas están despiertas a estas horas, yo por primera vez soy una de ellas y espero que él también. Llego a la puerta y doy unos pequeños toques pero no alcanzo a escuchar nada del otro lado. −Debe estar durmiendo aun –pienso. Hago un esfuerzo por empujar la puerta, cuando noto que alguien se acerca. −Su majestad –me dice−. El joven que ocupaba esa habitación la abandonó cuando aun era de noche. −¿Sabes a dónde fue? –pregunto. −Escuché que de vuelta a su reino. ¡No puede ser! Me siento mareada, camino sin rumbo por los pasillos del palacio y veo como se hacen más largos a mi paso. ¿Por qué se fue sin despedirse? ¿Habré hecho algo anoche que pudiera desagradarle? Decido regresar a su habitación en busca de respuestas. Encuentro un sobre sellado con el nombre de Aurora. Que suerte, fui la primera en entrar sino podría llegar a las manos de mi amiga antes que las mías. Lo abro con prisa pero cuidando de no romperlo. Hay una nota dentro. −He tenido momentos idílicos a tu lado. Te dije que cuando encontrara a la mujer de mi vida me aferraría a ella y lucharía con todas mis fuerzas por permanecer a su lado; pues creo que lo he hecho. Tengo que regresar para comunicarle a mi padre mi desinterés por la princesa y pedirle su apoyo para casarnos (si estás de acuerdo, por supuesto). Sé que será un camino difícil, pero vales la pena. Espérame pacientemente, pronto vuelvo por ti. Siempre tuyo, Karlos. El mundo entero se me estremece. Lloro desconsoladamente, pero no estoy triste, estas lágrimas son de felicidad. Creo que he encontrado el amor. Salgo corriendo con la nota apoyada sobre mi pecho. Alberto me intercepta en mitad de la nada. −Princesa, hay otra larga fila fuera. −¿Qué? –había olvidado que aun la convocatoria estaba abierta−. Diles a todos que se vayan. −Pero princesa, no puedo hacer eso. El reino…su tío…¿qué haremos? –tartamudeó. −Alberto –digo y esbozo una sonrisa−. No tiene de que preocuparse, he encontrado a mi futuro esposo y Anturias a su rey. −¿Está segura? No juege con mis sentimientos de esa manera. −Si, lo estoy. −¿Quién es? ¿Cuándo lo presentará? −Debe mantener la calma, se los comunicaré en cuanto estemos listos para la boda. −Recuerde que tenemos poco tiempo. −Lo sé −añado−. Puede confiar en mí. Camino en dirección a mis aposentos y mi dama de compañía me encuentra allí. −Todos en palacio dicen que te casarás pronto –añade Aurora mientras cierra la puerta de mi habitación. −Pues si, eso creo –digo y me dejo caer sobre la cama. −¿Y el rey, tu futuro esposo, es el mismo chico con el que estabas en el jardín anoche? −Si –le lanzo una mirada de desconfianza−. ¿Cómo sabes que…? −Una sirvienta te vio. −¡Ah! –digo−. ¿Cuánto habrá alcanzado a ver? –pienso. −Entonces, ¿Dónde está él? –pregunta mi amiga entusiasmada. −Se ha marchado bien temprano. Aurora me mira desconcertada. Yo sonrió, le digo que era una situación un tanto difícil de explicar, pero ella insiste en que le cuente los detalles. Lo hago, le narro como me hice pasar por ella para no revelar mi identidad. ¡Necesitaba saber si podía enamorarme de alguien y ese alguien de mí! No quiero que mi matrimonio sea algo forzado. −¿Qué esperas para ir por él? −Empecé mintiéndole, ahora temo cuál sea su reacción cuando descubra la verdad. −Se sentirá aliviado. −¿Tú crees? −Por supuesto –afirmó mientras leía la nota que me había dejado Karlos−. Él estaba dispuesto a casarse contigo antes de saber que eras una princesa. Ahora todo se facilita. −Lo sé, pero le mentí y puede no gustarle. −Lo hiciste por un bien mayor. Deja de castigarte y haz que lo traigan aquí. −Tienes razón –asiento y de un brinco me pongo de pie. Salgo de allí con el mismo entusiasmo que un niño pequeño corre a los brazos de su padre cuando lleva tiempo sin verle. Me planto frente a Alberto en la sala de juntas. −Te daré el nombre de la persona con la que me quiero casar. Será tu responsabilidad hacer que se presente. Asiente con la cabeza y deja de lado sus otras responsabilidades para emprender el viaje, junto a algunos de sus hombres, que me traería a Karlos de vuelta. −De seguro al amanecer están de vuelta –añade Aurora mientras intenta apartarme del balcón. −Eso mismo dijiste ayer y no pasó. Hace dos días que Alberto salió del palacio hacia Río Alto y aun no he tenido noticias suyas. −No te preocupes de más. Las malas noticias se propagan rápido –añade la chica en un intento de calmarme. Asiento y entro a la habitación para irme a la cama. A pesar de que reconozco que ella tiene razón, no puedo evitar que por mi mente pase lo peor. Finalmente ha amanecido. Tengo el presentimiento de que algo bueno tendrá lugar hoy. Al tomar el desayuno me siento sobre el trono, costumbre que recién comenzaba a alimentar, necesitaba estar lista por si él aparecía. Escucho un trote de caballos seguido por una algarabía. Una chica irrumpe en la sala del trono. −Mi reina, ya está aquí −estaba tan eufórica que a penas le salían las palabras−. El príncipe Karlos ha llegado. Me pongo de pie inmediatamente y luego vuelvo a sentarme. No consigo ser paciente. Corro hasta la puerte y en ese instante se abre. −¿Aurora? –dice un Karlos confundido. −Príncipe Karlos –sonrio y hago una reverencia. −¿Esa corona? ¿Tú eres? −Soy la princesa Elena y sería para mí un honor convertirme en su esposa. Karlos sigue inmóvil. Le abro mis ojos esperando una reacción. −Todo esto es muy confuso −me dice. −Siento haberte mentido –lo interrumpo−. Necesitaba estar segura… −Esto es lo mejor que podía pasar –grita de felicidad−. Por supuesto que quiero casarme contigo. Me envuelve en una abrazo apretado sin dejar de sonreir. −Princesa lamento arruinar el momento, pero debe saber algo. Camino detrás de Alberto sin quitar la vista de encima a Karlos. A pesar de la seriedad con que me pidió que lo acompañara no podía evitar sentir alegría por tener a mi príncipe tan cerca de mí.
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