LA ISLA, 3era parte

5000 Words
Aquí en la isla no hay mucho que hacer así que leer es muy bueno, pero al terminar mi carrera técnica debo decidir si voy a ser médico como mis padres, ser administrador como tío Alfredo, o maestra como mi tatarabuela. De acuerdo a lo que cuenta Rosa, la mejor narradora de historias de la isla, mi tatarabuela tenía un don especial podía ver y sentir cosas que otros no. Podía saber las cosas malas que venían antes de que ocurrieran, supo antes de que se los llevaran a la plaza aquella tarde, que morirían quemados y nadie iba a salvarlos, pero también sabía que podía dejar protegidos a sus hijos si pedía antes de morir que los ángeles los cuidaran porque ellos se estaban sacrificando por otros. Esos ángeles para la guarda de sus hijos se harían presentes si algún peligro los asechaba protegiéndolos del mal, haciendo que se olvidara de ellos y dejándolos vivir en paz. Según Rosa he heredado ese don de ver y sentir cosas que otros no pueden al igual que mi madre. Por eso esa noche oculto entre las sombras aquel hombre de dos metros, que dice mi madre que vio antes de iniciarse la pelea, no era mi padre según Rosa, mi padre llegó después que ese ángel lo guió para protegerla. Esa figura de dos metros que dice que vio mi madre era ese ángel guardián que la custodia y a mí por ser descendientes de Amelia y de Alfredo De La Torre. Luego que mi madre me dejó relacionarme con mis tíos, Rosa comenzó a contarme las cosas que Amelia podía hacer, alguno de sus escritos y me enseño un baúl lleno de cosas que según le pertenecían, aunque yo no lo creo. Tal vez sean de la abuela, pero de acuerdo a lo que me ha contado fue una mujer muy sufrida y como eso entristece a mi madre pues no le pregunto sobre ella. Era la costumbre que los hijos de los médicos de la fábrica estudiaran en escuelas dentro del perímetro de esta. Estudio en las mañanas el cuarto periodo de una carrera técnica, que me permitía aprender sobre la parte administrativa de la fábrica, logrando con ello cumplir con la frase popular: ¡qué mejor trabajador que el hijo del trabajador! Aunque mi madre no estaba muy de acuerdo, era lo mejor a lo que pudiera tener acceso, mientras las cosas mejoraban y podía terminar de reunir el dinero para pagarme la universidad fuera de la isla. Trabajo con otros chicos en el horario de la tarde en la fábrica donde nos pagaban por las prácticas unos cien dólares al mes. No era mucho, pero si aliviaba mi angustia porque en esta isla o trabajas en la casa de huéspedes o en la fábrica y no quería trabajar con mis tíos, prefería ser independiente. Por estos días en nuestra isla se celebra el carnaval, es una fiesta propicia para los disfraces y todo el ambiente cambia. Llegan muchos turistas, hay dinero por doquier y las jornadas de la fábrica se reducen a la mitad para que todos asistan al evento que se inicia un día viernes y culmina dos semanas después, el día martes antes de la cuaresma. En esos días solo hay fiesta, reuniones en las dos casas de huéspedes amenizadas con grandes orquestas y por supuesto todos deben disfrazarse. Durante el tiempo de la enfermedad de mi padre acostumbrábamos a ir a la playa, solo los tres, a unirnos a la celebración, pero a mi madre no le agradaba mucho el hecho de que me disfrazara. Mientras fui niña si lo hice, no vivíamos en la isla, en esos últimos tres años que duró la convalecencia de mi padre no me dejó hacerlo, aunque mi padre no estuvo de acuerdo respetó la decisión de mi madre y a regañadientes lo hice también. De esta manera veía asombrada cómo los chicos disfrazados correteaban de una fogata a la otra gritando fuerte, mientras mi padre y yo solo los mirábamos; en ese momento lo importante para mí era estar con él, lo demás había perdido sentido. Para este año ya mi padre había cumplido dos años de muerto por lo que Isabela aceptó que compartiéramos la celebración con el resto de los De La Torre. Tío Alfredo me invito a almorzar, luego de mi clase llegue a la casa de huéspedes, atravesé el salón hasta llegar a su casa que quedaba al final de todo ese pasillo y el jardín. Rosa me había prometido enseñarme algo que estaba segura que iba a encantarme. Mientras comimos Alfredo me contó que todo estaba listo para esta noche y por lo tanto tenía que lucir espectacular. Sabía que mi madre no estaría de acuerdo sobre todo porque no debíamos gastar en comprar algún disfraz, pero que debía relacionarme con la gente, conocer otras personas, hacer otros amigos que solamente los hijos de otros médicos. ─ Entiendo que mi hermana no esté muy de acuerdo con esta tradición, pero la familia vive de eso. Hemos organizado un gran evento con música, fogatas en la orilla de la playa, un baile espectacular con mucha comida y bebidas. Estamos llenos de turistas, y eso, mi querida sobrina es muy bueno para el negocio ─ sonrió mientras se limpiaba los labios para tonar su café n***o humeante que había servido Rosa. ─ Escuche niña tengo el disfraz perfecto para ti ─ sonrió Rosa amablemente dejando ver sus dientes blancos y sus mejillas rosadas por el frío de la tarde. ─ ¿Qué disfraz? ─ Bueno tengo un disfraz que estoy segura que le quedara perfecto. ¿Me acompaña a mi cuarto? ─ Me parece muy buena idea Rosa ─ replicó mi tío Alfredo, tomándose el poco de café que le quedaba en la taza, y levantándose para regresar a la entrada de la casa de huéspedes. ─ Como siempre mi querida Rosa tu comida estuvo estupenda, pero debo volver al trabajo. Además tú debes estar preciosa esta noche, recuerda que eres la heredera así que debes lucir perfecta ─ nos dejó solas luego que se colocó su chaqueta azul con las letras bordadas en oro: DLT ─ Bueno, creo que por eso no hay inconveniente, ella estará perfecta. ─ terminó diciendo Rosa para levantar su plato de la mesa con el mío, sonriéndome me dijo: ─ Espera aquí, ya que nos quedamos solas, mejor te traigo el disfraz. ─ Bien, como tú digas─ le dije sonriente mientras ella salía de la cocina y luego de unos minutos entró nuevamente a la habitación con un vestido cubierto por una bolsa transparente que arrastraba por el suelo. Era un vestido de ancha falda negra ajustada a la cintura, que se abría como paraguas hasta los pies en pliegues perfectamente doblados, con los hombros descubiertos y con un corpiño n***o. Frente a mi lo sacó de la bolsa y lo colocó en mis piernas sonriéndome ─ ¿No es hermoso? ─ Si claro que lo es. ─ le dije acariciando la hermosa falda de pliegues, extendiéndola, acaricie el corpiño del vestido que parecía que había sido hecho con cristales negros, tan brillantes como las enormes piezas de carbón que bajaban de los barcos. ─ Pruébatelo, estoy segura que es de tu talla. No pude esperar me levanté de la silla mientras Rosa cerraba la puerta y las ventanas para que en ese mismo lugar, en esa pequeña sala comedor, me pudiera probar ese hermoso vestido n***o. Al principio me costó que entrara por mis caderas, Rosa despacio me ayudo a subirlo, luego amarrar el corpiño a mi espalda ajustándolo de manera tal que diera forma a mi cintura. Los pequeños pechos quedaran levantados, asomándose tímidamente al principio, luego de ajustarlos mis brazos quedaban desnudos así había que cubrirlos con una pequeña tela negra como de diez dedos de ancho para protegerme de los insectos, pensé. ─ Sabía que te quedaría perfecto. Te lo dije. Espera aquí te traigo un espejo. ─ Rosa estás segura que puedo usarlo, ¿no se dañará? ─ No cariño, claro que no ─ escuché su voz regresarse hasta la sala comedor con un espejo en sus pequeñas y arrugadas manos colocándole frente a mi, me quedé sin palabras al verlo puesto. Era perfecto, resaltaba mi piel blanca y parecía haber sido hecho solo para mí. ─ Es hermoso, realmente hermoso. ─ Bien debes soltarte tu cabello, no lo recojas debe estar suelto y debes además ponerle estas joyas ─ me entregó una pequeña caja de madera en forma de rectángulo con la tapa abierta cubierta por una tela roja, adentro reposaban en la misma mullida tela, unos pequeños zarcillos negros con un elegante collar con la misma piedra, pero de mayor tamaño al final casi en forma de corazón. ─ No, Rosa eso es demasiado. ─ No niña, debes vestirte como es debido. ─ Pero no puedo llevar eso puesto. ─ Claro que sí. ─ Por Dios Rosa…─ dije acariciando la piedra que delicadamente caía sobre mi pecho. ─ Ya sabes, debes lucirlo esta noche. Estarás perfecta. ─ Y ¿tú crees que mi madre le agrade verme con este vestido? ─ Creo que sí. No tengas miedo, este vestido es para ti. Esa noche luego que mi madre terminó su guardia pasó por mí a la casa y juntas nos fuimos a la casa de huéspedes. Como había dicho el tío Alfredo estaba llena de turistas, había música y mucha comida. La gente llegaba, nos acercamos hasta su casa para cambiarnos sigilosas entre los huéspedes, y como todos en nuestra familia, habíamos aprendido a ser completamente invisibles. Isabela lucía un bello vestido azul muy ajustado a su cuerpo y una peluca parecía una duquesa, mientras que mis tíos estaban vestidos como los caballeros franceses del siglo 18, con sus ajustadas chaquetas, las pelucas, zapatos puntiagudos con sus medias altas con pañuelos, Margarita y sus hijos estaban igualmente vestidos como los herederos de la corona francesa. Todos estaban en la sala cuando aparecí entre la multitud y se quedaron atónitos viéndome ─ Por Dios, hija, estás preciosa─ se acercó mi madre para besarme en la mejilla ─ Tu padre estaría feliz de verte tan hermosa ─ dijo sonriendo con tristeza. ─ Lo siento madre. No me gusta que te sientas triste por mí. ─ No hija no es por ti, bien sabes que lo extraño. Entonces mi tío Alfredo y Eduardo se acercaron para besarme en la mejilla y decir al unísono: ─ Estas hermosa, una digna De La Torre. La noche fue realmente agotadora, luego de iniciado el baile y que, por supuesto bailé con mis tíos, mis amigos de la escuela técnica llegaron a buscarme. Mi madre no le agradó mucho pero el tío Alfredo la persuadió, que me dejara que todo estaba tranquilo y que solo me mantuviera cerca de la costa, nada de esconderme en el bosque ni alejarme de la gente. Carlos era uno de los chicos de mi salón, un moreno alto, musculoso cuyo cabello n***o azabache siempre estaba como recién cortado casi al ras de la piel. Siempre estaba pendiente de mí, aunque no me desagradaba del todo tampoco me parecía para mí, aunque mis amigas me aseguraban que ese chico no dejaba de mirarme todo el tiempo. Pues bien, esa noche Carlos vino acompañado de dos chicos más, que no reconocí al principio, tenían su rostro maquillado con color n***o dibujado una barba y bigotes. Los tres llegaron a la casa en su auto, de los años sesenta, enorme y azul de cuatro puertas, el cual había transformado para hacerlo descapotado, pues le gustaba que su rostro fuera golpeado por el viento cuando manejaba a gran velocidad. Luego que saludaron a mis familiares y que estuvimos un rato bailando con los demás invitados, salimos en auto para buscar a Andrea y Sonia que nos esperaban cerca de la plaza. Carlos estaba disfrazado de pirata, con una peluca negra y un parche en su ojo derecho, llevaba solo un chaleco n***o dejando descubierto sus musculosos brazos y detallando su pecho, casi tallado en piedra, sus grandes pectorales. Usaba un pantalón n***o con el ruedo roto y unas sandalias negras además en su pecho lucia unas joyas de bisutería y amarrado en un grueso cordel un puñal en su cintura, los otros dos chicos estaban disfrazados de presos con sus piyamas a rayas negras y blancas, cual cebras, escondiendo debajo de ellas sus musculosos cuerpos. Andrea y Sonia estudiaban conmigo en la escuela técnica, no éramos intimas, pero si nos ayudábamos en lo que podíamos limitándonos a ser amigas solo en la escuela. Mi relación era un poco más estrecha con Sonia, pues a diferencia de Andrea, era más sencilla, era la hija de otro médico igual que mi madre. Andrea vivía en la isla porque sus padres pensaban que aquí pudiera estudiar más calmada que en la civilización, allá solo se dedicaba a estar en fiestas, bebía demasiado casi todos los fines de semana. En muchas de las conversaciones con Sonia, concluimos que a ella la habían dejado en la isla para que se olvidara de algo o para esconderla de alguien, por eso su pena que pretendía ahogar con el alcohol. Andrea era una hermosa mujer de ojos negros y de piel casi canela, delgada y con largo y rizado cabello n***o cual noche. Sonia por otro lado era blanca cual porcelana, de rasgos muy finos y de una hermosa cabellera roja con ojos verdes pequeños. Cuando nos estacionamos en la plaza ambas sonreían esperándonos, estaba sentada adelante con Carlos, a Andrea no le agradó mucho el tener que sentarse en la parte de atrás con Felipe, Gustavo y Sonia, que se besaron al verse. La plaza estaba repleta de gente que caminaba de un lado a otro, disfrazados y gritando felices las melodías de la orquesta que tocaba en una tarima al final de la plaza. Nos estacionamos y bajamos para perdernos entre la gente. Andrea estaba usando un disfraz de enfermera con una falda demasiado corta para mi gusto, sobre todo para estar en la plaza rodeada de tantos hombres y Sonia vestía un bello y largo vestido blanco cerrado desde su cuello hasta el piso. Después de dar varias vueltas por la plaza, Carlos sugirió que fuésemos a ver las fogatas a la orilla de la playa y eso hicimos. Noté que detrás de nosotros nos seguían dos hombres como de cincuenta años, con barba, desaliñados, sucios, sencillamente observando con detenimiento a cada una de las personas que paseábamos por la plaza, detallando a cada pareja. Tal vez ellos estén como nosotros dando solo vueltas, sin embargo, le comenté a Carlos, pero sugirió que estaban divirtiéndose al igual que todos. Cuando llegamos a la orilla había una pequeña carretera con un borde de cemento donde la gente estacionaba los autos y unos enormes faroles alumbraban el sitio, permitiéndote ver desde la orilla de la playa, donde estaban las enormes fogatas, los vehículos estacionados. Recorrimos varios metros hasta encontrar un sitio vacío donde Carlos estacionó el auto, como a unos diez pasos estaba otro vehículo con cuatro chicos quienes escuchaban la radio a un volumen bastante alto. Carlos se les acercó, por si el sitio estaba destinado a otro de sus amigos, pero amablemente nos invitaron a compartir con ellos. Había parejas y grupos de variadas cantidades de chicos y chicas por todas partes y dispersos alrededor de la playa caminando a las fogatas, colocadas como unos diez metros de la orilla de toda la playa. La brisa era fría así que debimos correr hasta estar cerca de la única fogata que tenía pocas personas, quienes se levantaron cuando llegamos. Carlos levantó la vista al cielo viendo la enorme luna llena y tomando mi mano helada me dijo: ─ Estarás segura, si te quedas junto a mí. ─ No pienso moverme de aquí, la fogata me mantendrá caliente. Hace frío. ─ Bien, me parece muy bien ─ sonrió Carlos. Andrea y Sonia llegaron después con Gustavo y Felipe quienes venían haciendo bromas sobre el vestido de Andrea, al caminar su vestido se movía como la cola de un conejo. Trajeron del carro unas botellas de vino y empezamos a tomar para calentarnos. Los demás chicos del vehículo con la música alta bajaron a hacernos compañía y compartimos sus panes con el vino tinto de Carlos. Cuando ya sentimos calor, producto del vino, Andrea se levantó quitándose los zapatos para mojarse los pies en la orilla de la playa acompañada por Felipe, quien se moría por ella, pero no le hacía mucho caso, realmente no le interesaba. Recordé entonces su rostro se trataba de su enamorado, el que la seguía a todos lados cuidándola con esmero, pero con su disfraz de preso pensé que se trataba de otro de los amigos de Carlos. Gustavo y Sonia escuchaban atentos las historias de Carlos y de los otros chicos, mientras seguía inquieta por aquellos hombres que vimos en la plaza, por lo que no dejaba de ver, de vez en cuando, el lugar donde habíamos dejado el auto. Al cabo de un rato me sorprendió ver un camión n***o, como de los años cincuenta con sus anchos guarda fangos alrededor de sus cauchos y una pequeña imagen en la capota brillante, estacionar cerca de nuestro auto, donde me parecía que no había espacio suficiente porque esos autos eran muy anchos lo que me extrañó. Seguí tratando de escuchar las historias de los demás, nuevamente me distraje observando cómo un hombre joven y alto se sentaba en la parte del techo del viejo camión, observando la orilla de la playa, a la espera de alguien pensé. El color de las llamas amarillas no me permitió distinguir su rostro, pero pude ver que su cabello estaba sumamente corto, su camisa era de un color claro y su pantalón marrón me parecían estar pintados de un fuerte amarillo mostaza, llevaba los puños de su camisa arremangados hasta un poco más arriba de su antebrazo. Por el estilo de su ropa deduje que no podría ser de esta parte de la isla, su pantalón le quedaba bastante holgado, tenía unos tirantes que se cruzaban en su espalda mientras por delante bajaban a ambos lados de sus brazos sosteniéndole el pantalón. Se quedó quieto contemplando a aquellos que jugueteaban en la orilla, Andrea y Felipe, casi junto a las otras dos fogatas cuyas llamas se elevaban producto del viento. Al cabo de un rato los chicos del auto decidieron acompañar a Felipe y Andrea, al igual que Gustavo y Sonia iniciaron la caminata acostumbrada por la orilla de la playa entre una fogata y otra, haciendo suficiente ruido como para despertar a los muertos. Carlos y yo nos quedamos sentados, solos frente a la fogata, pero no dejaba de verificar al joven que permanecía sentado en el techo del viejo camión simplemente observándonos. Carlos se acercó a mí y me rodeó los hombros sonriéndome amablemente ─ Estas muy hermosa esta noche. Eras la más linda en ese salón de baile. ─ Gracias. ─ Bien creo que es hora de que te diga algunas cosas mientras nuestros compañeros se divierten en la orilla. ─ ¿Qué cosa? ─ Creo que ya debes saberlo, todos lo saben ─ ¿No sé a qué te refieres? ─ A ti y a mí. ─ No te entiendo Carlos. ─ Cariño, todos saben que me gustas. ─ ¿Perdón? ─ Dime ¿de verdad no te has dado cuenta? ─ ¿Darme cuenta de qué? ─ De que me gustas y que te deseo ─ dijo acercándose más a mi rostro acariciándolo, por lo que me aleje un poco sentándome de otra forma, viendo a la orilla de la playa. ─ Vamos Teresa, no te comportes como una niña. ─ ¿A qué viene todo esto…? ─ respondí molesta por sus miradas ansiosas mientras trataba de tocarme las manos acariciándolas más de lo debido, me pareció. ─ Dime, es que ¿ no te gusto? ─ Bien sabes que me agradas como amigo, pero nada más ─ dije levantando mis manos de las suyas que seguía acariciándolas con ansias y no me gustaba para nada la actitud que estaba tomando. ─ Vamos, cariño, tú sabes que soy el más apuesto de la isla y que no hay ninguna chica aquí que no mate por estar en tu lugar, que sea el que te pida que estemos juntos. ─ dijo acercándome a su cuerpo y tomando mi cara con su enorme mano me besó a la fuerza. No quería, le mordí el labio y le empujé levantándome rápido para alejarme de él. ─ ¡Espera! ─ mientras tras pie trataba de incorporarse para alcanzarme. Caminé lo más rápido que pude alejándome de él, pero mi vestido se enredaba con mis zapatos, me los quité y se los lancé uno primero y luego el otro, pero no logré golpearlo. Carlos me alcanzó y me tomó por la cintura mientras le golpeaba con mis puños cerrados sus brazos, me volteó quedando frente a él, mientras trataba de besarme nuevamente. Comencé a gritar lo más fuerte que pude, Carlos seguía tratando de besarme buscando con su boca los labios y su sangre quedaba por mi rostro, al besarme con su labio herido. Nos habíamos alejado lo suficiente de la fogata hasta casi no verla, la brisa seguía soplando sentí que las fuerzas me fallaban, era muy fuerte para mí. Trató de quitarme el corsé, pero no pudo así que levantó mi falda y cuando trataba de tocar mis piernas que con velocidad se movían tratando de patearlo sentimos a alguien quien le golpeó el hombro fuertemente. ─ Déjala. ─ Pero bueno ¿qué te pasa? ─ le contestó Carlos molesto, empujándome atrás de él. ─ Déjala─ volvió a decir sin violencia, pero fuertemente ─ Busca a tu chica y dejamos a nosotros en paz ─ Déjala irse. ─ Ya te dije que te fueras ─ mientras trataba de soltar mi mano que era apretada con fuerza por Carlos, obligándome a mantenerme a su espalda, no permitiéndome ver a aquel que con furia serena me defendía. ─ Déjala ir ─ aproveché y le mordí los dedos logrando soltarme y correr. Me enredé con el vestido y caí de rodillas a la arena, al cabo de unos minutos solo los escuchaba discutir y poco a poco con la pelea se acercaron hasta donde estaba. El joven solo le hablaba fuertemente, sin levantarle la voz, mientras que Carlos lo empujó varias veces y lo golpeó en el rostro. Aún de rodillas, con mis manos en la arena, vi cómo el cuerpo de Carlos se desplomó después de su quejido cuando el joven lo golpeó, una sola vez en la cara cayendo muy cerca de donde estaba. Sólo puede ver su rostro con su labio sangrando caer con los ojos cerrados cerca de mí. En ese instante vi las manos limpias de aquél que me había salvado, extendidas para ayudarme a poner de pie, la tomé viendo el rostro de mi salvador: un hermoso rostro de piel blanca con una sonrisa tan serena que todo el miedo que sentía desapareció. ─ No tengas miedo, dame tu mano. Debemos irnos ─ me sonrió nuevamente y no pude negar sujetarme de su mano. Estaba cálida y suave, su piel era casi como terciopelo entonces reconocí su ropa era aquel que había visto sentarse en el techo del viejo camión. Su cabello estaba sumamente corto, de color castaño oscuro y una limpia sonrisa que iluminaba su rostro. En ese momento dejé de sentir miedo, mi corazón se calmó y me sentí como si estuviera en un sitio muy seguro, ni siquiera sentía el frio de la brisa que nos rodeaba, pero sus cabellos si siquiera eran movidos por la fuerte brisa. Con su mano limpia retiró mis cabellos de mi rostro y lo acarició suavemente. ─ Qué bueno que no te hizo daño. ─ No, gracias a ti. ─ Debemos irnos, creo que no tardará en despertarse. ─ ¿A dónde vamos? ─ Debo dejarte en casa, a estas horas es peligroso estar por la orilla de la playa y cerca del bosque. No soltó mi mano, al contrario, me parecía que flotaba, así sin ningún tropiezo caminamos por la orilla de la playa únicamente guiados por la luz de la luna, inmensamente redonda sobre nosotros. Durante el trayecto que recorrimos no volvió a mirarme mientras solo sentía una enorme paz a su lado, sintiéndome segura como cuando caminaba con mi padre por el parque, así de segura y de protegida. Subimos a la acera para llegar a su camión, me abrió la puerta y tomándome por la cintura me ayudo a subirme, hasta sentarme delicadamente en el asiento del copiloto. Cerró la puerta con cuidado y se subió al viejo camión encendiéndolo, luego con un sordo rugir al arrancar, para dirigirnos camino al pueblo alejándonos de la orilla, de las fogatas y de los vehículos que bordeaban la playa. Tomó del respaldar de su asiento de cuero blanco una chaqueta y me la entregó para que me la colocara ─ Usala, te ayudara a estar caliente. ─ Gracias - sonreí Después de un largo silencio me atreví a contemplarlo nuevamente, había poca luz pues la luna estaba muy alta en el cielo ennegrecido, mientras él conducía su camión sin retirar la vista del camino. Pude ver que su mandíbula estaba rodeada de una pequeña barba que empezaba a marcarse en su rostro, sus labios eran delgados y de un tenue rosado, la barbilla era pronunciada casi como hecha a mano con un pequeño hoyuelo. Por el tiempo que llevábamos de camino tal vez era cercano a las dos de la madrugada y acomodándome en el asiento me quedé dormida. Al cabo de un rato el camión se detuvo y estábamos frente a mi casa. Era una de esas casas de dos plantas construidas para los trabajadores de la fábrica todas con igual estilo, pintadas de blanco sus paredes, con techos rojos de tejas y las ventanas de vidrio acompañadas con otras que daban al exterior, de madera pintadas de verde con rejillas. La separación, entre una casa y otra, era el ancho de una cerca de madera de listones blanca y un pequeño garaje. La distancia como de cincuenta pasos, desde la acera a la entrada de la casa, se diferenciaba con un camino bordeado por una grama que siempre estaba verde y nosotras habíamos colocado flores, en los materos, que bordeaban las bases de la ventana de la entrada principal. Eran más de sesenta casas desde donde se veían a lo lejos las torres que protegían las calderas. En las inmediaciones de la fábrica, así como en el área de las casas, las luces estaban apagadas y solo nos alumbraba la tenue luz de la bombilla de la calle. Me sonrió al verme despertar y me dijo con un tono de voz tan suave que me pareció un suspiro. ─ No debes alejarte de casa, quedarte mucho rato en la orilla de la playa sola. Aléjate de ese chico, es malo para ti. ─ No entiendo qué le ocurrió ─ le dije apenada ─ El vino a veces es mala compañía, despierta las bajas pasiones. ─ Si creo que sí. ─ No te quedes sola nuevamente con él. No te quedes sola en la playa ni en el bosque. Es peligroso. ─ Gracias. ─ Creo que esto es tuyo ─ se levantó un poco para sacar del bolsillo de su pantalón marrón el collar con el corazón n***o, que al verlo supe que lo había perdido mientras forcejeaba con Carlos. ─ Gracias. ─ dije apenado y mirando a la joya que reposaba en mis manos. ─ Es una joya muy antigua, cuídala ─ sonrió nuevamente luego de haberla colocado despacio sobre mi mano y casi al instante abrió la puerta para bajarse, de manera que cuando estuvo frente a la mía, pude detallar que su cabello estaba perfectamente peinado con un camino hacia la izquierda dejando que su pequeño mechón casi flotaba cercano a su frente, sus cejas marrones oscuras escondían unos profundos ojos azules, tan azules como el mismo mar o como el mismo cielo, hermosos. Me parecía que una luz lo alumbraba desde adentro de su ser, irradiando tanta serenidad que me estremecí estaba segura que no era de este lado de la isla, en realidad parecía que no fuera de este mundo. Cuando estuvo frente a mi puerta la abrió despacio y tomándome de la mano me ayudó a bajar del camión. Me sorprendió tener mis zapatos puestos ya que no recordaba que los hubiéramos levantado de la arena, así que me alegre al no sentir el asfalto frío en mis pies. Me acompañó hasta la entrada de la casa y abrió la puerta, como si supiera que estuviera abierta, dejándome entrar primero y luego despacio encendió la luz de la pequeña sala para que juntos viéramos la luz encendida de la habitación de mi madre, que se escapaba por el pie de la puerta cerrada. Su cuarto estaba al final del pasillo antes de subir las escaleras, porque con la enfermedad de mi padre el cuarto se agrandó eliminando el cuarto de estudio, y se dejó como cuarto de huéspedes y de estudio las dos habitaciones que estaban en el mismo pasillo en el piso de arriba junto a la mía. ─ Descansa, ha sido una larga noche. ─ Gracias, muchas gracias. ─ No hay por qué darlas. A veces no nos damos cuenta de lo que hacemos ni del peligro que corremos. ─ Si, tienes razón, jamás pensé que me pudiera ocurrir esas cosas a mí. ─ Las almas como la tuya son especialmente buscadas. No te preocupes porque siempre hay alguien cuidándonos, Teresa De La Torre. ─ Buenas noches ─ atiné a decirle mientras que él despacio apagaba la luz y cerraba la puerta casi como un suspiro, imperceptible.
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