Me mira confundido.
–Elena –dice–. Has vuelto.
Cuando estoy a punto de contestar ya no me encontraba ahí. Estoy sin aliento. Aparezco en la habitación del hotel donde había dejado mi cuerpo tirado, justo encima de mi cama.
Siento que me falta el aire. Miro hacia el frente y una mirada acusadora me hace eco en el alma. El corazón me late apresurado y solo puedo decir con voz triste:
–¡Karlos!
De repente todo a mi alrededor toma forma diferente.
–¿Estás loca? –pregunta en un tono poco amable–. Puedes morir haciendo eso sin supervisión.
–Yo... No sabía, solo necesitaba verlo.
–Elena, la magia debe ser usada con medida. Además si se descubre nuestro secreto todos correremos peligro.
–Lo siento –enfatizo–. No era mi intención –Me le quedo mirando fijo. Una lágrima recorre mi mejilla
